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Los niños que por racismo no podían cruzar la calle Front

José Lebrón y Ángel Davila eran de los niños boricuas a los que perseguían en Fishtown con palos y piedras por ser de piel morena.

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A finales de los años cincuenta y recién llegados de Puerto Rico, cayeron a donde llegaban todos los boricuas: El norte de Filadelfia. No era casualidad, explicó José Lebrón.

“En ese tiempo ocurrió un fenómeno con los bienes raíces. Si usted iba a ver una casa para comprarla y era de color negro o trigueño, tú sabes, latino, el dueño de la casa no se la vendía y le daba una razón por la cuál no se la vendía. Era un manera directa e indirecta de que la comunidad no se ‘contaminara’ con otras personas de un grupo étnico diferente al de ellos”, comentó Lebrón, quien es rector interino de la escuela primaria Henry W. Lawton, en el noreste de la ciudad.

Es así como el sector hispano se definía de una manera muy específica: Aproximadamente de la avenida Girard hasta la Lehigh y de la calle Dos hasta la Ocho. Ese cuadro, según explica, era un ‘bolsillo’ de la comunidad hispana, y el otro estaba en la zona del Museo de Arte.

Él vivía en la calle Marshall, entre la Jefferson y la Oxford, y acudió como la mayoría de los niños hispanos a la escuela primaria Ludlow, en la Seis y Master. Era un barrio alegre, de música y dominó por las tardes, banderas boricuas ondeando  en las azoteas y fines de semana de compras en las bodegas.

“El problema era cuando los niños tenían que asistir a la escuela media superior ya que no había una en la zona y había que salir a las afueras del barrio en donde los blancos te cogían a palos”, recordó Lebrón.

El boricua los recuerda altos, de entre 14 y 22 años, la mayoría sin camisa y en pantalones cortos.  

Para entonces, 1960, Lebrón ingresó a la escuela Penn Treaty, ubicada en el corazón de Fishtown y ahí comenzaron las carreras que duraron tres años.

“Tú sabes que ese vecindario es de todo Filadelfia, el último que ha cedido a los cambios raciales”, dijo Lebrón.  

Fue así como desde el primer día de clases hasta el último, tres años después, Lebrón tenía que correr lo más rápido posible ya que a aquel latino que osara cruzar la calle Front le pegaban entre muchos. “La calle Front era como en Vietnam la línea de batalla, era un riesgo encontrarse en la parte este de la calle Front, era la diferencia entre la vida y la muerte”, expresó el rector.

“Todos los días por tres años yo tenía que correr para evitar que me dieran una pela. Los blancos nos esperaban todos los días en las esquinas con cadenas, antenas, bates, cuchillos, piedras y ladrillos. No sabes cuántas veces me dieron antenazos ”, contó Lebrón ahora entre risas.

En las mañanas no había tanto problema, relató el boricua, porque los muchachos que los golpeaban estaban en escuelas católicas y entraban más tarde a la escuela.

“El problema era a la salida. Muchos niños salen de la escuela pensando en la tarea o qué iban a hacer por la tarde. Yo pensaba en la estrategia para llegar a salvo a casa”.

Explicó que así pasaron tres años en los que su madre no supo puesto que él no quería dejar de estudiar y los maestros eran indiferentes al problema.

Al tiempo, Lebrón terminó sus estudios superiores y se convirtió en el primer administrador escolar latino y el más joven en la historia del Distrito.

“Da la casualidad de que 10 años más tarde regresé a Penn Treaty, pero como asistente del rector”, explicó Lebrón, quien aseguró que regresó pensando en los niños que cómo él no podían cruzar Front.

Otro boricua que como Lebrón y muchos otros aprendió a correr como “caballo” para no recibir de palos fue Ángel Dávila.

Él vivía en la calle Cuatro y la Girard y también asistió a la Penn Treaty, pero a finales de los sesenta.

“Ahora sí me vino todo el recuerdo pa’tras (sic.) En esa época la vida de los jóvenes no valía nada, si eras ‘puertorro’ o negro no podías andar caminando por la Girard”, dijo Davila.

El incidente de esa época que Davila más recuerda es el día que tuvo que  correr por las vías del tren elevado para salvar su vida.

“Yo estaba con una muchacha andando, tenía como unos 13 años, cuando de momento veo a un grupo de muchachos con palos cruzando hacia nosotros la calle. Corrimos, brincamos la máquina donde metes el ‘token’ (ficha) y corrimos en los rieles desde la calle Girard hasta la calle Berks. Ya eso, gracias a Dios no es como antes”, dijo Davila.

Además, el boricua recuerda la ocasión en la que pidió la ayuda de un policía.

“Salí de la escuela, me perseguían, corría hasta la estación de Policía que está ahí cerca y cuando llegué y le expliqué al policía, y que en ese entonces eran todos blancos, me dijo: ‘Eso te pasa por andar caminando en la Girard’”, dijo Davila.

El puertorriqueño asegura que cuando niño no entendía el por qué del racismo.

“Yo sólo pensaba ¿Si yo no le he hecho mal a nadie por qué me pasa esto”.

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