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Cézanne, el marginado

Estuve preguntando a algunos hispanos de Filadelfia sobre lo que pensaban acerca de la exposición de Paul Cézanne abierta por el Museo de Arte Moderno.

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Estuve preguntando a algunos hispanos de Filadelfia sobre lo que pensaban acerca de la exposición de Paul Cézanne abierta por el Museo de Arte Moderno.

Hablé con la mujer que me corta el pelo; con la mesera que me sirve en el restaurante donde almuerzo con frecuencia; con el hombre al que de vez en cuando le compro la anhelada y siempre esquiva lotería; con el paisano que sacó el clavo que se le había metido a una de las llantas de mi carro; con el muchacho mexicano que trabaja en el supermercado ruso donde compro uvas peruanas.

A todos ellos les parecía haber escuchado mencionar el Museo de Arte Moderno, pero ninguno tenía idea de la exposición, ni menos de Paul Cézanne.

No todos los hispanos, por supuesto, ignoran quién fue Cézanne. Algunos están familiarizados e incluso estrechamente vinculados con el Museo de Arte Moderno. Hay quienes trabajan en esa benemérita institución.  Pero, la inmensa mayoría está aislada no sólo de las actividades del Museo sino de todo el movimiento cultural que se desarrolla a ese nivel en Filadelfia.

Los inmigrantes hemos llegado en busca del Sueño Americano. Pero de ese Sueño raras veces forma parte aprender, conocer y disfrutar de las manifestaciones artísticas y culturales a las que es imposible, o por lo menos muy difícil, tener acceso en muchos de nuestros países de origen.

Claro, no es fácil y hasta pudiera decirse que es incompatible, pedirle que se interese y disfrute de movimientos pictóricos universales como el impresionismo y el cubismo a alguien que tiene que poner en juego toda su capacidad mental y física para no desfallecer en las largas y casi siempre penosas jornadas de trabajo. Se entiende que no es justo proponerle al obrero que piense y disfrute de Paul Cézanne mientras su jefe, de nombre más prosaico, le hace la vida imposible.

Además, el trabajador no tiene mucho que pensarle cuando se trata de escoger entre la comida y pagar los “billes”  o gastar el dinero en entradas a una exposición de obras maestras.

El Taller Puertorriqueño, incrustado en el corazón del Barrio, hace toda clase de malabares y milagros para aguantar en su quehacer extraordinario de mantener un movimiento cultural más a ras de pueblo.

Pero creo que más hispanos del común deberían querer o poder acercarse a eventos de la categoría de la exposición de Cézanne. Se supone que éstos son para iniciados, expertos o personas “sensibles”, pero no debería ser así, porque en esos espacios es  posible que los excluidos encuentren también parte del Sueño Americano. Al fin y al cabo, Cézanne fue igualmente un excluido.

Sería bueno que alguien enseñara un poco sobre el hombre que hubo detrás de esas obras maravillosas. Del ser humano que a punta de pincelazos geniales le dio un nuevo sentido a la luz y a los colores.

Como muchos inmigrantes y, especialmente, los indocumentados, Cézanne fue un marginado. Él no fue inmigrante ni indocumentado. Nació vivió y murió en Francia.  Pero a lo largo de casi toda su vida fue despreciado y rechazado por  quienes detentaban el poder en el mundo pictórico de su tiempo.

Sus cuadros que hoy valen millones y millones de dólares, admirados aún por los más grandes ( Pablo Picasso dijo que Cézanne fue su único maestro) fueron durante muchos años, en vida del pintor, el hazmerreír de los artistas y expertos más importantes que consideraban que su obra traspasaba la frontera de lo grotesco.

Debido a que optó por el arte y, sobre todo, por el arte fuera de los cánones tradicionales,  su padre, que pasó de fabricante de sombreros a ser un rico banquero, estuvo varias veces a punto de desheredarlo.

 Incluso Cézanne se sintió traicionado por el escritor Emilio Zolá a quien consideraba su único y sincero amigo.

Así pues que valdría la pena hacer un esfuerzo para sobreponerse a la indiferencia, a la  fatiga o a la estrechez económica y  asistir a la exposición de Paul Cézanne. Y una vez frente a sus cuadros pensar en la doble maravilla allí representada: la obra en sí misma y la capacidad del artista para sobreponerse a sus  tribulaciones y a tantas incomprensiones.

 

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