LIVE STREAMING

Bajo la sotana

El escándalo sexual del reverendo Alberto Cutié, un sacerdote católico conocido en el mundo hispanoparlante que fue fotografiado retozando con una mujer en una…

MÁS EN ESTA SECCIÓN

Celebrando todo el año

Fighting Sargassum

Community Colleges

La lucha de las mujeres

COMPARTA ESTE CONTENIDO:

El escándalo sexual del reverendo Alberto Cutié, un sacerdote
católico conocido en el mundo hispanoparlante que fue fotografiado
retozando con una mujer en una playa de Miami, ha reavivado el debate
acerca del celibato clerical.

El Padre Alberto estaba a cargo de la parroquia San Francisco de
Sales en una zona de Miami Beach y era director de las estaciones de
radio de la Arquidiócesis de Miami. Condujo hace años un “talk show”
televisivo y su popularidad parece intacta: una encuesta realizada por
el Miami Herald entre católicos indica que el 78 por ciento sigue
teniendo una opinión favorable de él a pesar de sus pecaminosas
acrobacias areneras.

Fiel a su naturaleza, la entrevista que dio el reverendo Cutié en
“The Early Show”, en la CBS, fue la actuación de un virtuoso de los
medios. Parecía sincero cuando explicó que está enamorado de la mujer;
que la relación desbordó los confines de la amistad hace dos años; que
nunca antes había deshonrado sus votos; que se disculpa ante la Iglesia
y sus feligreses, y que ahora está en el desgarrador trance de elegir
entre su sacerdocio y ella.

¿Es el Padre Alberto el héroe que dicen sus partidarios por
desafiar el antinatural celibato católico y demostrar que uno puede
amar a Dios y a una mujer al mismo tiempo? No estoy tan seguro.

No es el primer sacerdote que choca con el celibato. El debate
dentro de la Iglesia se remonta al menos al Sínodo de Elvira (303
D.C.), el primer concilio eclesiástico que exigió a las autoridades
religiosas desactivar lo que yace al sur del ombligo. Incluso cuando el
celibato clerical se convirtió en reglamento definitivo en el Concilio
de Trento del siglo 16, algunos ritos católicos siguieron
desconociéndolo. El Evangelio no ordena el celibato, por mucho que el
ejemplo de Jesús y las opiniones de Pablo valoricen la abstinencia.
Pedro, a quien los católicos consideran el primer Papa, era casado,
como lo fueron muchos de sus sucesores.

Karl Popper definió la Utopía como “un estado diseñado
racionalmente sobre una tabula rasa carente de tradiciones”. Cuando la
Iglesia adoptó el celibato, diseñó un mundo nuevo apartado de la
tradición, sustituyendo la elección personal de los clérigos en materia
de sexo con un mandato. Uno siempre puede iniciar algo y obrar con la
esperanza de que se convierta en tradición. Pero “tradición” es lo
opuesto a designio deliberado, motivo por el cual el mandato del
celibato, que la Iglesia discutiblemente llama “tradición”, es una
receta para el desastre en un mundo en el que hombres como el Padre
Alberto aman al mismo tiempo a Dios y a una mujer.

Sin embargo —y aquí me distancio de quienes lo están elogiando de
forma incondicional—, el mandato del celibato es perfectamente legal y
bien conocido por quienes ingresan al seminario. Por irreal que sea, la
Iglesia, en tanto que organización privada, tiene derecho a decidir sus
reglas; quienes no las aceptan tienen el derecho a no ordenarse
sacerdotes. Me permito sugerir que si un sacerdote descubre los
placeres de la carne, tiene la obligación moral de decirlo y de escoger
entre la sotana y la dama. Incluso podría luego hacer campaña pública a
favor de suprimir el celibato (sería lo honrado). Pero lo que no es
aceptable es que el Padre Alberto llevara una doble vida durante años,
haciendo conocer su relación a sus allegados —como algunas de las
fotografías tomadas en compañía de amigos sugieren que hizo— y ocultara
la verdad tanto a su institución, para la cual el celibato es un
precepto esencial, como a sus feligreses, que esperaban de él que
honrase las reglas que había aceptado representar. Para no mencionar
que en muchos países la Iglesia Católica recibe subsidios.

¿Debe un sacerdote tener vida privada? Si, claro. Incluso a un
político que comete un adulterio debería, a mi juicio, ahorrársele la
humillación pública de un escándalo mediático a menos que la relación
afecte el ejercicio del cargo o él (o ella) adopte poses moralizantes.
Pero la relación del Padre Alberto viola un precepto central de una
institución que predica un código moral. Lo cual significa que su
relación no es cuestión privada.

“Bajo esta sotana hay un hombre”, proclamó el Padre Alberto tras
ser pillado comportándose como tal. En realidad, había dos. Y eso fue
en parte culpa suya por no encarar la verdad antes y en parte culpa de
la Iglesia por una regla impráctica e injusta para con sacerdotes como
él.