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Un teléfono celular en Haití para cada tragedia

Los haitianos no dejan de usar los celulares para lo que nadie imaginó que podrían servir.

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Aunque haya escasez de comida,
falte dinero y un techo sea un lujo en Puerto Príncipe, los
haitianos no dejan de usar los teléfonos celulares con fines para
los que probablemente nadie imaginó que podrían servir.

¿Dónde están repartiendo comida?. ¿Qué supiste de mi vecino?.
Dile a todo el mundo que tengo celular (y por lo tanto estoy vivo)
son algunas de las cosas que se escuchan desde el pasado 12 de enero
en los teléfonos celulares de Haití, una de las pocas cosas que
funcionan en un país golpeado profundamente por un terremoto.

Las escenas surrealistas que acompañan cualquier paseo por Puerto
Príncipe dejan estampas como las de colas kilométricas, no para
esperar el reparto de alimentos, sino para comprar una tarjeta de
móvil o personas que duermen en la calle apenas protegidos por una
sábana mal asida de algún soporte y se alumbran con un teléfono
celular.

Dormir en la calle, algo que hacen decenas de miles de personas
cada noche en Puerto Príncipe, es una cuestión de seguridad básica
ante la falta de una vivienda o el temor a que las que siguen en pie
terminen derrumbándose.

Tener un teléfono celular, también.

"Hay mucha gente que anda por las calles buscando algo para comer
y se avisan adónde ir con el teléfono, a los lugares en que reparte
comida la ONU o alguna embajada", explicó a EFE Francois Johnson, un
joven técnico en reparación de frigoríficos reconvertido en estación
de servicio andante para celulares.

Johnson, de 26 años, se baja cada día a una de las principales
avenidas que conectan el barrio de Petion Ville con el centro de
Puerto Príncipe y, allí, coloca dos baterías de automóvil y dos
regletas con enchufes para poder cargar más de una docena de
teléfonos celulares a la vez.

"No se gana mucho, cada carga cuesta 25 gourdas (un dólar son
unos 35 gourdas) y en un día se pueden ganar unos 300 gourdas (poco
más de ocho dólares)", explicó, ante unas baterías que, jura, tenía
ya antes del terremoto.

Como Johnson, cientos de haitianos pueblan esquinas y aceras con
tomas de corriente, fundas para celulares, improvisados talleres de
telefonía montados con un tablón y un destornillador, comerciantes
de tarjetas prepago y oferentes de aparatos con los que hacer una
llamada al exterior para pedir remesas.

Según el joven, mucha gente hace ahora negocios con los celulares
gracias a lo que pudo sacar de las ruinas de los comercios o lo que
simplemente fue apareciendo en las calles.

En Haití, hay tres compañía de celulares: Voilá, Digicel y
Haitel, y según dice Angelo, un joven dedicado a la venta de
accesorios, funcionaban apenas días después del terremoto.

No lejos del lugar donde está Angelo, un nutrido grupo de
trabajadores sacan a marchas forzadas los escombros de un gran
edificio derrumbado por el fuerte seísmo, en uno de los pocos casos
de reconstrucción con maquinaria pesada y recursos que se pueden ver
en la capital haitiana. El edificio que arreglan es una sede de
Digicel.

En los campos de refugiados, la situación es la misma. A la
entrada del Estadio Nacional, desde hace semanas convertido en uno
de los principales puntos de acogida de la ciudad, médicos
voluntarios y funcionarios de Naciones Unidas desfilan ante mesas
con enchufes para teléfonos.

"Yo tenía una casa y ahora no tengo nada, lo único que puedo
hacer es esto para poder sacar dinero y seguir adelante", indicó a
EFE Gerard, un profesor de matemáticas de 50 años que vive desde el
pasado día 15 en ese campo y que logró rescatar la batería de su
vehículo destrozado para enchufarla a una regleta.

Asegura que la preocupación de la gente por acudir cada mañana a
resucitar su teléfono móvil le abre una posibilidad a él para hacer
lo mismo con su vida.

"No puedo hacer nada más. En un terremoto no se pueden dar clases
de matemáticas", dijo.

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