El ser afro latino
El afrolatino y su identidad. Un escollo más en la eterna búsqueda de un lugar en la sociedad globalizada.
Para el filósofo mexicano José Vasconcelos, “ninguna raza vuelve; cada una plantea su misión, la cumple y se va”.
Esta pareciera ser la manera más directa de abordar el asunto de la raza latinoamericana actual. Sí, “la raza,” la etnia multi-racial que hoy se extiende a lo largo y lo ancho de los Estados Unidos con más de 50 millones de personas clasificadas hoy como “Latinos” o “Hispanos”.
Y es que hemos estado en constante búsqueda de identidad desde que el primer barco europeo que se ancló en las costas de América; desde el momento exacto en el que se encontraron dos mundos.
¿Por qué siendo Latinoamericanos, nos cuesta tanto identificarnos como tales? ¿Por qué teniendo un territorio tan amplio, nuestras diferencias nos hacen tan ubicuos?
Y es que hemos forjado nuestra imagen a través de las semejanzas y reflexiones frente a tantos otros que se aproximaron a nosotros sin que los estuviéramos buscando.
Hoy por hoy, hay latinos negros, latinos blancos, latinos mestizos, trigueños, o con rasgos árabes, griegos e incluso asiáticos.
Hemos sido la meca de la multiculturalidad y no hay manera de categorizarnos homogéneamente, pues nuestras raíces han mutado y no sólo se anclan en un pasado precolombino ni en una culturización producto de la dominación.
Somos en verdad ahora un vasto tapiz de colores, rasgos e identidades.
¿Resulta tan inverosímil la posibilidad de que exista un hombre con rasgos Afroamericanos pero que se exprese perfectamente en castellano y en inglés? ¿Una mujer morena, de anchas caderas, que ejerza como abogado en un país angloparlante pero que en su casa sus hijos respondan al más coloquial de los castellanos?
Es ésta una de las múltiples realidades que viven los Latinos alrededor del mundo, pero en especial dentro del territorio estadounidense. No sólo hemos tenido que labrarnos un lugar dentro del compendio de minorías infravaloradas, sino que hemos tenido que luchar codo a codo en un laberinto de espejos para hacer entender a nuestros conciudadanos que somos mucho más que un estereotipo.
En el mes en el que se celebra el mes de la herencia afroamericana, nosotros hemos venido a sumarnos a la causa, respondiendo una pregunta que pocos se han atrevido a hacer en voz alta:
¿Existe el latino afroamericano?
El mito de la negritud Latinoamericana
Aquello que separa América y África es más que un océano; es una vía, un canal de tránsito, un espacio de movilizaciones demográficas, una ruta plagada de huellas, de historias, de recuerdos, de temores y abandonos.
América y África se transformaron pronto en hermanas circunstanciales que durante 350 años adoptaron y perdieron hijos, para complementar el paisaje del que gozamos hoy en día.
Mestizos, castizos, españoles, mulatos, moriscos, chinos, salto-atrás, lobo, jíbaros, albarazado, cambujo, sambiaga, calpamulato, tente-en-el-aire, no-te-entiendo y torna-atrás, fueron los primeros denominativos del producto de lo que comúnmente conocemos como mestizaje.
Blanco, negro e indio, es la trinidad que evoca este término, y cualquier conocedor amateur de genética sabría que el producto de esa mescolanza es infinitamente variado, aún cuando existan rasgos más dominantes que otros.
Pero al pasar los años, el fenotipo del latinoamericano se ha homogeneizado en la cultura popular, refiriéndose a nosotros como “Mexicanos” o “Españoles”, haciendo tabla rasa de la multiplicidad de rasgos que nos caracterizan.
No es de sorprender que en las calles de Barcelona (España) se vendan sombreros de charro y que en algunas tiendas de souvenires en Latinoamérica encontremos castañuelas y vestidos de lunares colgados en una esquina.
Hemos pasado el filtro de la globalización y hemos quedado compactados en tres o cuatro símbolos que menosprecian nuestra vasta identidad.
Así pues, es frecuente que un hombre de piel negra y rasgos africanos, no califique como latinoamericano ante los ojos de, digamos, un norteamericano o un europeo del este, pues negro es africano y latino es mexicano, citando el más cruel de los reduccionismos.
Aprovechemos entonces la víspera del mes de la historia Afro-Americana para hacer algunas aclaraciones históricas, en un ímpetu ingenuo por devolver la negritud latinoamericana al puesto en el escenario que se merece.
La historia del origen
Fuimos esclavos, es cierto. No existe ningún compendio histórico que pueda obviar, negar o disimular un hecho de ese tamaño.
No sólo fuimos esclavos africanos, encadenados y transportados en pesados barcos a través del océano Atlántico, sino también fuimos esclavos indios y fueron también esclavos nuestros descendientes.
Pero es importante hacer un inciso y recordar que la esclavitud indígena fue menos agresiva en las colonias españolas debido a los desacuerdos que tuvieron la reina Isabel de Castilla y el Rey Carlos V con el sistema de encomiendas, y quienes permitieron la venida de cualquier “hombre libre” a la península, bajo mandato de jamás ser esclavizado.
Si bien los dictámenes reales fueron bastante estrictos en papel, en la vida real siempre hubo vericuetos y escisiones que permitieron el maltrato y el abuso de la humanidad indígena.
La esclavitud africana, por su parte, comenzó con la Ruta de los Portugueses en 1445 desde la isla mauritana de Arguin, donde Joao Fernández intercambiaría tejidos y trigos por hombres y oro.
Asimismo, es frecuente considerar que la mano de obra esclava en los sembradíos es un asunto originario de América, pero la historia es otra: la siembra de la caña de azúcar con mano de obra esclava, por ejemplo, ya sucedía en 1425 en la isla de Madeira, donde Enrique “El Navegante” introdujo el rubro desde Sicilia.
