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Sismo acentuó divisiones que han definido a Haití por largo tiempo

En Haití, los diminutos bolsones de riqueza persisten en medio de la pobreza extrema.

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PUERTO PRÍNCIPE.- Las luces
del casino por encima de esta destrozada ciudad brillaban a medida que
los apostadores, vestidos con ropa recién planchada, llegaban en tropel a
la mesa de ruleta y las máquinas tragamonedas. En un restaurante en la
cercanía, los comensales bebían champaña Veuve Clicqot Ponsardin y
comían chuletas de cordero neozelandés a precios que rivalizan con los
de Manhattan.

A unos cuantos metros de ahí, cientos de familias desplazadas por
el terremoto languidecían bajo lonas y casas de campaña, bañándose con
cubos de agua y aliviando sus necesidades en la calle, al tiempo que
algunos niños corrían y saltaban en el pavimento repleto de basura.

Este es el distrito Petionville de Puerto Príncipe, bastión de la
clase acomodada de Haití en el flanco de una colina, donde un
destrozado sentido de normalidad ya echó raíces después del sismo de
enero. Los negocios rebosan de actividad en las lujosas boutiques,
restaurantes y centros nocturnos que han reabierto en las colinas por
encima de la capital, donde miles de personas sin hogar y hambrientas
acampan en las calles a su alrededor, a veces literalmente al pie de la
puerta de su casa.

“La gente rica a veces necesita pasar por encima de nosotros para
entrar”, comentó Judith Pierre, de 28 años de edad, quien ha vivido
durante varias semanas en una tienda con sus dos hijas frente a Magdoos,
moderno restaurante libanés donde los comensales se relajan en un
jardín y fuman tabaco saborizado de sus hookahs, o pipas turcas. Los
choferes de algunos de los clientes en el interior forman sus
camionetas deportivas de lujo junto a la casa de campaña de Pierre, en
la acera cercana a la entrada.

Haití ha tenido una estridente desigualdad por mucho tiempo, con
diminutos bolsones de riqueza persistiendo en medio de la pobreza
extrema, y el mismo Petionville era mixto económicamente antes del
sismo, con familias pobres viviendo cerca de mansiones y villas de los
ricos.

Sin embargo, el desastre ha dirigido nueva atención sobre esta
división, la cual presenta contrastes surreales a lo largo de las calles
por encima de los distritos centrales de Puerto Príncipe. Personas en
casas de campaña hediendo a drenaje viven en áreas donde haitianos
prósperos, trabajadores de ayuda humanitaria y diplomáticos vienen a
gastar su dinero y relajarse. A menudo, tan sólo una verja y un guardia
de seguridad privada, armado con una escopeta de 12mm, separan a los que
acaban de quedar sin hogar de establecimientos como Les Galeries
Rivoli, boutique donde haitianos ricos y extranjeros van de compras en
busca de relojes Raymond Weil y camisas Izod.

“No hay nada lógico con respecto a lo que ocurre justo en estos
momentos”, dijo Tatiana Wah, experta haitiana en planeación por la
Universidad de Columbia, quien está viviendo en Petionville y trabaja
como asesora del gobierno haitiano. Wah dijo que el jolgorio en algunos
centros nocturnos cerca de su casa, que son frecuentados por haitianos
ricos y extranjeros, ahora era tan estridente – o incluso más – como
antes del terremoto.

Las organizaciones no-gubernamentales “están inundando la
economía local con su gasto”, dijo, “pero no es claro que buena parte de
él esté llegando a la gente”.

Aleksandr Dobrianskiy, el propietario ucraniano del casino
Bagheera aquí en las colinas, sonrió mientras los clientes llegaban en
grandes grupos en una reciente noche de sábado, bebiendo cubas libres y
depositando fichas en las máquinas tragamonedas.

Destacó que el negocio nunca había estado mejor, atribuyendo el
repunte en su casino al dinero que está entrando a Haití para proyectos
de ayuda. Ese gasto se está filtrando a través de selectas áreas de la
economía, a medida que algunos haitianos educados obtienen empleos
trabajando con dependencias de ayuda y extranjeros traen dinero del
exterior, aplicándolo en vivienda, seguridad, transportación y
entretenimiento.

“Haití es como un submarino que acaba de chocar contra el fondo
del mar”, dijo Dobrianskiy, de 39 años de edad, quien se mudó a este
lugar hace un año y porta para su protección una pistola Glock. “No
puede ir a ningún otro lugar que no sea hacia arriba”.

