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"Nos amarraron por debajo del tren a cinco"

“Recuerdo que lo primero que vi fue un McDonalds, eso fue una señal de que estaba del otro lado”.

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A sus 35 años de vida, Manuel Guerra dice haberlo vivido todo. “Desde que salí de mi país he vivido cosas malas y buenas, pero creo que durante mi viaje a Estados Unidos fue cuando comencé a vivir de verdad”.

Guerra es un inmigrante de Guatemala que llegó a Filadelfia hace seis años cuando tenía 28.

 Desde Centroamérica decidió salir a probar suerte en otro país ya que en el suyo no veía futuro:“No fue fácil cruzar a México, pero fue más difícil cruzar a Estados Unidos”.

“Primero tuve que salir de Guatemala para poder llegar a México... cruzar esa frontera fue fácil aunque me tomó dos días para estar del lado de México, más otros ocho días cruzar el país, eso debido a que en el camino trataba de que los trailers me dieran un aventón... recuerdo que caminé por mucho tiempo en México, yo no conocía nada, iba en blanco”.

Guerra dice que un día, mientras caminaba por la carretera de Zacatecas, un conductor de trailer le ofreció ayuda... “Estaba lloviendo muy fuerte, y de repente se detuvo un camión de carga... ‘¿Le puedo servir en algo?’, escuché que me dijo el conductor... pensé que bromeaba, pero me ayudó. Se llamaba Sebastián, lo recuerdo muy bien”.

El trailer dejó a Guerra en Ciudad Victoria, pues hasta allí llegaba en su recorrido... “le di las gracias al samaritano, se portó muy bien conmigo, hasta me compartió de su comida”, dijo. Después, como no tenía más que $1.060 dólares, prefirió ahorrarse el pasaje y se subió a un tren de carga sin ser visto.

“Tomé un tren para poder viajar de Ciudad Victoria hacia Reynosa, era la ciudad más fácil de acceder para mí, ya que en el lado mexicano no había tantas trabas para cruzar por ahí a Corpus Christi (en EE.UU.)”.

De acuerdo con Guerra, tomar un tren que fuera a Reynosa fue difícil, ya que existen muchas vías alternativas. “Al por fin lograr encontrar el tren correcto me subí, pero no sabía que el tren paraba en un retén en donde soldados mexicanos revisaban la carga... recuerdo que me escondí debajo del tren para que no me vieran, escuché gritos, traté de ver, pero no podía, sólo escuchaba que los soldados se llevaban personas. Estuve colgado de el tren por una hora, mientras que los soldados terminaban su revisión... por fin sentí que el tren comenzó a avanzar y me volví a  acomodar sentado en la orilla de una entrada a las cajas del tren”.

Guerra comentó que al llegar a Reynosa consiguió un coyote que le cobró mil dólares para cruzarlo a Corpus Christi en un tren de carga.

“Esperamos por dos días el tren en Reynosa, el coyote decía que era un tren especial, que por eso lo teníamos que esperar... cuando por fin llegó el tren, nos amarraron por debajo de la máquina a cinco personas... íbamos viendo hacia el suelo, nos golpeábamos con piedras, ramas y demás, pero tan sólo con pensar que llegaría a mi destino yo era feliz”, relató.

El guatemalteco no sabe cuántas horas pasó amarrado, solo que transcurrió mucho tiempo y finalmente se desmayó debido a un golpe que recibió con una piedra... cuando despertó, fue porque las personas que viajaban con él lo estaban ayudando a desamarrarse del tren que ya había parado.

“Cuando estábamos desamarrados era hora de correr, nos dijeron que teníamos que correr unos 200 metros para encontrarnos con el coyote y que él nos llevaría a una casa en donde nos hospedaríamos para seguir el recorrido, pero las cosas no salieron bien”, dijo llorando Guerra.

Al tratar de correr, el inmigrante vio a unos policías vestidos de verde, “era la migra”. Se regresó junto con el resto de los indocumentados para esconderse una vez más debajo del tren, pero olvidaron que el coyote les dijo que solo tenían 15 minutos para desamarrarse y correr, pues ese tren sólo paraba por unos momentos ahí.

“Escuchamos que encendieron el tren, señal de que ya se iba... salimos como pudimos, pero yo me atoré con algo... por más que trataron de moverme para zafarme no  podían... en el último intento perdí mi mano izquierda”. Los seis lograron entonces correr. “Yo iba corriendo con mi mano en la mano”.

Después de haber perdido una mano, Guerra dice que sus acompañantes le pusieron una camisa como vendaje para detener un poco el sangrado... “llegamos hasta el lugar que nos dijo el coyote y ahí estaba él... esperándonos, recuerdo que lo primero que vi fue un McDonalds, eso fue una señal de que estaba del otro lado”.

Guerra dice que al momento en que el coyote vio su mano lo llevó a una farmacia en donde el que atendía era un mexicano.

“Recuerdo las palabras del coyote, se veía muy preocupado, ‘no te preocupes carnal, vas a estar bien... ya lo verás, no voy a dejar que te pase nada’, mientras tanto, yo le decía ‘ya estoy del otro lado, eso es lo que importa ¿no?’”.

En la farmacia atendieron a Guerra y curaron su herida. Tuvieron que cortar un poco más del hueso para evitar que perdiera el brazo por completo. “Mi madre siempre me dijo: ‘sólo necesitas corazón para seguir adelante’. Así que no me preocupé por una mano, sabía que después sería difícil seguir así, pero también sabía que Dios me iba a recompensar”. 

De acuerdo con el guatemalteco, el coyote fue muy amable con él, le dijo que ya no le tenía que pagar más ya que se sentía culpable del accidente.

“Me ofreció quedarme en Corpus Christi con él, que él me daría un poco de trabajo... acepté para después partir a Filadelfia... el coyote me volvería a ayudar”.

Después de estar seis meses en Corpus Christi, el coyote ayudó a Guerra a llegar a su destino final, Filadelfia.

“Me dijo que me iría en una camioneta con gente americana que se dedica a hacer obras de caridad y que le debían un favor... viajé por cinco días hasta llegar a Filadelfia... los americanos fueron muy amables conmigo... conocí de todo”, recuerda Guerra, quien dice que ésta fue la mejor parte de su viaje.

En Filadelfia lo estaba esperando ya un hermano, “cuando llegué por fin a mi destino final me sentía muy contento, el ver a mi familia me alegró de nuevo...”

Desde hace seis años Guerra trabaja como mesero en el restaurante familiar. “Ayudo en lo que puedo, cuando llegué aquí me sentía inservible por no tener las dos manos, pero poco a poco aprendí”.

Ahora Guerra tiene su propia familia, su esposa y sus dos hijos de 4 y 1 año.

“Me quitaron una mano, pero me dieron una familia, con el coyote sigo en contacto... nos hicimos amigos, él es una gran persona y cuando platicamos de mi viaje, él me dice que nunca había conocido a una persona tan fuerte como yo”.

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