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Quieren privar de la identidad cultural a latinos

En la guerra contra los hispanos, algunos intentan incluso cambiarles nombre.  

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Por si fuera poca la amenaza de ser
deportados, ahora los inmigrantes en ciudades como Dallas han
afrontado multas por no hablar inglés y, en un caso extremo, el
dueño de un decrépito hotel en Nuevo México les ha obligado a
cambiar sus nombres por la versión anglosajona.

Ambos casos recibieron amplia cobertura mediática en los últimos
días y aunque podrían achacarse a un error "inocente" o un "mal
entendido", han dejado la percepción de que los inmigrantes con
apellidos latinos son blanco de una campaña que busca privarles
también de su identidad cultural.

Es lamentable que algunos no vean ni entiendan cómo estas medidas
hieren las sensibilidades de una comunidad inmigrante que ha hecho
de Estados Unidos su país adoptivo, han quemado naves y están acá
para quedarse.

En el caso de Dallas, el viernes pasado se informó que en los
últimos tres años la policía local impuso multas a al menos 39
conductores por el cargo de no hablar inglés.

El jefe de la policía de Dallas, David Kunkle, ha prometido
investigar el asunto en las próximas semanas para determinar si
habrá medidas disciplinarias contra los policías involucrados.

También se comprometió a reembolsar a cada uno de los inmigrantes
los 204 dólares que pagó por el cargo inexistente.

El propio Kundle, un poco avergonzado quizá, admitió sorpresa
ante el incidente porque "en mi mundo, jamás le diría a alguien que
no hable español".

El escándalo se destapó el pasado día 2, cuando una inmigrante
fue detenida por un policía tras hacer un cambio de sentido ilegal
-giró en "U" donde no debía- y fue acusada de desobedecer una señal
de tránsito, no mostrar su licencia de conducir y ser "una
conductora que no habla inglés".

Kundle dejó entrever que fue un error tanto del policía como del
supervisor que dio el visto bueno a la multa.

La inmigrante en cuestión, Ernestina Mondragón, apeló los tres
cargos que, según su hija, fueron eliminados.

También está el caso de Larry Whitten, un ex Infante de Marina
convertido en empresario que se trasladó a Taos (Nuevo México) a
finales de julio pasado con la misión de remodelar un decrépito
hotel.

Sólo que llegó imponiendo reglas, como prohibir hablar español en
su presencia y el obligar a algunos de sus empleados hispanos a
cambiarse los nombres a una versión "anglosajona".

Sus clientes, al parecer, no podían pronunciar nombres tan
difíciles como Marcos o Martín.

Pero este empresario de 63 años nunca se imaginó que si bien su
estilo de gestión le surtió efecto durante 40 años en otras partes
del suroeste de EEUU, en ese pueblo al pie de las montañas de la
Sangre de Cristo, con una fortísima presencia y tradición hispana,
la reacción sería distinta.

Así, varios empleados que fueron despedidos -según Whitten por
hostiles e insubordinados- sumaron fuerzas con otros vecinos y le
montaron una protesta frente al hotel Paragon Inn, atrayendo una
indeseable atención mediática.

Whitten asegura que todo fue un mal entendido y que no fue su
intención ofender a nadie, pese a que según la prensa local se
refirió despectivamente a los vecinos del área.

En vez de recurrir a medidas tan drásticas para la integración de
los inmigrantes, tanto la policía de Dallas como Whitten harían bien
en copiar el ejemplo de individuos y agrupaciones que sí facilitan
ese proceso en la sociedad estadounidense.

Además, lejos están los días a principios de la década de 1900 en
que muchos de los inmigrantes que pasaron "inspección" en Ellis
Island, Nueva York, se cambiaron voluntariamente el nombre a uno
"más americanizado".

Pero lo hicieron porque pensaron que eso simplificaría las cosas
en sus sitios de trabajo o la integración de sus hijos a los
colegios, y porque entonces no existía el complejo entramado de
reglas y leyes federales sobre la protección de identidad.

La integración del inmigrante tiene poco que ver con la rareza o
dificultad de su nombre y, ante el drástico cambio demográfico de
Estados Unidos en las últimas décadas -casi no queda un rincón sin
presencia hispana-, los anglosajones también deberían aprender a
tolerar "lo diferente".

Es algo que aparentemente no tomó en cuenta Whitten.

Por otra parte, en un mundo globalizado e interdependiente del
siglo XXI, el dominio de más de un idioma es una ventaja económica,
no un impedimento, para el avance de Estados Unidos.

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