A veces, los mundos de los ricos y los pobres chocan. La
criminalidad violenta y los secuestros han presentado un nivel
relativamente bajo desde el sismo. Pero, cuando

dos trabajadores de ayuda humanitaria de Médicos Sin Fronteras
fueron secuestrados afuera del exclusivo restaurante Plantation este mes
y fueron retenidos durante cinco días, el episodio sirvió de
recordatorio con respecto a cómo la pobreza de Haití podría dar origen
al resentimiento y la delincuencia.

La magnitud de la miseria económica de Haití parecía
incomprensible para muchos antes del sismo, con casi 80% de la población
viviendo con menos de 2 dólares diarios. Aquí en Petionville, una
pequeña élite en mansiones amuralladas y otros distritos ejerce un vasto
poderío económico.

Pero, con zonas de Puerto Príncipe que actualmente están en
ruinas, decenas de miles de personas desplazadas por el temblor acampan
directamente en los bastiones otrora asociados con el poder y la
riqueza, como la Place St.-Pierre (frente al elegante Hotel Kinam) y las
instalaciones de la oficina del Primer Ministro Jean-Max Bellerive.

El mayor campamento de tiendas en la ciudad, con más de 40,000
personas desplazadas, se extiende sobre las colinas del Club
Petionville, club campestre con un campo de golf que, antes del sismo,
tenía su propia página de Facebook para ex miembros. (“Tenía la mejor
Citronade; apuesto que bebí miles de ellas, sin exagerar”, decía una
remembranza.)

Las boutiques y restaurantes de Petionville presentan un marcado
contraste con la paralela realidad económica de ahora en el campamento
de Petionville Club. A través de su laberinto de tiendas, grupos de
comerciantes venden pescado seco y ñames por una fracción de lo que
cuesta la cocina francesa en exclusivos restaurantes de la cercanía,
como el Quartier Latin o La Souvenance.

Los manicuristas del campamento arreglan uñas. Un estilista en
una choza improvisada aplica extensiones de cabello. El campamento
incluso tiene su propio Cine Paradis, montado dentro de una casa de
campaña y con espacio para aproximadamente 30 personas. cobra
aproximadamente 1.50 dólares por persona para filmes como “2012”,
película del tipo de desastre del fin de los tiempos, conocida aquí como
“Apocalipsis”.

“La gente en el campamento también necesita divertirse”, destacó
Cined Milien, de 22 años de edad, el operador del Cine Paradis.

De cualquier forma, un boleto para ver “Apocalipsis” es un lujo
fuera del alcance de la mayoría de la gente que perdió su hogar en el
sismo. Algunos de los habitantes acaudalados en Petionville que han
reabierto sus negocios lo han hecho con cautela, conscientes de la mala
fortuna que persiste a la puerta de sus casas.

“para la gente es más bien difícil bailar y divertirse”, notó
Anastasia Chassagne, de 27 años de edad, propietaria de un bar de moda
en Petionville, la cual fue educada en Florida. “Pongo música, pero
realmente lenta, para que la gente que camina afuera en la calle no
oiga, algo como Oye, estas personas se están divirtiendo”.

No todos en Petionville tenían esos reparos. Dobrianskiy, el
empresario del casino, dijo sentirse complacido de que la divisa de
Haití, la gourde, se había fortalecido en fecha reciente contra del
dólar, hasta un valor superior que antes del sismo, en parte debido al
flujo entrante de dinero proveniente del extranjero.

Y en el piso encima del casino de Dobrianskiy, un centro nocturno
llamado Barak, con estridente música y cócteles a precios similares de
los hallados en Miami, atiende a una élite diferente aquí: empleados de
Naciones Unidas y extranjeros que trabajan para grupos de ayuda. Se
mezclan con docenas de mujeres haitianas vestidas de manera sugestiva y
unos pocos hombres adinerados de Haití que observan la escena.

A medida que cientos de familias desplazadas se reunieron debajo
de casas de campaña a unos cuantos metros de distancia, la música del
Barak continuó a lo largo de la noche. Un cantinero no podía mantenerse
al paso de las órdenes de cerveza Presidente.

“Quienes ya se fueron ya se fueron y están sepultados, y nosotros
no podemos hacer nada con respecto a eso”, dijo Michel Sejoure, de 21
años, haitiano que gozaba de un trago en Barak. Cuando le preguntaron
por el campamento de personas desplazadas, localizado más adelante en la
calle, dijo: ``Me gustaría ayudar pero no tengo suficiente, y el
gobierno debería ser el que ayude efectivamente a estas personas.

“Pero”, dijo por encima de la música a todo volumen, “no lo
hace”.