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El Despacho Oval cumple cien años de intrigas, guerras... y líos de faldas

La oficina presidencial ha sido escenario de los momentos más memorables de EE.UU., para lo bueno y para lo malo.

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El ex presidente de EE.UU.,a (i), conversando con su sucesor en el cargo y actual presidente estadounidense, Barack Obama (d), en el Despacho Oval de la Casa Blanca.

El Despacho Oval, que si pudiera hablar tantas cosas contaría sobre la declaración de guerras, crisis mundiales ... y líos de faldas, cumple este octubre su primer centenario.

Fue el 31 de octubre de 1909 cuando, según los datos que maneja la Oficina del Historiador de la Casa Blanca, se introdujeron los muebles en la sala que pasaría a ser la oficina del hombre más poderoso del mundo, el presidente de Estados Unidos.

La construcción del pabellón de oficinas de la Casa Blanca, lo que con el tiempo pasaría a conocerse como el Ala Oeste, había comenzado en 1902, durante el mandato de Theodore Roosevelt. Hasta entonces, el despacho presidencial se encontraba en lo que hoy es el Dormitorio Lincoln.

Pero fue William Howard Taft el que ordenó la ampliación del Ala Oeste y la conversión de lo que había sido entonces el despacho del jefe de Gabinete, que tenía un extremo redondo, en un óvalo completo, para transformarlo en su oficina.

La decoración inicial, según la Oficina del Historiador, incluía un parqué de cuadros, hecho con madera de mahajua filipina, cortinas de seda y terciopelo y sillones tapizados con piel de caribú. El color dominante era el verde oliva.

Un incendio en 1929 obligó a reconstruir por completo el Ala Oeste durante el mandato de Edgard Hoover. Su sucesor, Franklin D Roosevelt, optó por una remodelación que diera espacio a más funcionarios.

Los cambios de Roosevelt incluyeron el traslado del Despacho a su actual emplazamiento, en la esquina sureste, donde anteriormente se situaba el secadero de ropa y que permitió dotarlo de ventanales que miraran al sur y al este, dándole mucha más luz.

La reforma, completada en 1934, permitió también agrandarlo ligeramente, sesenta centímetros a lo largo y sesenta centímetros a lo ancho. Fue entonces cuando se le añadió en el techo el sello presidencial.

Desde entonces, su estructura ha permanecido invariable y tan sólo se ha alterado la decoración. Prácticamente cada presidente, con la excepción de Eisenhower y Jimmy Carter -y, por el momento, Barack Obama- ha optado por encargar cortinas y alfombras nuevas.

La manía de practicar golf del presidente Eisenhower destrozó el suelo original. Hubo que repararlo, primero con linóleo y después, cuando Ronald Reagan se cansó de ese material, de nuevo con parqué.

Fotografías como la célebre en la que el pequeño “John John” Kennedy salía entre las piernas de su padre por debajo del escritorio “Resolute” -hecho con la madera de una fragata británica y regalo de la reina Victoria de Inglaterra- se hicieron míticas.

Con la llegada de la televisión, las imágenes del despacho se asociaron a algunos de los momentos más solemnes de la historia reciente de EE.UU.

Desde allí, el presidente Kennedy informó a la nación de la crisis de los misiles cubanos. Richard Nixon anunció su dimisión tras el escándalo Watergate. Reagan reaccionó después de que el transbordador espacial Challenger se desintegrara en el espacio.

También entre esas paredes curvas George Bush declaró la guerra a Irak en enero de 1990. Trece años y dos meses más tarde, en marzo de 2002, su hijo George W. Bush protagonizaría la misma escena.

George W. Bush fue también el responsable de dirigirse al país la noche tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Pero si el Despacho Oval ha sido testigo de algunos de los momentos más solemnes de la historia de EE.UU., también lo ha sido de sus momentos más escabrosos.

Y más que la guerra de Irak o la dimisión de Nixon, su nombre evoca el de la becaria Monica Lewinsky y su “relación impropia” con Bill Clinton.

Quién, aún hoy, no recuerda los lúbricos detalles, publicados en el informe del fiscal Kenneth Starr, acerca de lo que sucedía en el despacho durante las visitas de la becaria al mandatario.

O las explicaciones, desde el “no tuve sexo con esa mujer” hasta el “depende de lo que sea ‘es’”, que tuvo que dar Clinton en el juicio político que se le siguió, el primero de la Historia contra un presidente de EE.UU., a raíz del escándalo.

Como escenario de los momentos más memorables de EE.UU., para lo bueno y para lo malo, lo cierto es que el Despacho Oval no deja a nadie indiferente.