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Esta moderna forma de linchamiento es tolerada

Un ser humano fue asesinado de la forma más brutal posible –golpeado y pateado en su cabeza y en todo su cuerpo, mientras estaba tendido indefenso en el suelo–…

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Un ser humano fue asesinado de la forma más brutal posible –golpeado y pateado en su cabeza y en todo su cuerpo, mientras estaba tendido indefenso en el suelo– en un ataque salvaje por un grupo de jóvenes “normales”, residentes de un tranquilo pueblo del este de Pensilvania.

Gritando insultos raciales, ofendidos por el aspecto “extranjero” de su víctima de origen mexicano, Brandon J. Piekarsky y Derrick M. Donchak, de 17 y 19 años, respectivamente, se convirtieron en los salvajes asesinos de Luis Eduardo Ramírez, de solo 25 años, y padre de dos hijos.

Niños matando a otro niño. Inocencia convertida en bestialidad y horror.

Una joven vida violentamente apagada y dos más condenadas por la sangre inocente de su víctima, sin importar el veredicto poco sorprendente que probablemente los dejará en libertad en poco tiempo.

La farsa de proceso judicial que terminó el viernes pasado en Shenandoah, Pensilvania, y el atroz crimen que lo precedió, nos exige reflexionar sobre el tema.

Es un violento despertar de muchos modos, una tragedia que está sucediendo en nuestro patio trasero.

¿Acaso pueden tornarse bárbaros en cualquier momento nuestros pequeños malentendidos raciales, levemente ocultados en nuestras interacciones diarias?

Particularmente entre los jóvenes, los más fácilmente impresionables por una campaña desenfrenada que nosotros los adultos seguimos tolerando en el discurso público.

Lo claro es que el odio y miedo hacia los americanos de descendencia latina, instigado de manera constante por personajes mediáticos de reputación como Lou Dobbs, Bill O’Reilly, Glenn Beck y Pat Buchanan, emerge en nuestras mentes como un fondo para la tragedia de Shenandoah.

Piekarsky y Derrick estaban borrachos por el alcohol, quizás, pero los viles mensajes que nos llegan casi todos los días de la pantalla de televisión también podrían haber embriagado sus mentes de manera peligrosa.

El mostrar como demonios a los inmigrantes latinos ya es tan común que incluso hemos desarrollado una tolerancia para ella.

Líderes políticos de nuestro Estado, comenzando por el gobernador Ed Rendell, quien se ha quedado callado sobre el caso desde el viernes, o los medios masivos que han tratado el caso como cualquier otra noticia, todavía no han mostrado indignación alguna frente al racismo más perniciosos de hoy en día: El racismo en contra de los latinos.

Mientras pensábamos que los asesinatos tan salvajes y las exoneraciones tan cínicas por las cortes eran algo del pasado, repentinamente enfrentamos la realización de que sobrevive una forma moderna de linchamiento, aquí en el noreste y en el siglo XXI.

Un linchamiento moderno que perjudica a los menos protegidos miembros de nuestra sociedad.

¿Quién tiene la culpa por la muerte de Luis Eduardo Ramírez en Pensilvania?

¿O del asesinato poco diferente de José Sucuzhanay, ejecutado con bates de béisbol en Brooklyn, Nueva York el año pasado?

¿O del homicidio casi idéntico de Marcelo Lucero, apuñalado en Long Island?

Quizás todos nosotros: Las personas que consienten a un clima de intolerancia, mantienen su indiferencia, o lo instigan directamente.

 

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