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Irán: El enemigo del enemigo

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Washington, DC—Ser un bufón le compra a uno tiempo en política internacional: se puede hacer picardías un largo rato antes de que las tomen en serio. Es el caso de Hugo Chávez, cuya relación con Irán es tema de una reciente presentación de Robert Morgenthau, el legendario fiscal de Manhattan.

En base a investigaciones propias, la colaboración de terceros y retazos de información pública, Morgenthau concluye que Venezuela e Irán “trabajan juntos en nuestro patio trasero para desarrollar tecnología nuclear y misiles”.

La noticia no es tan noticia. Un grupo de investigadores privados me visitó hace unos meses para mostrarme documentos y fotografías que apuntan a muchas de las cosas que ahora confirma el fiscal de Manhattan. Me comentaron que habían visitado a autoridades norteamericanas y de otros países pero que habían conseguido escaso apoyo en su esfuerzo por poner las actividades de Hugo Chávez bajo los reflectores.

Independientemente de cómo se crea que las democracias liberales deben responder al desarrollo de armas nucleares en Irán, la participación de Chávez en esta trama no augura nada bueno para el hemisferio occidental. Si la relación Teherán-Caracas da lugar a una Venezuela nuclear o convertida en base nuclear iraní, la capacidad de Caracas para desestabilizar a sus vecinos, un pan de cada día, aumentará exponencialmente. Una perspectiva nada edificante para los que preferiríamos ver a Chávez y la línea de tiranos populistas de la que desciende confinados en los museos de terror.

La nueva relación entre Irán y Venezuela se inició en 2006. Si dejamos de lado las declaraciones de amor recíproco, quedan tres hechos macizos, hijos de acuerdos militares, políticos y económicos.

Primero: Irán ha establecido instituciones financieras en Venezuela

--el Banco Internacional de Desarrollo entre ellas— para fines de apariencia angelical. Pero dado que Irán no está condiciones de prodigar en otros países el desarrollo que no ha podido lograr en casa, la verdadera intención es sortear las sanciones que impiden a Teherán utilizar instituciones bancarias de los Estados Unidos para hacer pagos vinculados a su programa nuclear. Segundo: en los últimos tres años, una serie de fabricas propiedad iraní se han radicado en localidades remotas del interior de Venezuela, incluida un área que contiene más de 50.000 toneladas de uranio. Tercero: en diciembre de 2008, Turquía interceptó un buque iraní que se dirigía a Venezuela con equipos para hacer explosivos; estaba oculto en veintidós contenedores etiquetados como “repuestos para tractor”.

No son los únicos elementos sustanciales en la relación entre Venezuela y el Medio Oriente en general. Otro es Ghazi Nasr al Din, un venezolano de origen libanés impedido por el Tesoro norteamericano de realizar transacciones comerciales en Estados Unidos debido a sus conexiones terroristas. Morgenthau cree que trabaja con otro nombre en la embajada venezolana en el Líbano.

Tratar de eludir las sanciones internacionales para efectuar pagos a sus proveedores es una vieja obsesión iraní. Como el grueso de las transferencias bancarias en dólares obligadamente pasan por bancos estadounidenses que actúan como intermediarios sin importar su origen ni destino final, Irán necesita un acceso indirecto a los bancos de Nueva York. Aunque el banco de Irán en Caracas se encuentra en la lista negra por ser subsidiario de una institución iraní, los bancos de Venezuela pueden efectuar transacciones comerciales en Estados Unidos de forma legal. Por tanto, Irán puede utilizar cualquier institución financiera venezolana con la que su banco en Caracas mantenga vínculos para efectuar transferencias que pasen sin dificultad por Estados Unidos. Y todo esto acontece en las narices de las autoridades estadounidenses, que creen que sus sanciones son eficaces y ¡pierden tiempo y energía exigiendo a otras naciones que se deshagan del secreto bancario para atrapar a evasores de impuestos estadounidense!

Desde 1962 que América Latina no era arrastrada por una potencia extranjera al drama nuclear. Los programas nucleares argentino y brasileño de los años 70´ y 80´ (México nunca pasó de la fase preliminar) fueron asuntos domésticos, desvinculados de los intereses de fuerzas extranjeras. Venezuela, cuyo gobierno antiimperialista ha anuncia un programa nuclear propio, se afana ahora en devolver a América Latina a los buenos tiempos del sometimiento a potencias externas no menos antiimperialistas.