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El nuevo nombre de la paz

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Del 27 al 31 de enero, cinco días consecutivos, jefes de Estado, ministros de Finanzas, gobernadores de bancos centrales, dirigentes empresariales, ONGs, y 2,500 asistentes trataron de buscar en Davos, Suiza, soluciones a la crisis financiera global.

Klaud Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, declaró que la 40ava. reunión ha sido la más pesimista de su historia, la más oscura desde el punto de vista económico. Hizo hincapié en la alerta máxima que supone la crisis global, ya que ésta podría crear reacciones sociales impredecibles y el resurgimiento del nacionalismo y proteccionismo a favor del sálvese quién pueda.

En el FEM ha quedado claro que el conflicto, originado por la crisis financiera anterior, tendrá consecuencias sociales y también políticas. Las reducciones de empleos van a ser inevitables en todo el mundo, por lo que parecen también inevitables reacciones sociales violentas contra el capitalismo.

Se maneja la cifra de que la crisis global, que ha arrastrado el crecimiento económico al nivel más bajo desde la Segunda Guerra Mundial, podría dejar cincuenta millones de  nuevos desempleados. Los líderes políticos llevan la consigna que deberán comunicar a los contribuyentes que hay que rescatar el mercado global, el comercio libre, y que las empresas internacionales deben pagar impuestos.  Se afirmó que nadie quiere volver al comunismo, ni al exceso de regulación de los años sesenta y setenta, y por ello es urgente reaccionar a la problemática para buscar soluciones.

El Foro Económico ha puesto muchas expectativas en la reunión que el G-20 celebrará en Londres a comienzos de abril, en la que se deberá definir el esqueleto del nuevo sistema financiero global y mostrar un liderazgo claro, y en este último punto ha señalado el optimismo de Obama: “Sí se puede, sí se puede.” Se bucará una solución orientada al desarrollo auténtico en la sociedad de hombres, mujeres y niños; un estilo de relaciones comerciales que respete y promueva en toda su dimensión a la persona humana. La reunión del FEM hizo un llamado a la conciencia: el desarrollo de los pueblos, aunque está bien lejos todavía de haberse alcanzado, el propósito sigue en pie: reconstruir la economía global para asegurar un crecimiento equilibrado y sustentable.

 Estamos sometidos a un movimiento de continua aceleración, el cual multiplica y  hace aún más complejos los fenómenos que nos toca vivir. El terremoto en Haití presentó aspectos totalmente infrahumanos cuyas imágenes estremecieron al mundo al constatar las situaciones de miseria y subdesarrollo en las que viven tantos millones de seres humanos, no sólo allí, sino en todos los cinturones de miseria que circundan las grandes ciudades de los países desarrollados y en vías de desarrollo.

En la vida de los pueblos se da una velocidad diversa de aceleración, que aumenta las distancias.  Los países en vías de desarrollo, especialmente los más pobres, se encuentran en una situación de gravísimo retraso. La unidad del mundo, la del género humano, está seriamente comprometida porque el desequilibrio es enorme. Así nace el deber y la exigencia de las naciones más desarrolladas que se han reunido en Davos, para  crear una concepción más rica de calidad de vida como patrimonio universal a la humanidad.

Por desgracia, en el aspecto económico, los países en vías de desarrollo son muchos más que los desarrollados.  Multitudes humanas carecen de los bienes y servicios básicos.  Hablar de desarrollo exige considerar la perspectiva de la interdependencia universal. El verdadero desarrollo no consiste en una mera acumulación de riquezas, o en la mayor disponibilidad de bienes y servicios si esta se obtiene a costa del subdesarrollo de muchos, sin considerar la dimensión social, cultural y espiritual del ser humano.

La cuestión social ha adquirido enorme importancia porque la exigencia de justicia puede ser satisfecha únicamente mediante el equilibrio.  Cerrar los ojos a esta exigencia favorece el resurgimiento de una respuesta violenta por parte de las víctimas de la injusticia, origen de muchas guerras. No hay manera de justificar el hecho de que grandes cantidades de dinero que deberían destinarse al desarrollo de los pueblos sean utilizados para el enriquecimiento de unos cuantos individuos y de empresas transnacionales, o para la compra de armas, tanto en los países desarrollados como en aquellos en vías de desarrollo.

Las poblaciones excluidas de la distribución equitativa de los bienes destinados en origen a todos, exigen una respuesta. La guerra no es la solución. Bien decía el Papa Pablo VI: “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz”.

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