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No hay peces dorados en el desierto de Arizona

Se dice que los peces dorados tienen una memoria que dura tres segundos.  Viven todo el tiempo en el presente. Por otro lado, los seres humanos, contamos con…

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    Se dice que los peces dorados tienen una memoria que dura tres segundos.  Viven todo el tiempo en el presente.

    Por otro lado, los seres humanos, contamos con memorias a largo y a corto plazo. Nuestro cerebro es el instrumento perfecto para la instrucción propia. Aprendemos del pasado y de los errores que hemos cometido.

    Eso por eso que no se me quita del pensamiento Diego.

    Nos conocimos hace cuatro años cuando el fotógrafo Wilhelm Scholz y yo estábamos por razones de trabajo en el desierto de Arizona, al sur de Tucson, en el pueblo mexicano llamado Agua Prieta. Allí mi nuevo amigo Diego me contó de su trayecto hacia el norte desde las alturas de Guatemala y de su detención cuando quiso cruzar la frontera a los Estados Unidos sin documentos. Sin empleo ni recursos, me dijo que estaba buscando la forma de volver a casa.

    El hombre lloró intermitentemente durante el día.  “El pueblo entero dejó sus terrenos cuando llegaron los escuadrones de la muerte”, recontó al describirme su odisea.  Unos 2.000 refugiados de su región huyeron al otro lado de la frontera al estado mexicano de Chiapas.  Diego y su esposa se volvieron a asentar allí con un terreno para dedicarse a la agricultura de subsistencia que habían conocido toda su vida.  Su esposa dio a luz a una hija. Poco después, la señora murió.

    A Diego le dijeron que un campesino en los Estados Unidos podía ganar hasta $60 al día, en aquel entonces equivalente a 663 pesos. Pudo prestarse $1200 para pagar su viaje y gastos, y llegó a la frontera donde pagó a un contrabandista quien le prometió llevar a un empleo en los Estados Unidos. Pero lo capturaron.  Abandonado en el desierto, Diego compartió conmigo sus experiencias y sus temores. Él sí que no es pez dorado.

    No tuvo manera ni de pagar el préstamo ni reclamar su terreno en Chiapas, ni de alimentar y educar a su hija – no tenía tan siquiera para pagarse un boleto de autobús.  Unos agentes de orden mexicanos me dijeron que temían que Diego no tuviera la viveza callejera como para evitar que lo acosaran en lo que se dirigiera de nuevo hacia el sur.

    He oído cientos de historias de personas atrapadas por circunstancias parecidas. También he recibido caudales de comentarios de elementos de entre mis paisanos quienes creen con fervor que las personas como Diego se buscaron las malas circunstancias. Que no deberían exportar sus problemas personales a los Estados Unidos.

    El 17 de marzo, el National Security Archive, un instituto en Washington, D.C., develó documentos que confirman que nuestro gobierno tuvo conocimiento desde un principio que los agentes del orden guatemaltecos a quienes apoyamos con armas y con dinero desde 1969 hasta 1996 eran los responsables de las desapariciones y los asesinatos que llevaron a la huida de miles de personas como Diego. Ya no es posible que los Estados Unidos declare que no teníamos tal conocimiento – que somos peces dorados cuando de Guatemala se trata.

    La fuerza armada de esa pequeña nación, con respaldo de los Estados Unidos, luchó contra la guerrilla en las alturas del país. Murieron o fueron reportadas desaparecidas más de 200.000 personas durante aquellos años. La mayoría de ellas eran indígenas maya, obligados a tomar partido o ser asesinados sin no se sumaban a uno u otro bando. Reinaban los escuadrones de la muerte. A veces personas vengativas se aprovechaban de la calamidad política como pretexto para ajustar cuentas o para sacar provecho de oportunidades surgidas de la horrenda situación.

    Ya nos habían contado de lo que ocurría en Guatemala, pero los que nos contaban eran partidarios e ideólogos.  Otros también han intentado iluminarnos, como el novelista Francisco Goldman con su novela La larga noche de los pollos blancos, la hermana Dianna Ortíz, quien escribiera sobre su secuestro y tortura en The Blindfold’s Eyes, y premiada Nobel Rigoberta Menchú con su recuento autobiográfico de su familia y su pueblo.

    Las décadas de negativas oficiales con las que nos han querido embaucar queda comprobado que carecen de fundamento. Estas nuevas revelaciones de viejos documentos ya no clasificados confidenciales sencillamente verifican lo que otros nos han estado diciendo.

    A menos que aceptemos la verdad y rectifiquemos nuestro curso, habremos perdido el valor de tener memoria. Los migrantes quienes optaron por huir de su patria son un perjuicio concomitante, la consecuencia humana de un guión que aceptamos, si no redactamos directamente.

    Si no insistimos, aun hoy, que haya transparencia completa y un remedio apropiado, nos convertiremos en el pez dorado con memoria de tres segundos, nadando sin parar alrededor de la pecera, reinventando la realidad con cada vuelta, sin llegar a ninguna parte.

    [José de la Isla, cuyo último libro Day Night Life Death Hope, lo distribuye la Fundación Ford, redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service. También es autor de The Rise of Hispanic Political Power (2003). Comuníquese con él a: [email protected]].