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Apostándole a la trampa

En la edición de Al Día de la semana pasada hay una nota encabezada por una cita que dice “Nutter traicionó sus promesas de campaña” Y luego el título: “Juegos…

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El trasfondo de esto es que el futuro de la ciudad se perfila en esos términos. Términos marcados por los juegos, las trampas y las traiciones, como dice el titular de Al Día, disimulados detrás de las luces de neón que con sus colorines y eternos parpadeos  ocultan las verdaderas desgracias de una ciudad en decadencia.

Un cosa es quien juega por divertirse un poco, y otra, quien lo hace por vicio o por necesidad. Necesidad, entendida como el que pone en manos de la ruleta toda la esperanza de conseguir para el sustento.

Quien juega por necesidad pierde por obligación, dice un dicho popular. Aunque la verdad sabida es que quien juega en los casinos siempre pierde. Y en este caso la ciudad no será la excepción.

Incluso seguirá la misma ruta de todos que entre más pierden más juegan. Con el paso del tiempo Filadelfia ya no se contentará con uno, dos o tres casinos, sino que sentirá la necesidad de tener más y más. Quizá esta sea una visión apocalíptica del futuro, pero una vez adictos al juego ya no habrá forma de librarse de él.

Las crisis económicas, el delgado calibre de nuestros gobernantes, la flojera de los líderes, la desesperanza que se apodera de la gente no deja espacio para vislumbrar un futuro más halagüeño.

Filadelfia se formó como una ciudad próspera mediante el trabajo incansable de empresarios corajudos y obreros infatigables. Todavía hoy cuando recorremos sectores como el norte de Filadelfia vemos los esqueletos deplorables de edificios que recuerdan el esplendor de otras épocas. Si se le pregunta a los viejos habitantes la respuesta no se hace esperar. Todas esas edificaciones eran fábricas, empresas, factorías convertidas en el potente motor que empujaba la ciudad hacia adelante.

Esa fuerza productiva y progresista forma parte definitivamente del pasado. Filadelfia ya no tiene esperanza de que pueda funcionar con decencia y en términos de prosperidad. La ecuación de empresas sólidas y trabajadores laboriosos y bien remunerados, pagando impuestos y moviendo la economía local  ha dejado de existir para esta ciudad, una de las más emblemáticas de los Estados Unidos y su historia de grandeza.

Nada tienen, entonces, de extraño que el ojo y la esperanza  estén puesto en los casinos, la máquinas tragaperras, los video poker  y otros artilugios.

Buena noticia

Cuando estaba terminando esta columna, el reportero Gustavo Martínez Contreras, de Al Día me comentó sobre  su interesante trabajo periodístico acerca de un pequeño grupo de investigadores que trabajando en el norte de Filadelfia creó las condiciones para producir combustible a partir de la basura que sale de los restaurantes.

Esta es una muy buena noticia en medio de tanta desolación. Pero, por lo que le entendí a Martínez Contreras, mientras otras ciudades, como San Francisco, ya adquirieron el proyecto, en Filadelfia apenas se está empezando a conversar sobre el asunto.

La única esperanza de que la ciudad no  tenga que jugarse su futuro en las ruletas y a las cartas marcadas es que sus gobernantes, dejen de apostarle a las trampas y empiecen a buscar honestamente los valores que están ocultos debajo de esa capa de mediocridad que nos cubre. Si lo hacen, es seguro que van a encontrar una luz de esperanza. Una luz que no será precisamente el destello de las engañosas bombillas de neón.

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