Influencers de clase obrera: Luchar contra la discriminación en el sector del ‘postureo’
Instagramers como la modelo afro y curvy Nicole Ocran se han unido en sindicatos y asociaciones para denunciar el racismo, la homofobia y los abusos laborales.
Pese que haya todavía quien critique a los influencers acusándolos de que viven del cuento, no hay duda de que las marcas sacan buenos réditos de trabajar con personalidades de Internet, cuya reputación e imagen son su mejor activo.
Sin embargo, en una industria que mueve más de 11 millones de dólares y que no para de crecer -la prueba son las numerosas agencias de influencers que han surgido en el último tiempo-, el trabajo sumergido y la discriminación salarial por género, raza u orientación sexual son cada vez más frecuentes.
Animados por el poderos influjo del movimiento Black Lives Matter, un grupo de influencers decidió unirse el pasado mes para formar el American Influencer Council (AIC), una asociación comercial que proteger los derechos de los instagramers profesionales y que ha tenido una más que poderosa réplica en Reino Unido -de hecho, aparentemente más inspiradora-: la modelo curvy racializada Nicole Ocran ha impulsado The Creator Union’s (TCU), un sindicato para estos freelancers que trabajan para, con y a veces a pesar de las marcas.
“Es habitual que incluso marcas muy conocidas no permitan a los influencers negociar sus tarifas, no les ofrecen un contrato y no les pagan a tiempo”, declaró a Vogue Business la instagramer, quien afirma haber sido discriminada salarialmente por su color de piel y su peso -una talla 16-.
Según Ocran, que tiene unos 25.000 seguidores, sindicarse beneficia sobre todo a microinfluencers como ella que no cuentan con la protección de una agencia o con la suficiente popularidad para sacar los colores a las marcas cuando estas hacen propuestas abusivas, ya que su condición de autónomos los deja totalmente desprotegidos -a pesar de que algunos de ellos llegan a ganar miles de dólares cada semana.
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La modelo también señala la falta de diversidad en las campañas publicitarias y la brecha salarial que nada tiene que ver con el número de seguidores, sino con cuestiones del todo denunciables.
El TCU se ha unido al American Influencer Council, que en forma de think tank sin ánimo e lucro vela porque las relaciones comerciales entre los influencers y la industria sean mucho más transparentes.
No obstante, la creación de esta asociación cuyo esperado nacimiento llegó a anunciarse en Times Square, está sujeta a polémica, ya que instagramers como Diet Prada la acusan de intentar menoscabar la libertad de competencia entre influencers, además de actuar con hipocresía -algunas de sus asociadas han trabajado con compañías de moda de prácticas dudosas.
Al AIC sólo se entra por invitación y cuenta con una docena de miembros entre los que figuran estrellas virtuales como Danielle Bernstein o Chriselle Lim, si bien esperan que el número pase a 15 el próximo año.
La unión hace la fuerza y el poder real que puedan tener este tipo de iniciativas dependerá de lo abiertas que estén a sumar miembros a su causa. Más allá de su número de seguidores, más allá, incluso, del ‘postureo’ de Instagram.
Como nos enseña BLM, las calles y no sólo las redes son terreno de batalla.
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