Donald Trump
El déficit comercial es uno de los problemas macroeconómicos más graves. Pero no es buena idea resolverlos con aranceles. (Foto AFP)

Trump empieza a resolver un gran problema. ¿A qué precio?

El déficit comercial ha bajado. Eso es sin duda un logro de la política comercial. La desaceleración y las dificultades para generar empleo, también.

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El presidente Donald Trump puede mostrar hoy un dato que parece un logro incontestable: el déficit comercial de Estados Unidos se redujo más de un 55% en abril, cayendo de 138.300 millones de dólares en marzo a 61.600 millones, según el Departamento de Comercio. Se trata del menor déficit desde principios de 2023 y, sin duda, una de las señales más contundentes del impacto de su política arancelaria. Pero la magnitud del ajuste tiene una contracara que plantea una pregunta de fondo: ¿a qué costo se está resolviendo el desequilibrio comercial?

La cifra refleja un desplome en las importaciones del 16,3%, una caída abrupta provocada por la entrada en vigor de los aranceles globales del 10% que Trump impuso a casi todos los socios comerciales, incluyendo a aliados estratégicos como la Unión Europea y Japón. Según AFP, también se implementaron tarifas específicas sobre sectores como el acero, el aluminio y los automóviles, con aumentos adicionales en lo que va de junio.

El resultado inmediato fue una retracción en la entrada de bienes de consumo, con reducciones especialmente marcadas en productos farmacéuticos y teléfonos celulares. Al mismo tiempo, las exportaciones estadounidenses crecieron apenas un 3%, sostenidas por los bienes industriales, pero con caídas en sectores sensibles como el automotor.

La lógica del shock

El cambio en el saldo comercial no es producto de un incremento sostenido de la competitividad estadounidense, sino de una intervención abrupta sobre el flujo de bienes que recorta la oferta externa. Como explicó el economista Mark Zandi, de Moody’s Analytics, citado por The New York Times: “Con los aranceles, las importaciones colapsaron en abril, lo que llevó a un déficit mucho menor.”

Zandi también advirtió que esa mejoría estadística puede tener efectos contraproducentes: los aranceles han “interrumpido severamente el comercio global”, lo que “pronto se reflejará en precios más altos para muchos bienes que compran los estadounidenses, afectando su poder adquisitivo y, por extensión, a la economía en general”.

Es decir, el déficit baja, pero también lo hace la disponibilidad y el acceso asequible a productos básicos. La reducción del desbalance externo tiene un efecto favorable en la contabilidad del PIB (pues el déficit se resta del crecimiento), pero esto podría ocultar un debilitamiento en la capacidad real de consumo de los hogares.

¿Victoria o espejismo?

El caso de China es especialmente revelador. Tras una escalada de aranceles mutuos que alcanzaron niveles de tres dígitos, muchas importaciones procedentes del gigante asiático quedaron paralizadas en abril. Ambas partes llegaron a un acuerdo temporal para desescalar la situación, pero, según AFP, Trump acusó la semana pasada a Pekín de incumplir los términos del acuerdo, algo que China negó. Mientras tanto, se espera una conversación telefónica entre Trump y el presidente Xi Jinping que podría determinar si se mantiene la pausa arancelaria vigente hasta comienzos de julio.

En ese contexto, la caída del déficit comercial no puede leerse como una señal de salud estructural, sino como un efecto puntual de una política de choque. Una victoria táctica con posibles consecuencias estratégicas adversas.

La paradoja del proteccionismo

Desde su regreso a la Casa Blanca en enero, Trump ha impulsado la mayor subida generalizada de aranceles en un siglo. Su objetivo declarado es reducir la dependencia de Estados Unidos frente a las importaciones, proteger la industria nacional y reequilibrar la balanza comercial. Y en el papel, lo está logrando: menos importaciones, más margen en la cuenta externa.

Pero la pregunta de fondo es si ese ajuste es sostenible. Las empresas han tenido que anticiparse a las medidas, acelerando importaciones en marzo para evitar los costos adicionales. Después vino el freno abrupto. La contracción comercial puede dar impulso momentáneo al crecimiento, pero también puede provocar distorsiones en las cadenas de suministro, pérdida de eficiencia y presión inflacionaria.

Una economía menos abierta

Más allá de las cifras, lo que está en juego es un cambio de modelo. La política comercial de Trump no busca adaptarse a las reglas del comercio global, sino reescribirlas desde una lógica unilateral. En ese camino, Estados Unidos se está volviendo una economía menos abierta y más controlada, con consecuencias que todavía están por verse en el empleo, la inflación y la competitividad.

Resolver el déficit puede ser políticamente útil. Pero si la solución pasa por encarecer la vida de los consumidores, tensar las relaciones con aliados y aislar al país de flujos clave de bienes y tecnología, el costo puede terminar siendo mayor que el desequilibrio que se quería corregir.