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Brasil, líder renuente

En el momento en que el derrocado Presidente hondureño Manuel Zelaya puso pie en la embajada de Brasil en Tegucigalpa, el 21 de septiembre, Brasil fue lanzado…

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En el momento en que el derrocado Presidente hondureño Manuel Zelaya puso pie en la embajada de Brasil en Tegucigalpa, el 21 de septiembre, Brasil fue lanzado al centro de la crisis hondureña.

El gigante suramericano desde entonces ha solicitado una reunión urgente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y le ha pedido a la ONU que investigue los abusos en derechos humanos perpetrados por el gobierno de facto de Roberto Micheletti. En la apertura de la Asamblea General de la ONU, el Presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva exigió “el retorno inmediato (de Zelaya) a la presidencia”.

Si bien su reacción fue clara y rápida, es difícil suponer que Brasil buscó deliberadamente asumir el rol de defensor abierto de Zelaya. Hasta hace pocos días Brasil parecía satisfecho con permanecer en el anonimato que le brindaba la comunidad internacional, que apoya el retorno de Zelaya oficialmente, pero que había empezado a considerar que en términos prácticos tal vez no fuera esencial. Finalmente las elecciones presidenciales en Honduras están programadas para noviembre.

Como dijo el especialista en Brasil de la Universidad de Harvard, Kenneth Maxwell, “esto les cayó de sorpresa”. En efecto, no hay razón para poner en duda lo que los mismos funcionarios brasileños afirman: que en nada contribuyeron para que Zelaya regresara a hurtadillas; y que solo los contactaron menos de dos horas antes de que Zelaya llegara a la puerta de la embajada.

Al escoger la embajada brasileña, Zelaya puso a la nación suramericana en el papel que muchos observadores han criticado a Brasil por no asumir en esta y otras crisis regionales. La idea es que como una nación más moderada, de centro izquierda, Brasil podría servir de contrapeso a las intromisiones hostiles del Presidente venezolano Hugo Chávez o a la larga y polémica historia de ingerencia estadounidense en la región.

Pero no lo ha hecho. Brasil prefiere la discreción y es muy reacio a inmiscuirse en los asuntos internos de otro país. Los brasileños son muy sensibles en este aspecto. José Augusto Guilhon, profesor de relaciones internacionales de la Universidad de Sao Paulo le dijo al diario O Estado de Sao Paulo que Brasil estaría “convirtiéndose en una especie de gendarme de la región, sin límites, imitando a los Estados Unidos”.

Más allá de la selección de la embajada, el momento que Zelaya escogió fue impecable. Su retorno ocurrió apenas días antes de la Asamblea General de la ONU y en esa forma “puso a todos en la encrucijada”, como afirmó Maxwell. Además de Lula, los líderes de Argentina, Bolivia, El Salvador, España, Uruguay, Venezuela, entre otros, usaron sus discursos en la ONU para expresar preocupación por el enfrentamiento en Honduras.

Irónicamente, es precisamente en este tipo de escenario global donde Brasil se ha impuesto, a su manera. Brasil aboga por reformas en organismos internacionales, habla a nombre de los que no tienen voz y promueve su liderazgo en asuntos ambientales.

De hecho, el tema principal del discurso de Lula ante la ONU fue su familiar llamado a que las instituciones multilaterales de préstamo y el Consejo de Seguridad de la ONU se hagan más representativas del mundo de hoy. También enfatizó los esfuerzos de su país al frente del combate contra el cambio climático.

Honduras es probablemente el último lugar en que diplomáticos brasileños se imaginaron levantar el perfil internacional de su país. Suramérica, más que Centroamérica, ha sido la esfera de influencia más natural de Brasil. Allí ha sido una importante fuerza impulsadota de la integración a través de la Unión de Naciones Suramericanas, oficialmente constituida en Brasilia el año pasado.

Ciertamente Brasil no tiene ambiciones globales desmesuradas. Como una de las economías con más rápido crecimiento en el mundo, Brasil, junto con los otros llamados países BRIC – Rusia, India y China – ha estado presionando a los países industrializados para que abran sus deliberaciones, y la aparición del Grupo de los 20 como una alternativa al G-7 es en gran medida el resultado de sus esfuerzos. El G-20 se convirtió en el escenario oficial para la coordinación a alto nivel de una respuesta a la crisis económica mundial durante su reciente reunión en Pittsburgh.

Esto no quiere decir que Brasil siempre haya evitado asumir papeles más prominentes en conflictos regionales. En Haití hace cinco años, Brasil empezó a liderar la primera misión de paz de la ONU con mayoría de fuerzas suramericanas. Y en 1995, fue crucial en alcanzar un acuerdo de paz en la disputa territorial entre Ecuador y Perú en lo que llegó a conocerse como la Declaración de Paz de Itamaraty, nombre del poderoso ministerio exterior brasileño.

Pero esas son las excepciones.

Por mucho que expertos y líderes regionales quieran que Brasil participe más diligentemente, tal vez sea precisamente su resistencia a ese papel lo que hizo que la selección de la embajada de Brasil por Zelaya fuera tan acertada. Debido a que Brasil no tiene un historial de errores que resultaría con un papel más prominente como policía regional, el país disfruta de cierto tipo de influencia que incluso el régimen de facto en Honduras parece respetar.

Y es la influencia brasileña y la presencia de Zelaya en su embajada lo que ha puesto a Micheletti en una posición mucho más difícil de la que pudo jamás imaginar.

(Marcela Sánchez ha sido periodista en Washington desde comienzos de los noventa y ha escrito una columna semanal hace más de seis años.)