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Los latinos y el movimiento verde

Para las familias indígenas, la práctica tiene generaciones de largo.

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    Mary Helen Sotelo, una enfermera jubilada, se ríe cuando recuerda cómo sus hijos se burlarían de ella cuando la veían lavar las bolsas plásticas para volver a usarlas. Eso fue en la década de los años ochenta, antes que los términos de sostenibilidad y ser verde fueran parte del léxico nacional.

    Hoy sigue con una fuerte compasión por el medio ambiente. Tal es así, que el año pasado decidió comprar un Toyota Camry 2009, híbrido.  Si bien le costó mucho como inversión inicial, está contenta con su compra, la cual había estado contemplando hacer durante varios años.

    “No sólo protege al medio ambiente, sino que me va a ahorrar dinero en el futuro,” indica, citando la 37 a 44 millas por galón que le rinde.

    A pesar de la noción que los latinos no están muy involucrados en salvar a los osos polares ni el bosque selvático, muy bien pueden personificar lo que significa la sostenibilidad.

    En realidad, en lo que el movimiento ambiental se amplía en términos de perspectiva sobre lo que implica ser verde, su dirigentes podrán valerse de la manera en que muchos latinos viven su vida.

    Si bien sea por seguir las costumbres y prácticas de sus padres o sus abuelitos, o por la pura necesidad, muchos latinos habían encontrado la forma de reducir, reusar y reciclar mucho antes que se volviera mantra para el movimiento verde.

    “Muchos latinos como yo tuvieron tías, tíos, y abuelos que eran conservacionistas”, dice Nicole Greason, administradora de mercadeo y relaciones públicas para Fennemore Craig, un despacho de abogados. “Recogían agua de la lluvia para sus jardines, hacían abono, reciclaban latas y metales. Eran personas quienes, por necesidad, le encontraron un uso para todo”.

    Greason también sigue ese camino, y hace donaciones a grupos como la World Wildlife Federation, y ha tomado una decisión conciente por reducir su huella del carbono.

    Hasta el día de hoy, no usa una máquina secadora de ropa, sino prefiere secar al aire sus prendas. “La secadora es algo malvado”, medio bromea. “Usa mucha energía y me echa a perder la ropa”.

    También es dueña de un Honda Element, de menor emisión de carbono, y decidió comprar una casa existente y no una nueva construcción cuando había abundancia de nuevas casas y estaban de moda. “No parecía tener sentido comprar una casa más vieja, pero para mí, funcionó bien”, dice.

    Ahora que el movimiento verde toca casi cada rincón del país, muchos latinos sencillamente tienen que dar un paso atrás y ver con más atención las prácticas de su familia para ver si están cuidando bien al planeta, dice Raquel Gutiérrez, una consultora de organizaciones sin fines de lucro y fundaciones, que vive en Tempe, Arizona.

    Para Gutiérrez, las prácticas sostenibles que implementa en su casa en Tempe no son muy diferentes de las prácticas que sus padres le inculcaron durante la niñez. Como activistas chicanos quienes por muchos años han celebrado sus raíces de indígenas norteamericanos, su familia practica “una mentalidad de 7 generaciones”, explica, la cual requiere tomar decisiones pensando en el impacto que tendrán sus opciones para las generaciones del futuro lejano.

    Con su esposo, Ward, hacen abono y usan técnicas para reducir la necesidad de irrigación en su jardín trasero. Hace años que cambiaron todos los focos de la casa a las de CFL. También redujeron y/o eliminaron su uso de papel y de plástico.

    Gutiérrez, quien recibió su doctorado de la Arizona State University el año pasado, cuenta cómo un pequeño paso por comprar suficientes cubiertos y platos para usar durante las reuniones de familia redujo dramáticamente la cantidad de papel y de plástico que habían estado usando.

    “Si son suficientes las personas que hacen pequeños actos, juntos podrán hacer la diferencia”, dice Gutiérrez.

    Es ése el tipo de ambientalismo cultural que no se vio reflejado en el movimiento ambiental corriente durante muchos años, dice Adrianna Quintero, abogada del National Resources Defense Council (NRDC), un grupo ambiental.  Desde su sede en San Francisco, dirige la iniciativa La Onda Verde, del NRDC, la cual se lanzó en el 2005 para informar y buscar la participación de los latinos de habla hispana tanto aquí como en el extranjero sobre el amplio espectro de temas ambientales.

    “Si se mira a los latinos que pertenecen a los movimientos, más se trata de la participación”, indica.  “Y no de dar $20 a una organización…Esto se trata de ser parte de la solución”.

    Sotelo, dueña del auto híbrido, con frecuencia revisa de cerca las revistas buscando ideas sobre la manera de reducir, reusar y reciclar. Ella no es ninguna novata cuando de prácticas verdes se trata, tampoco. Comenzó a reciclar a mediados de los años ochenta, cuando vivía cerca de Cal-State University en Bakersfield. La universidad contaba con cubos para el reciclaje y llevaba allí todo lo que podía reciclar.

    Su mayor inquietud hoy en día es la cantidad de plástico que va a los vertederos. Le alarma que mucho del plástico que usamos dure mucho más que nosotros mismos.

Siempre encuentra algo que puede contribuir al movimiento para reciclar – latas de pintura medio vacías, computadoras, pilas viejas, teléfonos móviles usados, dice, “Simplemente quiero poner de mi parte. Tenemos un planeta maravilloso y tenemos que cuidarlo”.

(Jonathan Higuera, de Phoenix, Arizona, es periodista independiente quien contribuye comentarios sobre temas hispanos y ambientales a Hispanic Link News Service. Para mayor información sobre el movimiento ambiental hispano y recursos, visite www.hispaniclink.org).

    (A continuación: Los verdes y la justicia ambiental – movimientos que se excluyen mutuamente)

    © 2009