Donald Trump
El presidente estadounidense, Donald Trump, recibe un casco de oro con su nombre durante una visita a US Steel - Irvin Works en West Mifflin, Pensilvania, el 30 de mayo de 2025, con motivo de la 'asociación' entre Nippon Steel y US Steel. (Foto AFP)

Donald Trump y el dilema del acero

¿Puede Estados Unidos rediseñar el mercado mundial del acero a golpe de aranceles? La nueva apuesta de Trump refuerza su doctrina comercial.

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El presidente Donald Trump quiere siempre tres cosas: apostar, negociar y ganar. No necesariamente en ese orden. Ahora acaba de hacer una nueva apuesta: irse contra el mundo con un arancel del 50% para el acero.

Para Trump, el comercio no es un sistema de reglas compartidas, sino un tablero de poder donde se compite por ventaja. La nueva medida —formalizada este 3 de junio en una proclama presidencial— eleva del 25% al 50% los aranceles al acero y al aluminio, bajo el argumento de que se trata de sectores esenciales para la seguridad nacional. La lógica: si Estados Unidos no puede producir sus propios metales críticos, tampoco puede garantizar su defensa o reconstruir su infraestructura en una emergencia. Justo lo que niega la doctrina liberal del comercio: todos los países se necesitan y la autarquía será siempre una mala estrategia.

Pero el acero es mucho más que una lámina o una estadística de importación. Es también un símbolo. Desde su primer mandato, Trump ha elegido este insumo como emblema de su política industrial, de su arrebato proteccionista y de su promesa de “volver a hacer grande a América” desde las fábricas. La industria metalúrgica representa en su imaginario una nación fuerte, autosuficiente, con empleos bien pagados y cadenas de valor nacionales. Al subir los aranceles, Trump no solo busca corregir lo que considera un “mercado distorsionado”: también afirma su liderazgo como arquitecto de un nuevo orden económico.

Sin embargo, la pregunta sigue abierta: ¿puede un país rediseñar un mercado global tan interconectado como el del acero solo con aranceles?

El acero: símbolo y síntoma

En el relato de Trump, el acero es mucho más que un producto de comercio internacional: es una prueba de fuerza nacional. No sorprende, entonces, que haya elegido anunciar esta medida en una planta de US Steel en Pensilvania, cuna de la industria siderúrgica estadounidense. Allí declaró: “Nadie podrá robarles su industria”. No hablaba solo a los trabajadores del metal, sino a un electorado golpeado por la desindustrialización y dispuesto a escuchar un discurso de protección y soberanía.

El simbolismo no es casual. En su primer mandato, Trump ya había aplicado aranceles del 25% al acero y al aluminio en nombre de la seguridad nacional, amparado en la Sección 232 del Trade Expansion Act. Según su gobierno, estas industrias estaban siendo arrasadas por el exceso de capacidad global y el dumping promovido por gobiernos extranjeros. La nueva medida duplica el arancel previo y busca cerrar lo que considera brechas y excepciones que han debilitado el efecto inicial. Ya no basta con proteger: hay que reconquistar.

Arreglar el mercado

Para Trump, arreglar no significa liberalizar. Significa recuperar. El diagnóstico que ofrece su gobierno es claro: el mercado está roto porque las reglas no se aplican igual para todos. Mientras Estados Unidos opera con estándares ambientales, laborales y fiscales más altos, otros países —entre ellos China, pero también aliados como Brasil, México o Canadá— inundan el mercado con acero subsidiado y barato.

En cifras, el argumento gana fuerza: en 2024, Estados Unidos importó la mitad del acero y el aluminio que consumió, según reporta AFP. La Casa Blanca añade que la capacidad de producción nacional está en declive: el uso de la capacidad instalada en acero cayó del 80% en 2021 al 75,3% en 2023; en aluminio, del 61% en 2019 al 55% en 2023. Y aunque se anunciaron inversiones por más de 10.000 millones de dólares durante su primer mandato, el rebote no ha sido suficiente.

El presidente plantea entonces una solución directa: castigar las importaciones con altos aranceles y endurecer los controles sobre la composición de los productos importados. La proclama presidencial advierte que se impondrán sanciones severas a quienes declaren falsamente los contenidos de acero y aluminio en sus exportaciones a EE. UU.

Desde esta óptica, “arreglar” el mercado es cerrar las fugas, reconfigurar las reglas y obligar a que los actores externos se plieguen a la lógica estadounidense. No es una reforma multilateral: es una advertencia. Pero nadie está en capacidad de arreglar o transformar un mercado a punta de aranceles. Trump tendría que volver sobre la noción de destrucción creativa de Schumpeter para entender que a menudo hay que dejar que algunas cosas se destruyan para que nazcan otras.

