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Nueva alianza en las Américas no puede excluir las élites

El Presidente Obama quiere enfrentar la crisis de desigualdad en América Latina de “abajo hacia arriba”. Con ese fin ya ha solicitado un incremento del 50 por…

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El Presidente Obama quiere enfrentar la crisis de desigualdad en América Latina de “abajo hacia arriba”. Con ese fin ya ha solicitado un incremento del 50 por ciento para asistencia al desarrollo, un total de $533 millones destinados a mejorar la agricultura, la educación y las oportunidades económicas. También ha pedido un monto adicional de $448 millones para aquellos golpeados más duramente por la recesión global y otros $100 millones para micro financiación.

Estos son cambios bienvenidos como parte de la promesa de Obama de una nueva alianza en el hemisferio. Pero un enfoque en los de abajo pasa por alto un componente crucial para reducir la desigualdad: los ricos y sus contribuciones tributarias.

En países industrializados, que tienen niveles comparables de desigualdad a América Latina, los impuestos ayudan a redistribuir la riqueza. Según el Secretario General de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), Ángel Gurría, con los impuestos “la desigualdad en Europa se reduce casi a la mitad, en Estados Unidos más de un tercio, (pero) en América Latina se queda más o menos igual”.

Si bien la información sobre impuestos que pagan los ricos en América Latina es sigilosamente guardada, lo que sabemos es suficientemente elocuente. Datos de la OECD sobre América Latina muestran que una parte muy pequeña de las rentas del estado proviene de impuestos al ingreso – menos del 4 por ciento en contraste con 27 por ciento en países industrializados – y en cambio una muy considerable resulta de impuestos regresivos e indirectos. Es urgente que la región adopte sistemas tributarios más progresistas que hagan pagar más a los que tienen más.

Nora Lustig, del Center for Global Development, afirma que los impuestos al ingreso de estratos más altos y a la herencia han sido “insignificantes” en América Latina por mucho tiempo. Eso refleja una historia de parcialidad clasista perpetuada por recetas económicas promovidas por Estados Unidos que no ponían énfasis en los impuestos como mecanismos distributivos. “La fórmula en los 80 y 90 era usar el gasto para la redistribución y mantener los impuestos neutros”, dijo Lustig.

Algunos dirán que este no es el momento indicado para agobiar a los ricos. A fines de 2008, la población mundial de individuos con alto valor neto, definidos como individuos con más de $1 millón de dólares sobrantes, había caído en un 14.9 por ciento comparado con el año anterior, según el World Wealth Report 2009 de Capgemini y Merrill Lynch. Norteamérica vio una caída del 19 por ciento entre 2007 y 2008, y Europa y Asia, del 14 por ciento.

En cambio, los ricos en América Latina han salido mucho mejor librados: durante el mismo periodo sus filas se redujeron en menos de un uno por ciento. La región también mantuvo el más alto porcentaje de ultra millonarios con relación al resto de la población, 2.4 por ciento, mucho más alto que el promedio mundial de 0.9 por ciento.

Desafortunadamente las reformas tributarias han demostrado ser esquivas en muchos países de la región. Cuando los acuerdos de paz se firmaron en Guatemala hace 12 años, por ejemplo, el país se comprometió a reformar su sistema impositivo para duplicar los ingresos al 12 por ciento de su producto interno bruto. Esa meta no se ha alcanzado todavía, retrasando cada vez más necesarias mejoras en salud, educación y las condiciones generales de los pobres.

Brasil, por otra parte, tiene la carga impositiva más alta entre 19 países encuestados por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de la ONU, generando ingresos equivalentes a un 36 por ciento del PIB. Si bien su sistema de impuestos también requiere hacerse más efectivo contra la desigualdad, Brasil ha podido costear mayores medidas anti cíclicas durante la actual recesión que países como Bolivia, Ecuador o México donde la carga impositiva esta por debajo del promedio y los ingresos dependen mucho más de recursos naturales.

Mark Schneider, administrador asistente para América Latina en la Agencia de Desarrollo Internacional de Estados Unidos durante la administración Clinton, aseguró ante el Congreso el año pasado que las tres áreas críticas son la educación, el desarrollo rural y la reforma tributaria. Pero, como le dijo a un comité de la Cámara, “la administración de impuestos y la reforma tributaria no han estado entre las prioridades de la asistencia externa de Estados Unidos en los últimos años”.

Eso podría cambiar. En su discurso del 15 de julio ante el Council on Foreign Relations, la Secretaria de Estado Hillary Clinton mencionó su intención de “elevar el desarrollo como un pilar central” de lo que ha llamado el poder inteligente de Estados Unidos. Por esa razón, gestores de políticas en Washington buscan formas para obtener mejores resultados por cada dólar. “Estamos hablando de reforma en vez de simplemente continuar por el mismo camino que hemos seguido por años”, afirmó el Sen. Robert Menéndez (D-NJ), un decidido promotor de más ayuda para América Latina.

Nadie sabe cómo reaccionarán los líderes latinoamericanos ante propuestas estadounidenses sobre asuntos de política económica interna. En los últimos años, gobiernos de centro izquierda han ganado respaldo por oponerse a las intromisiones de Washington. Pero las reformas de impuestos ya debieran estar en la agenda de líderes de izquierda; así que si Estados Unidos decide requerir la adopción de un sistema tributario progresista como condición para otorgar mayor ayuda, ello no debiera ser tan difícil de digerir.