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¿Complot frustrado? La verdad es escurridiza en Bolivia

El episodio de los terroristas en Bolivia, con su pizca de intriga de los Balcanes, sigue estando lejos de ser un caso clarísimo de derecha contra izquierda.

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CARACAS, Venezuela – Blandiendo rifles de asalto, los miembros del Grupo Delta, una unidad policial de elite en Bolivia, subieron silenciosamente las escaleras hasta el cuarto piso del Hotel Las Américas. Eran las cuatro de la mañana del 16 de abril en Santa Cruz, la ciudad en las tierras bajas de Bolivia que es un bastión de la oposición al Presidente de Bolivia, Evo Morales. Entonces, hicieron su trabajo.

En cuestión de minutos, mataron a tiros a tres hombres: al irlandés Michael Dwyer de 24 años; el rumano de ascendencia húngara, Arpad Magyarosi de 39 años, y a Eduardo Rozsa Flores de 49 años, con pasaportes húngaro y croata, y un pasado nebuloso como líder de los extranjeros que combatieron por Croacia durante el rompimiento de la ex Yugoslavia.

Cuando las autoridades mostraron los cuerpos llenos de balas en la televisión nacional, dijeron que habían frustrado un complot para asesinar a Morales, un ex cocalero vilipendiado por la elite de piel clara de Santa Cruz. Poco después de la redada, las fuerzas de seguridad descubrieron un alijo de explosivos y armas que dijeron estaba relacionado con los hombres muertos.

“Estos terroristas estaban conectados a una ideología de la extrema derecha fascista”, dijo Álvaro García Linera, un ex guerrillero marxista, ahora vicepresidente de Bolivia.

Sin embargo, el episodio, con su pizca de intriga de los Balcanes, sigue estando lejos de ser un caso clarísimo de derecha contra izquierda.

Más bien, cae en alguna parte de la zona gris de la política boliviana, en la que están las declaraciones de Morales sobre planes de desestabilización, ahora una característica regular de su Gobierno, así como las contradeclaraciones de sus oponentes en cuanto a que esos planes son farsas que contribuyen a las crecientes tensiones entre el Gobierno central y las tierras bajas rebeldes.

“Si no se tratara de un asunto tan grave, podría ser un guión cinematográfico grandioso, de tragedia y farsa, todo junto”, dijo Jim Shultz, un analista político que vive en Cochabamba, una ciudad en el centro de Bolivia.

La medida que tomó el Gobierno central la semana pasada de enviar más de mil tropas a la región enojó a los líderes políticos de Santa Cruz. Juan Ramón Quintana, un asesor senior de Morales, dijo que se tomó la decisión en parte debido a la inquietud por “la presencia de terroristas que son una amenaza potencial para la seguridad del Estado boliviano”.

Entre tanto, los asesinatos han generado una gran cantidad de preguntas irritantes. ¿Quién apoyó a semejante grupo? ¿Cómo los detectaron los funcionarios? ¿Por qué Morales envió a la policía desde la capital, La Paz, para hacerse cargo de ellos? ¿Y, exactamente, qué hacía finalmente un cruceño caprichoso como Rozsa Flores, en ocasiones poeta y otras, corresponsal de guerra antes de su incursión en los campos de asesinatos en los Balcanes, de regreso en Santa Cruz?

En efecto, el misterio del caso gira en gran medida en torno a este personaje enigmático, que se cree era el líder del grupo.

Salió con sus padres de Bolivia al exilio en Chile cuando era un adolescente antes de mudarse a Hungría, el lugar donde nació su padre, un emigrante de origen judío. En Budapest, Rozsa Flores dijo que se contactó con Ilich Ramírez Sánchez, el terrorista venezolano conocido como Carlos, el Chacal, cuando estudiaba Lingüística y Literatura, según entrevistas publicadas que le hicieron a Rozsa Flores.

