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Sinsabor para Obama en su victoria con la reforma

La promulgación de la mayor reforma de salud en medio siglo es apenas el comienzo de una guerra ideológica entre sus aliados y los republicanos.

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Con su partido congregado en torno a él para la atención de la salud, el presidente Barack Obama ahora tiene la seguridad, cualquiera que sea el costo final, de pasar a la historia como un presidente que encontró una manera de reformar al sistema de bienestar social del país.

Ya sea un logro histórico o un suicidio político para su partido, quizás ambas cosas, logró lo que el ex presidente Bill Clinton no consiguió al tratar de rehacer la atención de la salud estadounidense. El ex presidente George W. Bush tampoco pudo promulgar un cambio distintivo en un programa interno, su esfuerzo en el segundo mandato para crear cuentas privadas en el sistema de Seguridad Social.

En el centro de la estrategia de Obama está la observación en cuanto a que los republicanos exageraron al tratar de presentar a la iniciativa de ley como un giro hacia el socialismo. Impulsados por el enojo antigubernamental del movimiento Motín del Té, los republicanos apostaron demasiado a la idea de que pueden proteger al país actuando como lo que los demócratas llaman alegremente el “Partido del No”.

Ahora, armados con una legislación que ofrece beneficios concretos a millones de personas -y que promete garantizar seguro para muchos para quienes era inasequible o inalcanzable-, la Casa Blanca y los demócratas creen que pudieron haber sacado ventaja.

Sin embargo, no hay duda que en el transcurso de este debate, Obama perdió algo. Se fue la promesa que lo llevó a la victoria hace menos de año y medio, una de un Washington “pospartidista”, donde la racionalidad y el discurso calmado remplazaran a las disputas partidistas.

En la memoria moderna no hay una sola legislación importante que se haya aprobado sin un solo voto republicano. Incluso el entonces presidente Lyndon B. Johnson logró que casi la mitad de los republicanos en la Cámara de Representantes votara por Medicare en 1965, una ley denunciada con muchas de las mismas palabras usadas para oponerse a la presente. Esa puede ser la verdadera medida de cuánto ha cambiado en Washington en los siguientes 45 años, y cómo la propia estrategia de Obama está cambiando con el descubrimiento de que simplemente no funcionará el enfoque de gobernar que tenía en mente.

“Afrontémoslo, falló en el esfuerzo de ser el Presidente no polarizante, el que puede usar el debate racional y tranquilo para tender puentes en nuestras divisiones tradicionales”, señaló Peter Beinart, un ensayista liberal que va a publicar una historia de la arrogancia en la política de EE.UU.

Pero, a pesar de los beneficios que supone la reforma, la discusión por el nuevo sistema sanitario dejó al país más dividido. Entre más habló Obama, sus oponentes republicanos decidieron más que su mejor estrategia era atrincherarse y defender el status quo. Si aumentan los déficits, si las estimaciones de la Oficina del Presupuesto del Congreso resultan fantasiosas, podrán argumentar que Obama expandió el Gobierno en un momento en el que el país simplemente no podía darse el lujo de otro derecho más.

Sin embargo, pasarán años para saber si las peores predicciones de los republicanos o la visión de Obama de una atención casi universal asequible se parecerán a la realidad. Entre tanto, Obama puede decir creíblemente, por primera vez en su presidencia, que demostró estar dispuesto a arriesgar todo para convertir sus convicciones en legislación.

Los republicanos combatirán la ley en las urnas y los tribunales

La batalla legislativa se acaba, pero empieza otra batalla: la política y la judicial. Una nueva fase del debate sobre la reforma sanitaria -que, visto en perspectiva, dura desde hace un siglo, desde que Theodore Roosevelt pidió la cobertura universal- empezó cuando Obama firmó la ley.  Fiscales generales republicanos de once estados anunciaron el mismo día de aprobación de la ley recursos contra la reforma, que supuestamente vulnera las competencias y la soberanía de los estados.

Estados como Virginia argumentan que obligar a todos los residentes en el país a contratar un seguro sanitario -uno de los ejes de la ley- es anticonstitucional. Decenas de estados han adoptado en los últimos meses leyes y resoluciones para desactivar aspectos concretos de la reforma.

La reforma ha desatado una pugna entre el Gobierno y los estados, que acusan a Washington de invadir sus competencias y vulnerar las normas del federalismo. Si los recursos alcanzasen al Tribunal Supremo, actualmente inclinado a posiciones conservadoras, no sería descartable que este anulase partes de la ley.

La minoría promete todo tipo de maniobras dilatorias.

A corto plazo, la vía más realista para que los republicanos torpedeen la reforma es la electoral. Los estadounidenses están convocados a las urnas en noviembre para renovar la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, ahora en manos de los demócratas.

“Todas las elecciones serán un referéndum sobre la ley sanitaria”, adelantó hace unos días Mitch McConnell, líder republicano en el Senado. El senador John McCain, rival de Obama en las presidenciales del 2008, se declaró esta semana en la cadena ABC asqueado por “la euforia” en Washington, y dijo que fuera de la capital federal “el pueblo americano está muy enfadado”. En su programa radiofónico, el locutor Rush Limbaugh, ideólogo del sector más radical de la derecha, dijo: “Debemos derrotar a estos bastardos. Debemos barrerlos”.

Los republicanos pretenden hacerse con el control del Congreso y entonces revocar la ley, o las partes que más les desagradan. La estrategia es arriesgada. Los demócratas intentarán vender la reforma -adoptada pese a que es ampliamente impopular- subrayando sus aspectos más amables. Por ejemplo, la ampliación de la cobertura para los hijos con el seguro de los padres hasta los 26 años. ¿Qué republicano hará campaña contra esto? Obama ha insistido en que no le importaban tanto los efectos electorales de la reforma como sus efectos prácticos en los estadounidenses. Algunos analistas sostienen ahora que incluso podría beneficiarle electoralmente.