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Complejo de Eva

Dicen que cuando el Señor Dios preguntó por qué se había comido la manzana prohibida, Adán le echó la culpa a Eva.  Los que saben de esos menesteres aseguran…

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Dicen que cuando el Señor Dios preguntó por qué se había comido la manzana prohibida, Adán le echó la culpa a Eva.  Los que saben de esos menesteres aseguran que Adán no la quería mucho, porque de haberla amado siquiera un poquito, tal vez no hubiera cargado a Eva con el peso de la culpa, sobre todo porque hasta nuestros días el género femenino padece el estigma de ser la causa del castigo divino a toda la humanidad.

Nuestras pastorelas recogen fielmente la tradición de la culpa femenina.  Nuestro Padre Dios pregunta:

-Adán,  Adán: ¿Por qué te escondites? ¿Por qué no sales pa’ juera?

-Es que toi encueradito, y lo mismo está la Güera.

-¿Y quién te dijo de tu encueradez, si no tu desobedencia?

-Es que comí de la tejocota grande.  La que me dio la Güera.

Dicen que el hombre ha sido misógino desde recién expulsado del paraíso terrenal por el pecado que le atribuyó a Eva.  Aseguran que aunque el hombre ame a una mujer con locura, deja siempre un espacio, aunque sea pequeño, donde guarda celos, desconfianza, y un deseo constante de superioridad y de dominación frente a la amada.

Los antropólogos han descubierto en las diferentes culturas una extraña similitud: el hombre está inclinado a idealizar a la mujer como diosa, o a considerarla como vulgar esclava.  De servicio o de placer.  Santa o prostituta.  Imagen de la vida, o imagen de la muerte.  Símbolo de la luna inaccesible, o símbolo del abismo.  Pero no le es fácil considerarla amiga.  La amistad es el prerrequisito para el verdadero amor de la pareja humana.  La amistad sólo se da entre iguales.  Tradiciones ancestrales lo impulsan a cumplir con el rol de la superioridad masculina.

En el orden biológico no existen ni amos ni esclavos, ni superior ni inferior, sino los dos polos indispensables y complementarios -el masculino y el femenino- para perpetuar la vida.  La diferencia de status fue provocada desde los albores de la especie humana por la división tradicional del trabajo por sexos.  Él, la caza y la guerra.  Ella, la crianza de los hijos, recolección, cultivo, conservación de alimentos, domesticación de animales.  La fuerza masculina se consideró el elemento fundamental de supervivencia: el cazar y hacer la guerra, más valorado culturalmente que la maternidad.  La cultura dice que es más valioso el arriesgar la vida que el darla.

Después de varios milenios se ha reemplazado la fuerza muscular por la intelectual.  La diferencia debería tender a desaparecer, sobre todo en las últimas décadas en que la mujer al fin logró tener acceso a la universidad.  No es así.  Aunque la fuerza física de hoy no define las diferencias, los patrones culturales están aún firmemente arraigados: el bolsillo del varón perpetúa las nociones de debilidad o supremacía de las funciones de los sexos. 

Así pues, el mundo de los negocios es culturalmente más valorado que el mundo del ama de casa.  Los frutos de la maternidad no son intercambiables comercialmente, no son cuantificables en dinero.  La maternidad tiene un valor cualitativo, esencialmente humano: supone permitir que brote de las propias entrañas la renovación de la especie.  El trabajo doméstico y de crianza es clasificado entre la población económicamente inactiva, junto al grupo de niños, ancianos, inválidos y estudiantes.  Y, mientras las Madonnas recogen con pala millonadas de dólares por quitarse las hojas de parra y contonearse frente a las cámaras, las Evas que practican los oficios y profesiones más sublimes: maestras, enfermeras, asistentes sociales, reciben unos cuantos pesos devaluados.

Eva, por su parte, le atribuye todas las desgracias del mundo a Adán.  Pero no ha sido hasta los últimos tiempos que decidió sacudirse el complejo del sexo débil, parte por comodidad, parte por dificultad: Eva incluso tuvo que probar a través de los siglos que no era infrahumana, que sí tenía alma.  También tuvo que probar que bajo su linda cabecita había materia gris.

Adán se resiste, desde el principio de los tiempos, a cumplir con el mandato divino: “Os he creado hombre y mujer.  Juntos poblaréis y cuidaréis de la tierra”.  Juntos sí han poblado la tierra, pero no la han cuidado juntos.  Juntos implica igualdad, y el concepto de igualdad es atemorizante para el género masculino, atemorizante de verdad.

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