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Honduras vuelve a la "normalidad"

El 26 de enero, 24 horas antes de tomar posesión como nuevo presidente electo de Honduras, Porfirio “Pepe” Lobo ya contaba con la normalización de las…

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El 26 de enero, 24 horas antes de tomar posesión como nuevo presidente electo de Honduras, Porfirio “Pepe” Lobo ya contaba con la normalización de las relaciones con Estados Unidos.

“A partir de mañana,” le dijo a periodistas que le preguntaban sobre la ruptura con su vecino del norte, “todo se normalizará”.

Sería justo decir que Lobo no peca de confianza excesiva. Ese mismo día, el principal diplomático estadounidense para América Latina, el secretario asistente de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, Arturo Valenzuela, llegó a Tegucigalpa como líder de la delegación enviada por el presidente Obama para asistir a la asunción del mandatario hondureño.

Meses antes, y a diferencia de los gobiernos de países como Brasil y Venezuela, Estados Unidos abandonó la postura quijotesca de que el retorno del presidente depuesto, Manuel Zelaya, sería la única solución a la crisis política en Honduras. En cambio, Washington apoyó las elecciones presidenciales como la salida más conveniente.

La apuesta fue acertada. De hecho, las elecciones del 29 de noviembre de 2009 representaron el fin del gobierno de facto de Roberto Micheletti y una derrota sólida del partido golpista. El Partido Nacional de Lobo tiene ahora una mayoría considerable en el Congreso y en las alcaldías a lo largo del país.

En su discurso inaugural, Lobo dejó claro que cualquier retorno a la normalidad en Honduras no significará más de lo mismo. Se comprometió a formar una comisión de la verdad para detallar los eventos que llevaron al golpe de Estado del 28 de junio de 2009 y las violaciones de derechos humanos que ocurrieron después. También prometió mejorar la calidad de vida de los pobres y reducir la brecha creciente entre ricos y pobres.

El gobernante interrumpió su discurso para firmar un decreto de amnistía política a favor de Zelaya y de aquellos involucrados en su destitución. “La familia hondureña comienza a reconciliarse”, dijo Lobo.

Pero, para que su presidencia sobreviva y su partido tenga éxito, el nuevo mandatario no podrá quedarse simplemente en discursos en pro de esa agenda de reconciliación.

Honduras es el mismo país de antes. Los miles que salieron a protestar en las calles no lo hicieron sólo para respaldar a Zelaya tras su salida abrupta del poder. Esa coalición amplia de hondureños está cansada del sistema y ha demostrado determinación política. Sus líderes aseguran que no dejarán de presionar hasta que las autoridades reformen la Constitución a favor de una sociedad más incluyente.

En el extremo opuesto, Lobo enfrenta elites afianzadas y poderosos intereses económicos acostumbrados a salirse con la suya. En diciembre pasado, como prueba reciente de su poder, magnates petroleros en Honduras recuperaron el privilegio de sacar provecho excesivo de las importaciones de combustibles. Este hecho frustró un esfuerzo de seis años encabezado por Juliette Handal y otros activistas locales para eliminar la fijación arbitraria de precios y permitir la competencia internacional.

En vista del malabarismo político sin precedentes que enfrenta el nuevo dirigente hondureño, observadores de Estados Unidos creen que Washington tiene una oportunidad de usar su influencia económica para mantener vivos los esfuerzos de reconciliación.

Este gigante norteamericano es el principal socio económico de Honduras. Representa 90 por ciento de sus exportaciones, casi 75 por ciento de la inversión extranjera y una buena parte de la asistencia internacional. Las remesas, que equivalen a 18 por ciento del producto interno bruto, provienen en su mayoría de inmigrantes hondureños que viven en esta nación.

Vicki Gass, de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos, cree que Estados Unidos debe insistir en reformas urgentes como condiciones para restaurar la ayuda y el acercamiento. Honduras debe enmendar sus leyes de impuestos que protegen a ricas empresas multinacionales y combatir la corrupción, que le cuesta al país 10 por ciento de su presupuesto anual, según dijo.

Sin embargo, Gass y otros expertos no lo dan por sentado y no creen que Estados Unidos insista en las reformas por un simple ideal altruista. “La élite hondureña ha demostrado cuán resuelta está a defenderse”, dijo Jennifer McCoy, directora del Programa de las Américas del Centro Carter. Y eso la lleva a predecir que Washington sólo presionará por cambios graduales.

Lo único que puede impulsar una respuesta estadounidense más activa es una oposición más organizada, que el golpe irónicamente ayudó a fortalecer. No obstante, la resistencia -como ahora se llama a la oposición en Tegucigalpa-tendrá dificultades para ser escuchada. Como en varios países latinoamericanos, los oponentes al Gobierno se enfrentan a medios de comunicación en manos de unos pocos empresarios, que tienen interés en mantener el status quo.

Handal cree que los medios y otros poderes tradicionales no han comprendido plenamente lo que viene. “Esto no queda aquí”, dijo en una entrevista desde Honduras. Ella teme que aquellos que descalifican las marchas recientes como la labor de un puñado de agitadores están engañados. Eso significa que “no quieren ver la realidad” que representa Honduras hoy.

(Marcela Sánchez ha sido periodista en Washington desde comienzos de los noventa y ha escrito una columna semanal hace siete años.)

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