El dilema global

El problema es que el acero no circula en el vacío. Forma parte de cadenas de valor internacionales, con ramificaciones en la industria automotriz, la construcción, la energía y la defensa. Castigar a los proveedores externos puede encarecer los costos para los fabricantes locales, generar tensiones diplomáticas y debilitar acuerdos con aliados estratégicos.

Canadá —principal proveedor de acero a EE. UU.— ya presentó una queja ante la Organización Mundial del Comercio, alegando que las tarifas violan las obligaciones multilaterales de Estados Unidos. México, Brasil y Argentina también están en la lista de países directamente afectados. Mientras tanto, el Reino Unido ha sido momentáneamente excluido de la nueva ola arancelaria, a la espera del avance en un acuerdo bilateral con Washington.

Trump, sin embargo, insiste en que los aranceles funcionan. La Casa Blanca cita estudios que supuestamente muestran que los precios no subieron significativamente, que la producción interna aumentó, y que la economía se benefició del reshoring. Incluso cita a la exsecretaria del Tesoro Janet Yellen, quien habría afirmado que los consumidores no sentirán efectos relevantes en los precios. Para la administración, esta es la prueba de que el proteccionismo selectivo puede ser eficiente.

Pero el dilema persiste: cuando la potencia más grande del mundo actúa sin consenso, ¿reordena el sistema o lo debilita? Trump apuesta por lo primero. El resto del mundo empieza a prepararse para lo segundo.

Una guerra con reglas propias

¿Puede un país arreglar el mercado mundial del acero? En la lógica de Donald Trump, sí. Pero no lo hará con acuerdos ni con cooperación, sino con fuerza, presión y aranceles. Su mirada del comercio global no es la de un ecosistema con normas compartidas, sino la de un tablero de negociación dura, donde cada país lucha por su ventaja relativa.

Lo que está en juego no es solo el precio del acero. Es la posibilidad de que una potencia imponga su visión económica al resto del mundo, redefiniendo qué es justo, qué es estratégico y qué es aceptable en las relaciones comerciales. Trump no esconde su intención: si otros países no protegen sus industrias, es problema de ellos. Estados Unidos debe hacer lo que sea necesario para proteger la suya, aunque lo tengan que pagar los subrepresentados consumidores.

Pero esa misma lógica lo deja solo frente a un dilema irresuelto: arreglar el mercado puede terminar fracturándolo más. Aumentar la capacidad interna sin coordinación internacional puede generar reacciones en cadena: represalias, desacuerdos legales, fragmentación de las reglas de juego. No está claro si el mercado se volverá más justo o simplemente más incierto.

El dilema del acero, en realidad, es el dilema de esta era comercial: ¿puede haber orden sin consenso? Trump cree que sí. El mundo —una vez más— tendrá que responder.

El caso de México

El gobierno de México dijo este martes que pedirá ser excluido del arancel del 50% al acero y al aluminio que anunció la administración del presidente estadounidense, Donald Trump.

México es uno de los países más vulnerables a los aranceles de Trump ya que el 80% de sus exportaciones tienen como destino Estados Unidos, su mayor socio comercial.

"Pediremos el día viernes que sea México excluido", dijo a periodistas el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, quien calificó la medida de "injusta, insostenible e inconveniente".

Ebrard añadió que los aranceles son injustos porque Estados Unidos tiene superávit con México, esto es, envía más acero del que importa.

"No tiene sentido poner arancel a un producto en el que tienes superávit", aseguró el funcionario, quien dijo que difícilmente este gravamen pueda sostenerse en el tiempo por su impacto económico.

Al cierre de 2024, Estados Unidos tenía un superávit de 2,4 millones de toneladas de acero, según cifras de la industria.

Canadá es su principal proveedor de acero, seguido por Brasil y México, con productos destinados a industrias como la automotriz o la construcción.

El gobierno de México libró los llamados aranceles recíprocos que Trump aplicó a decenas de países, aunque enfrenta aranceles a esta industria y al vital sector automotor.

El gobierno mexicano ha dicho que cerca del 90% del comercio con Estados Unidos no tiene aranceles gracias al acuerdo de libre comercio T-MEC, cuya revisión comenzará entre septiembre y octubre.

La presidenta mexicana Claudia Sheinbaum refirió a finales de mayo que su gobierno sigue negociando el tema de los aranceles con Trump.