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¿Hay alguna parte de usted que aborrezca?

Investigadores analizan las causas emocionales y neurológicas del desorden TDC.

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Muchos de nosotros nos sentimos avergonzados o insatisfechos con una u otra parte de nuestro cuerpo. ¿Pero, qué tal si dicha autoconciencia sobre lo que se percibe como un defecto facial o corporal se convierte en una obsesión o paranoia que todo lo consume y le impide a la persona concentrarse en la escuela o el trabajo, ir en pos de actividades sociales consideradas normales, e incluso salir de casa para ir de compras o ver a un médico? ¿Qué tal si eso conduce a un intento de suicidio?

Esos son los desafíos que enfrentan decenas de miles de estadounidenses que padecen el trastorno dismórfico corporal, conocido como TDC, síndrome conocido por más de un siglo pero reconocido apenas en fecha reciente por el manual oficial de diagnóstico psiquiátrico.

Nuevos hallazgos

Un investigador pionero, el Dr. Jamie D. Feusner, y sus colegas en la Facultad de Medicina David Geffen en la Universidad de California, en Los Ángeles, encontró patrones en fecha reciente de actividad cerebral en personas con el trastorno dismórfico corporal que, al parecer, diferían respecto de otros. Las diferencias se presentaron en áreas involucradas relacionadas con el procesamiento visual. Mientras más severos los síntomas, más divergían las imágenes de escáner sobre la actividad cerebral en la persona, en promedio, comparado con los niveles normales, informaron los investigadores en el ejemplar de febrero de los Archivos de Psiquiatría General.

Estos cambios cerebrales pudieran contribuir a explicar cómo la gente puede centrarse excesivamente en lo que percibe como un defecto en su cara, cabello, piel o forma corporal que otros pudieran no notar; de hecho, que incluso pudiera no existir. Algunos recurren al alcohol y las drogas para intentar manejar la angustia extrema. Otros buscan cirugías cosméticas, que no logran aliviar la ansiedad e incluso pueden empeorar el problema, dejando cicatrices donde antes no se veía nada.

La Dra. Katharine A. Phillips, catedrática de psiquiatría por la Facultad de Medicina Brown, quizá sea la autoridad mejor conocida sobre el TDC y es la autora, en fechas más recientes, de “Entendiendo el Trastorno Dismórfico Corporal: Guía esencial” (“Understanding Body Dysmorphic Disorder: An Essential Guide”).

En una entrevista, Phillips describió cuán paralizante puede volverse el desorden para quienes pasan horas frente al espejo intentando “reparar” su “feo cabello” o disfrazar una mancha facial que sólo ellos pueden ver. Algunos se tallan o tocan una marca imperceptible en su piel hasta que, efectivamente, tienen una lesión visible. Otras personas no salen de casa a menos que puedan cubrir totalmente su rostro y cabello.

Muchos ubican el origen de su problema en un trauma emocional de la infancia, como ser blanco de ataques por su apariencia, abandono de los padres, tensión a causa del divorcio de los padres, o abuso emocional, sexual o físico. Sin embargo, Phillips dice que la mayoría de la gente sobrevive a dichos traumas sin desarrollar TDC, particularmente si otros factores en sus vidas impulsan su autoestima.

Más bien, explicó, todo parece indicar que el desorden tiene una combinación de bases genéticas, emocionales y neurobiológicas.

“Es probable que los genes con que nace una persona suministren una base esencial para el desarrollo del TDC”, escribió Phillips. Ella notó que en aproximadamente 20% de los casos, un padre, hermano o hijo también presentaba el desorden. Los estudios de imágenes que Feusner, Phillips y otros han llevado a cabo sugieren que algunos circuitos cerebrales pudieran estar excesivamente activos en personas con el desorden.

Uno de los presuntos factores – el énfasis social en la apariencia – es mucho menos importante de lo que se pudiera pensar. Phillips dijo que la incidencia del TDC era casi el mismo a lo largo del mundo, sin consideración a las influencias culturales. Además, a diferencia de los desórdenes alimenticios, que afectan principalmente a mujeres que buscan la delgadez de supermodelos, casi el mismo porcentaje de hombres que de mujeres presentan el síndrome dismórfico.

La buena noticia es que se ha descubierto que los tratamientos son de ayuda para un gran porcentaje de las personas que lo padecen, siempre y cuando su problema sea reconocido y ellos logren superar su vergüenza durante el tiempo suficiente para conseguir un terapeuta calificado.

Los dos enfoques más efectivos son la terapia cognitiva conductista y tratamiento con fármacos que aumentan la serotonina, ya sea individualmente o combinados. En la terapia cognitiva, los pacientes aprenden gradualmente a reordenar su pensamiento, exponer su “defecto” ante terceros y a verse a sí mismo de manera más realista como individuos plenos, en vez de ver solamente el presunto defecto.

En estudios con fármacos que incrementan la serotonina, de la mitad a tres cuartas partes de las personas con TDC han mejorado.