LIVE STREAMING

Política sucia

Me insistió mi amiga Anabelle que me reuniera con ella a almorzar en su country club, en el que dos semanas antes se había realizado un evento del grupo Tea…

MÁS EN ESTA SECCIÓN

Celebrando todo el año

Fighting Sargassum

Community Colleges

La lucha de las mujeres

COMPARTA ESTE CONTENIDO:

Me insistió mi amiga Anabelle que me reuniera con ella a almorzar en su country club, en el que dos semanas antes se había realizado un evento del grupo Tea Party. Estaba molesta porque le continuaban llegando correos electrónicos de amigos que ella pensaba tenían mejor criterio. Muchos de ellos son personas de tercera edad, todos son republicanos, y la mayoría es pudiente. Las misivas, que se dispersaban cual virus, son muy mordaces, inflamatorias, y profieren acusaciones ofensivas referentes a los comunistas y presunta ocupación del gobierno por socialistas, alegando que la amenaza proviene de los demócratas y del presidente.

La carencia de una normalidad aceptable es lo que molesta a Anabelle. Me cuenta de haber asistido a una reunión de su distrito electoral en la que se sintió agredida por sus correligionarios republicanos por tener perspectivas moderadas. Como consecuencia de su pensar independiente acerca de la religión, la política y asuntos entre la iglesia y el estado, está próxima a perder a una amiga muy querida.

Las riñas, explica, ya no parecen ser sobre perspectivas distintas sino que están debilitando la argamasa que sostenía partes del partido republicano que ella conocía. El tener la misma opinión se ha convertido en un tema de lealtad, y Anabelle sentía que tenía razón pero que se encontraba fundamentalmente sola.

Su invitación me llegó en un momento particularmente propicio, ya que justo el día anterior me había topado con una amiga republicana que es una candidata con espíritu pero sin esperanza para un cargo con el condado a votarse durante la primaria de marzo. Me contó cómo ella estaba coordinando una iniciativa para reclutar a más hispanos republicanos. Comenzó su cantaleta de cómo los hispanos son, básicamente, “liberales sociales y conservadores fiscales”, o alguna variante de lo mismo.

Todo eso me ha sonado a racionalización de índole altiva siempre, y le escuché con cortesía. Entonces me confesó del dominio completo que tienen los dirigentes locales sobre las palancas del poder y cómo dificultan el progreso de los hispanos republicanos moderados. No obstante, el número de candidatos latinos que había durante la primaria fue impresionante, dados los impedimentos que impone el partido y el tener que pelearse con miembros del partido quienes creen tener el derecho de imponer su estrecha definición de quién puede pertenecer al partido.

Durante el almuerzo le hablé a Anabelle del escritor de Oregon, Robert Leo Heilman, quien se tomó el trabajo de explicar por qué fue que alguien regó un balde de excremento una noche por toda la ventana delantera de una oficina local del partido demócrata en Roseburg, dentro de la que se encontraba una figura recortada tamaño natural del presidente Obama.

Me di cuenta que debía haber esperado otro momento, y no durante un almuerzo, para contarle de la suciedad que llevó a que Heilman narrara algo sobre un gorila en el parque Griffith en Los Ángeles hace unos cincuenta años.

De vez en cuando, uno o dos patanes irían a agitar al gorila aislado y encarcelado, escribió en el Oregon Quarterly, hasta provocar que lance excremento como expresión de su vida llena de temor y tensión.

Los simios, nos cuenta Heilman, tienen glándulas adrenales altamente activas de las que surge su instinto por pelear o huir, a diferencia de los seres humanos, quienes tenemos la capacidad de mantener la calma enfrentados con la adversidad. La cualidad de poder mantener la calma es lo que separa al ser humano de los simios y lo que ha permitido que la sociedad y la civilización evolucionen, en vez de vivir una vida de brutos entre los matorrales. “Son humanos sólo los que expresan y sienten confianza y amor”, comenta Heilman.

La actual proliferación de insultos políticos tiene menos que hacer con la ideología, que con la incapacidad de confiar. “El no confiar en nadie es, tal vez, peor que no tener quicio – puede ser atávico, simiesco, algo menos que humano”, redacta Heilman.  La incapacidad de confiar, como implemento político, aumenta la adrenalina, causa la frustración, y divide a los grupos entre los que participan y los que no.

Desde el verano pasado, hemos sido testigos de reuniones municipales, mitines, congresos y conferencias, gritos, altos decibeles, lemas feos, armas blandidas y lugares comunes ofensivos – todo intencionado para provocar ira. Las miradas severas, los rostros de venganza y retribución, la falta de serenidad y calma. Esa política no trata del razonamiento, la comprensión y la creación sino de lanzar y arrojar.

El mejor consejo para los héroes valientes de mentalidad cívica que intentan fomentar el cambio dentro de su partido, es que agachen la cabeza cuando ven que les lanzan algo.