Encontró empleo como corresponsal de un periódico español para cubrir el rompimiento de la ex Yugoslavia y perdió la objetividad periodística y tomó partido. Comandó voluntarios que combatían por Croacia a principios de los 1990, pero su experiencia en el campo de batalla estuvo marcada por denuncias de haber supervisado el  asesinato de un ciudadano británico y uno suizo.

“Llevó una vida con demasiadas cosas, llena de acontecimientos, locaciones, personas, chismes, leyendas buenas y malas”, comentó Ibolya Fekete, un director húngaro que hizo la cinta “Chico” en 2001, basada en la vida de Rozsa Flores. “Nunca encajó en ninguna parte”.

Al regresar a Hungría después de la guerra, Rozsa Flores se convirtió al Islam, un cambio respecto a su asociación anterior con el Opus Dei, la organización conservadora católica romana. Y encontró una nueva obsesión política: explicó en una entrevista por televisión el año pasado que se mudaba a Bolivia para organizar una milicia.

“Se necesitan armas”, dijo en la entrevista, que se transmitió por primera vez en Hungría la semana pasada, después de su asesinato, “así es que esto no se trata de los muchachos marchando en las calles con banderas y varas de bambú”.
Rozsa Flores fue más lejos en la entrevista, diciendo que su objetivo no era derrocar a Morales, sino lograr la autonomía de Santa Cruz, el departamento o provincia con mayores riquezas de Bolivia. Previendo un enfrentamiento con La Paz por este asunto, describió con indiferencia su objetivo como “declarar la independencia y crear un país nuevo”.

Durante el fin de semana, un fiscal presentó un video grabado con un teléfono celular, con audio poco claro, en el que dijo que Rozsa Flores había hablado del plan para asesinar a Morales en un viaje reciente al Lago Titicaca.

Tales aseveraciones encajan bien con la forma en la que el Gobierno de Morales describe a Santa Cruz: una región donde industriales y banqueros poderosos, algunos de ellos descendientes de inmigrantes croatas, quieren separarse de Bolivia en una ruptura inspirada en la desintegración de la ex Yugoslavia.

Sin embargo, mientras Morales ha dicho que el hombre muerto en Santa Cruz formaba parte del “tentáculo de una estructura” diseñada para asesinarlo a él y a otros altos funcionarios cuyos nombres aparecen en una lista obtenida por su Gobierno, los errores de algunos funcionarios al hablar sobre la forma de manejar al grupo han conducido a más preguntas sobre los hombres y lo que estaban haciendo en Santa Cruz.

García Linera, el vicepresidente, primero dijo que los tres murieron en un tiroteo que duró 30 minutos, pero un informe para el seguro presentado por el hotel, al que tuvo acceso el periódico La Razón, aparentemente no encontró señales de un intercambio de fuego. Al parecer, dos hombres capturados en el hotel, el húngaro Elod Toazo y el boliviano Mario Tadik, se rindieron sin luchar.

“Lo que sucedió fue que mataron a tres personas que dormían, lo que significa asesinato”, dijo Oscar Ortiz, presidente del Senado boliviano y uno de los principales oponentes de Morales.

Alfredo Rada, un ministro senior, empeoró las cosas cuando salió en televisión con imágenes de hombres de Santa Cruz sujetando armas, y dijo que estaban vinculados a los muertos. Sin embargo, los hombres de las fotografías, tomadas de una página de Facebook, refutaron el dicho explicando que practican el “airsoft”, un juego en el que los participantes se disparan unos a otros con rifles de perdigones.

El caso está alimentando teorías de conspiraciones de todo tipo, pero Rozsa Flores y sus dos camaradas de armas se llevaron algunos secretos a la tumba.
En su entrevista de septiembre pasado en Hungría, especuló que el servicio de inteligencia de Morales sabía de él, y también tocó la posibilidad de que podría encontrar la muerte en Bolivia. “Me podría caer una teja en la cabeza aquí y eso sería ridículo, ¿no es cierto?”, preguntó.

“Ahora iré a mi país de origen, a mi patria; si algo me pasa allá, ¿entonces qué?”, dijo. “En primer lugar, era mi destino; en segundo, me sucedería en el mejor lugar posible”.