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Japón ejecuta a uno de sus asesinos más crueles

Japón ejecutó a un hombre que a finales de los 80 descuartizó y asesinó a cuatro niñas pequeñas en un caso que conmocionó a este país.

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Japón ejecutó a un hombre que a finales de los 80 descuartizó y asesinó a cuatro niñas pequeñas en un caso que conmocionó a este país, donde los bajos índices de delincuencia conviven a veces con los crímenes más truculentos.

Considerado uno de los asesinos en serie más crueles de Japón, Tsutomu Miyazaki, de 45 años, fue colgado en la horca sin previo aviso, el método de pena capital que se aplica aquí, 18 años después de iniciarse su proceso judicial.

Junto a él fueron ahorcados otros dos presos, con lo que el número de ajusticiados en lo que va de año en Japón asciende ya a diez y a trece desde que asumió el cargo de ministro de Justicia Kunio Hatoyama, el mayor número desde 1993.

El caso de Miyazaki, conocido como "el asesino de la niña pequeña", "el asesino otaku (fanático del manga y videojuegos)" o "el monstruo de Saitama", recuerda al Aníbal Lecter de "El silencio de los corderos", aunque con componentes específicamente japoneses.

Apasionado del manga, Miyazaki parecía un hombre tranquilo en el taller de impresión gráfica donde trabajaba con su padre en Saitama, cerca de Tokio, pero entre 1988 y 1989 secuestró y mató a cuatro niñas de entre 4 y 7 años, cuyos cadáveres grabó en cintas de vídeo.

En algunos casos se comió carne de las niñas, se bebió su sangre y durmió al lado de sus restos, que previamente había descuartizado y violado. En una ocasión envió sus huesos a su familia.

Miyazaki nunca se arrepintió de sus crímenes, ni lamentó que su padre se suicidase en 1994 al no poder asumir lo que hizo su hijo, y se consideraba inocente pues la autoría se la achacaba al "hombre rata", un personaje de cómic.

El juez del Tribunal Supremo que finalmente lo condenó en 2006 sin posibilidad de apelación, 16 años después de iniciarse su proceso judicial, dijo que lo hizo "para satisfacer su deseo sexual y su apetito de poseer cintas de vídeo donde grababa cadáveres".

El caso de Miyazaki no es aislado en Japón, que a menudo se ve sobresaltado por los crímenes más macabros pese a estar considerado como uno de los países más seguros del mundo.

Baste recordar al joven de 25 años que el pasado día 8 mató a siete personas y acuchilló a muchas más en el barrio electrónico de Tokio porque estaba "cansado de la vida".

En los últimos diez años ha habido 67 casos de asesinatos indiscriminados en Japón, la mayoría cometidos con armas blancas por hombres de menos de 40 años, que y se ceban sobre todo en mujeres y niños.

En algunos casos, los asesinos son personas inadaptadas a la frenética sociedad urbana japonesa y en muchos otros los desequilibrios mentales están detrás de los crímenes.

Uno de los peores homicidios de la historia reciente fue el protagonizado en 2001 por Mamoru Takuma, que asesinó a cuchilladas a ocho niños en una escuela de Osaka, para vengarse de que su mujer le pidiese el divorcio. Tres años después fue ejecutado.

Ha habido además varios casos de decapitaciones que han conmocionado a la sociedad nipona.

El más famoso fue cometido en 1997 en Kobe por un adolescente de 14 años que decapitó a un discapacitado mental tres años menor y dejó su cabeza en la puerta de la escuela, como "rito de iniciación" a un dios imaginario.

Muchas veces las motivaciones sexuales están detrás de los crímenes, como el caso del peruano José Manuel Torres Yagi, quien puede ser condenado a muerte por la violación y asesinato en 2005 de una niña de siete años, cuyo cadáver abandonó en una caja.

Para los crímenes crueles la pena capital es respaldada por una amplia mayoría de los ciudadanos japoneses -hasta el 80 por ciento-, pero las organizaciones civiles creen que no debe haber distinciones.

Makoto Teranaka, secretario general de Amnistía Internacional en Japón, dijo que "no diferenciamos entre los prisioneros y no creemos que la pena de muerte sea una solución, la condenamos siempre".

Teranaka señaló que "las razones de los crímenes de Miyazaki nunca se han aclarado", en referencia a que el preso ejecutado podía sufrir esquizofrenia u otra alteración de la personalidad, aspecto que el Supremo minimizó cuando en 2006 confirmó su sentencia a muerte. 

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