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Prósperidad, primera prioridad

“Se acabó el romance con la política exterior de Obama,” me dijo recientemente un diplomático latinoamericano. Y en el New York Times el mes pasado Marco…

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A comienzos de la administración Bush en 2001, había grandes expectativas en América Latina debido a que el nuevo líder estadounidense había prometido convertir el nuevo siglo en el Siglo de las Américas. Los ataques del 11 de Septiembre y sus efectos, sin embargo, rápidamente defraudaron las esperanzas de integración y prosperidad compartida y en cambio dieron paso a una era de decepción mutua y recriminaciones.

Pasemos ahora a comienzos de 2009. De nuevo las esperanzas eran grandes con la promesa del Presidente Obama de un “nuevo capítulo” en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina basado en el respeto mutuo y la cooperación. Luego vino el golpe de estado en Honduras el 28 de junio y los esfuerzos de Washington para restaurar el orden democrático se burlaron de la democracia misma, según algunos funcionarios latinoamericanos.

“Se acabó el romance con la política exterior de Obama,” me dijo recientemente un diplomático latinoamericano. Y en el New York Times el mes pasado Marco Aurelio García, alto consejero del Presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva hizo eco a ese sentimiento: “la verdad es que hasta ahora tenemos un agudo sentimiento de desilusión”.

Carmen Lomellin, nueva representante permanente a la Organización de Estados Americanos por Estados Unidos, se ofendió ante tales reacciones que desconocían el progreso logrado en la resolución de la crisis en Honduras y rechazó “la hostilidad, la actitud retrógrada, los tonos acusatorios y las versiones históricas inexactas” de algunos de sus colegas.

El desencanto es mutuo y, para algunos, marca el comienzo del retorno a las divisiones entre Estados Unidos y sus vecinos del sur. Según ellos, la historia se está repitiendo con fórmula de Karl Marx: primero como tragedia y luego como farsa.

Pero ¿tanto así?

Durante los años Bush, la brecha entre Estados Unidos y América Latina resultó de la doctrina de seguridad como primera prioridad propugnada por el mandatario estadounidense. Si bien los países de la región habían declarado el ataque terrorista a Estados Unidos como un ataque a todos, cuando llegó la guerra en Irak casi cuatro de cada cinco países de la región optaron por no unirse a la “coalición de los voluntarios” liderada por Bush.

Para la mayoría en la región las razones eran simples: aunque las amenazas a la seguridad en América Latina eran graves y requerían de cooperación internacional para confrontarlas, Saddam Hussein – a miles de kilómetros de sus poblaciones pobres y desilusionadas – tenía poco que ver con esas amenazas. Con el tiempo, el distanciamiento entre los países que estaban, o bien “con nosotros” o bien “en contra nuestra”, se hizo más marcado.

Algunos dicen que ahora es lo mismo. Las preocupaciones de seguridad de la región continúan girando alrededor de asuntos internos y la fuerza desestabilizadora del crimen organizado y las pandillas. Entre tanto, las prioridades de seguridad de Estados Unidos continúan en otra parte, afirman, tal como lo evidenció el discurso de Obama del 1 de diciembre sobre Afganistán.

Sin embargo, la nueva política de seguridad de Washington hace distinciones importantes. Que América Latina apoye el esfuerzo estadounidense en Afganistán es secundario para Obama, pues no lo usa como prueba de lealtad a Estados Unidos.

Más importante aún es el hecho de que Obama esté buscando reenfocar y estrechar el papel militar en el exterior mientras amplía la definición de seguridad no solo con el propósito de combatir el terrorismo sino también de generar prosperidad en su país.

“Ahora que estamos terminando la guerra en Irak y haciendo la transición a Afganistán, debemos reconstruir nuestra fuerza aquí en casa”, le dijo Obama a los cadetes de West Point el 1 de diciembre. “La nación que estoy más interesado en construir es la nuestra”.

Es difícil imaginar una región que se beneficie más del enfoque de prosperidad como primera prioridad, que América Latina. Incluso Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, cuya Alianza Bolivariana de las Américas fue creada como una alternativa al Área de Libre Comercio de las Américas impulsada por Washington, cuentan con Estados Unidos como su principal socio comercial. La posibilidad de un constructivo acercamiento aumenta con este tipo de alineamiento de intereses. El distanciamiento se está reduciendo.

No obstante, esperar un acercamiento instantáneo y vigoroso de Estados Unidos a la región no es realista. En sus 11 meses de mandato, Obama ha demostrado un enfoque pragmático en su política exterior. No busca imponer valores estadounidenses en el exterior, su meta es servir los intereses nacionales de Estados Unidos y dejarle a otros la vigilancia del mundo.

En ese sentido, líderes latinoamericanos harían bien en ser más pragmáticos y desprenderse de sus posiciones moralistas ante los acontecimientos en Honduras. Ellos están plenamente conscientes de que en los últimos años la amenaza más grave a la democracia en la región no ha sido su interrupción sino el abuso de poder por parte de líderes elegidos democráticamente que alteran fundamentalmente el orden democrático. Si se hubiera hecho algo a tiempo sobre esto último en Honduras, lo primero se habría podido evitar.

Funcionarios de alto nivel de Obama han expresado su voluntad, como lo puso uno de ellos, de “crear mecanismos mejores y más fuertes para la defensa colectiva de la democracia en el Hemisferio Occidental”. Eso tal vez no suene tan poético como ciertas elevadas ambiciones expresadas por los predecesores de Obama. Pero si dichos esfuerzos tienen éxito, podrían hacer más por América Latina que aquellas metas no alcanzas del pasado que sirvieron sobre todo para cosechar frustración.

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