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El cambio sí es posible

Dice, entre líneas, la  historia de los pueblos que un verdadero Presidente es aquel que da más de lo que recibe; alguien que en la soledad ha pagado el precio…

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Dice, entre líneas, la  historia de los pueblos que un verdadero Presidente es aquel que da más de lo que recibe; alguien que en la soledad ha pagado el precio del liderazgo.  En el desvelo que precede la claridad de la aurora ha conocido lo que ha de hacerse, por qué, para qué, cuándo y cómo.

El Presidente de México deberá tener suficiente visión para ver más allá de su piel.  Deberá saber voltear hacia atrás para no cometer los mismos errores; a los lados, para poseer un mayor conocimiento de las necesidades de la nación, y marcar el rumbo hacia adelante.

Nuestro  presidente deberá soñar despierto, y el fuego de su espíritu le permitirá tener la osadía para confiar en que no sólo su sueño es posible, sino que debe hacerse realidad.  A pesar de las críticas, zancadillas, golpes bajos, presiones y amenazas, no se quebrará.  Mantendrá la estatura del roble que, entre más azotado por el viento, más firme en su propósito.

El Presidente Felipe Calderón prometió mejorar la calidad de vida de todos los habitantes de la nación que preside.  El país sabe que para eso se requiere un presidente recio, de convicciones, de ideales para romper el círculo vicioso miseria-ignorancia-dependencia-desesperación-violencia. 

Para ello el presidente debe pagar un tributo: pensar más allá del brillo e intereses personales, y estar dispuesto a luchar con el mismo entusiasmo por los intereses del ciudadano común, que por los asuntos nacionales e internacionales.  Muchos dicen que eso es una utopía. 

Pero los pesimistas jamás han sido buenos presidentes.

Después de un análisis exhaustivo y sereno, con la realidad en la mano, el  Presidente de México deberá rectificar el plan de trabajo para hacer vida el ideal de patria que lleva dentro.  Sabrá escuchar a sus enemigos porque son los primeros en advertir sus errores.  Será paciente porque está convencido que un pollo se obtiene empollando el huevo, no rompiendo el cascarón. 

Cuestionará sus propios juicios porque ha vivido lo suficiente para examinar por segunda vez y con cuidado lo que a primera vista no le dejaba duda. 

La sabiduría no le vendrá por azar: la buscará con afán y la alimentará con diligencia. Optará siempre por la democracia no importando que esto tome más tiempo: sabe que la manera en que un presidente toma las riendas del destino de su patria es más determinante que el destino mismo.

Un buen presidente utiliza un lenguaje ordinario para decir cosas extraordinarias: nada es tan poderoso en este mundo como una idea expresada con claridad y sencillez en el momento oportuno. 

La esperanza en Felipe Calderón ha incendiado el espíritu de millones de mexicanos de diferentes partidos, y aunque no lo creamos ha logrado que se enamoren del mismo ideal de patria que él lleva en sus entrañas.  Ha usado la razón y la imaginación para tender puentes entre lo que es y lo que puede ser.  Se ha comprometido a embestir como toro de Miura tanto el narcotráfico y la corrupción, como el importamadrismo, tres de nuestros mayores lastres nacionales.

La valía de un buen presidente se mide por la cantidad de poder y adulación que puede soportar sin envanecerse: un ser solitario entre la multitud es consecuencia del mismo liderazgo.  Sus afectos son puestos a prueba: aquellos por los que lucha son los que menos lo comprenden. 

El elevarse sobre los demás –la responsabilidad eleva– es separarse de ellos de alguna manera.  Ha renunciado a los deseos personales, aunque legítimos, por una causa superior: el servicio de su pueblo, que es una de las más excelsas formas de entrega.

Felipe Calderón, nuestro Presidente, sabrá qué hacer con un pueblo que tiene infinidad de recursos pero le falta coraje para utilizarlos.  Él sabrá cómo echar a andar los talentos y habilidades de los que han caído y piensan que solos no pueden caminar.  Cultivará el jardín de la Justicia Social en su país aunque sabe que requiere de mucha agua… la mayor parte en forma de sudor por el trabajo que deben realizar  los servidores públicos. 

Espera que todos los mexicanos tengamos el mismo amor de patria que él tiene, para que cada uno de nosotros haga lo que le corresponde, sin importar cuál sea nuestro partido, o no pertenezcamos a ninguno.  La patria necesita de todos.  Nuestra esperanza en el cambio sería vana si esperamos que el cambio se dé por sí solo, con solo desearlo.  El cambio funciona cuando la cúpula y la base se deciden a trabajar juntos.

Algunos  Presidentes de México han tenido buen barniz.  Todos decíamos al principio del gobierno de Vicente Fox que tenía muy buen barniz.  Simpático, carismático, dicharachero, agradable.  Pero hoy no son muchos los que piensan que tuvo la madera de presidente.  El barniz sí, pero la madera, no.

Nuestra esperanza aún está puesta  en el cambio que mejorará la vida de millones de mexicanos. No importa si nuestro Presidente Felipe Calderón tiene o no barniz, lo que sí tiene es madera.  Y va a cumplir su promesa de cambio cuando todos los mexicanos estemos dispuestos a cumplir nuestra parte: mejorar nuestros estilos de vida, respetar nuestras leyes,  erradicar la corrupción, abogar por el bien social, ser personas íntegras.

Un hombre solo no puede de la noche a la mañana limpiar la basura acumulada en dos siglos. Los sueños y los buenos propósitos requieren cierto tiempo para realizarse.  Queremos un México nuevo, educado, eficiente, respetuoso de las leyes. Un México próspero y democrático que sepa mirar más allá de los partidos políticos para realizar el proyecto de nación que llevamos dentro.

Dicen que algo es imposible hasta que alguien se atreve a probar lo contrario.  Einstein decía: “La mente que se abre a una nueva idea jamás volverá a su tamaño original.”  Nuestro Presidente dice que el cambio sí se puede, nosotros ¿qué decimos?