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Esta flor es un termómetro de la conservación

Finalizó hoy la Expo Orquídeas 2009 en Ecuador.

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La orquídea, una de las flores más cosmopolitas y exhuberantes del mundo, no sólo es símbolo de belleza sino que esconde un tesoro de la naturaleza: el termómetro de la conservación.

Una estancia adornada con orquídeas ofrece una luz especial, pero en su hábitat natural, enredadas en las ramas de los árboles que las reciben como huéspedes, las orquídeas adquieren un misterio y un enigma que las hacen aún más bellas.

En Ecuador, las más preciadas son milimétricas y para poder descubrir los intensos colores que diseña para ellas la naturaleza, hay que saber valorar los detalles y embarcarse en una aventura que atraviese el páramo andino, recorra bosques tropicales y desemboque en la húmeda Amazonía.

La luminosidad y el clima que regala a Ecuador la línea ecuatorial, los numerosos ríos que recorren sus cadenas montañosas y la enorme biodiversidad que otorga la Amazonía, hace que en el país se puedan encontrar las especies más raras de la familia de las orquidáceas, según explica Juan del Hierro.

Del Hierro, especialista en esas plantas, ha sido uno de los organizadores de la Expo Orquídeas 2009 de Quito, que finalizó hoy y en la que los ejemplares más bellos de rincones de Brasil, Taiwán, Alemania y Nicaragua, entre otros muchos, se exhibieron para delicia de coleccionistas, científicos y más de 25.000 visitantes.

Pero, observar a estas flores desde escaparates y en plena ciudad no llega a ser ni una aproximación de lo que significa encontrarlas en su estado salvaje, entre rocas de lava o encaramadas a los árboles, y poder descubrir que son plantas que se adaptan a casi todos los ecosistemas y condiciones climáticas.

"Las orquídeas son las plantas más cosmopolitas del mundo", dijo Del Hierro a Efe, entusiasmado al descubrir escondida entre almohadillas de musgos y rocas de lava una Pleurotalis, una especie de orquídea cuya flor nace en su propia hoja, y forma una cruz amarilla que sorprende al contraste con el verde.

En los linderos de las carreteras hacia Amazonía, para el ojo entrenado, las orquídeas se descubren como una flor más grande y llamativa, y la Sobralia Rosea, conocida por los aldeanos como la Orquídea de la Novia por su color blanco, llama la atención, también de los insectos polinizadores.

Además de su belleza y su sorprendente capacidad de adaptación, las orquídeas son epífitas, es decir, que usan como soporte para vivir a otras plantas, lo que sumado a la variedad de insectos que requieren para su reproducción, las convierte en un termómetro y un medidor de la salud de un ecosistema, dice Del Hierro.

Si el curioso caminante y trepador descubre una orquídea salvaje es porque el entorno que le rodea está en equilibrio, pero como avisa Del Hierro, los ecosistemas sanos, con la deforestación y el cambio climático, están en peligro y por tanto, también la reproducción natural de esta planta.

En los hábitat en los que aún sobreviven las orquídeas, fuera de los invernaderos de especies híbridas y de las floristerías, se comienza a crear un nuevo turismo, que no sólo concentra a científicos y especialistas, sino que, como demuestra la afluencia a la Expo 2009, reúne a no iniciados que se deslumbran por la planta.

Con estos atributos naturales, más allá de la ornamentación y el romanticismo que comúnmente desprende, la orquídea se convierte en un objeto de coleccionista, que en los círculos de naturistas crea una especie de "orquideomanía" y "fiebre de la orquídea", ya que aún se descubren especies nuevas.

En Ecuador existen unas 4.200 especies, de las que 1.300 son endémicas, sólo se encuentran en su territorio, lo que hace del país un destino preferente para turistas ecológicos, pero Del Hierro alerta de que la deforestación y la erosión del terreno amenaza no sólo a la naturaleza, sino también a la economía del turismo.