Fue gracias al Rey de Ndongo (África) que los portugueses pudieron hacerse con tal cantidad de hombres. El Rey no sólo permitía que el hombre blanco viniera y se llevara a sus hombres, sino que también permitió a su hija ser bautizada y transformada en doña Ana de Sousa, aunque más tarde se rebelaría y pelearía en Angola contra la invasión del extranjero.
Entre las disputas por territorios marítimos, asaltos y tratados, la autonomía de la zona atlántica en materia de trata fue siempre moneda de intercambio entre Portugueses y Españoles.
Para 1480, Huelva era ya núcleo de comercio de esclavos y, tras la Guerra de Sucesión Castellana y el tratado de Alcáçovas, Portugal sería, para finales del siglo XV, el mayor traficante de esclavizados de Europa gracias a la mediación de los árabes en África.
Pero con el descubrimiento de América, los españoles debieron inmiscuirse mucho más en el negocio de la esclavitud, esta vez a través de las licencias (o permisos) de posesión de esclavos.
El beneficio del esclavo africano era no sólo su fortaleza física, sino su inmunidad ante varias de las epidemias que azotaron a los indígenas en América.
De hecho, fueron los frailes franciscanos y la Real Audiencia de Santo Domingo quienes solicitaron por primera vez el envío de esclavos negros para el trabajo en las plantaciones de México, Perú y Río de la Plata, durante la primera treintena del siglo XVI.
Tras el éxito de la mano de obra esclava bajo la supervisión de los frailes y, posteriormente, la unión de España y Portugal bajo la misma corona, Felipe II de España lograría un nuevo método para sacar provecho de la importación de esclavos al Nuevo Mundo. Se trataba del sistema de “Asientos” o permisos a personas morales independientes de importar esclavos a las Américas, realizando un pago de cuota a la Corona.
Se estima que durante el siglo XVII llegaron a América 268.204 esclavos, de los cuales 70.000 entraron por Veracruz, 135.000 por Cartagena de indias, 44.000 por Buenos Aires y el resto por el Caribe y otras zonas.
Lo que sucedía una vez llegaban a tierra firme, ha sido un terrorífico recuerdo que no se ha olvidado gracias a la tradición oral y a la literatura que ha hecho su mejor intento por inmortalizarlo.
A partir de 1765, el Asiento de la Compañía Gaditana de Negros surtió durante 10 años a Cartagena, Portobello, Santo Domingo, La Habana, Santa Marta, Cumaná, Orinoco, Trinidad, Veracruz, Honduras y Campeche, de esclavos provenientes de Senegal, Cabo Verde y Gorea, que eran trasladados a Puerto Rico para ser distribuidos y, posteriormente en 1773, a La Habana.
La libertad en un grito
Pero el hombre negro no fue tan sumiso siempre.
Más de una rebelión se formó en las islas del Caribe, sobre todo en Haití donde un tercio de la isla fue dominada por una sublevación que obligó a los Franceses a reconsiderar su posición. Muchas plantaciones fueron quemadas y muchos gritos y cantos se escucharon a la media noche, pidiendo libertad.
En la misma Florida, durante su dominación Española, se formaron los primeros núcleos sociales de hombres negros autoproclamados libres, protegidos por abolicionistas principiantes, quienes no pudieron salvaguardarles durante mucho tiempo.
Muchos escapaban e intentaban organizarse lo más alejados posible de las urbes, en aldeas semi-fortificadas conocidas como palenques, cumbés o quilombos. Precisamente para evitar este tipo de organizaciones, el patrón blanco siempre procuró mezclar a sus esclavos entre etnias y sociedades originarias distintas, para mantener a raya las convivencias y la vuelta al ritualismo.
No fue sino hasta 1805 que el abolicionismo comenzó a tomar auge, tan sólo como medida de Inglaterra para intentar obstruir el comercio del azúcar español. Fue entonces en 1864 que la Sociedad Abolicionista Española, creada por un puertorriqueño libre, empezaría a luchar por la libertad y la igualdad. La insurrección cubana que decantaría en la Guerra de los Diez Años en 1868, marcaría entonces el inicio del ocaso de la esclavitud en América.
Un gran impulso para la abolición de la esclavitud fue la estrategia libertaria de hombres como Simón Bolívar y Miguel Hidalgo, quienes utilizaron la bandera de la libertad para sumar hombres a sus revoluciones.
De una u otra manera, 350 años habían pasado, y ya el hombre Latinoamericano se había gestado en un entrecruzamiento paulatino entre el indígena, el hombre blanco y los esclavos que habían venido a suplantar al hombre precolombino casi extinto por la colonización y sus epidemias.
La diversidad como producto
No es muy difícil calcular el producto de tal mestizaje. Si se estima que 14 millones de esclavos africanos llegaron a América y fueron “depositados” inhumanamente en centros de distribución en Puerto Rico y Cuba, eso nos permite mirar con nuevos ojos la belleza del color en la piel del Latino Caribeño, y no adjudicárselo tan sólo al inclemente sol.
Espaldas anchas, amplias sonrisas y ritmos inolvidables, han sido parte de la herencia de tantos años de sufrimiento.
Hoy por hoy, nuestras sociedades latinoamericanas poseen una gran variedad de rasgos; desde el blanco, el trigueño, el mulato, el mestizo hasta las etnias supervivientes de la catástrofe colonialista, como los patagones en Argentina, los aimaras en Bolivia, los tapirapes en Brasil, los mapuches en Chile, yukpas en Colombia, guaimíes en Costa Rica, quechuas en Ecuador, cacaoperas en el Salvador, quichés en Guatemala, peches en Honduras, chichimecas en México, chorotegas en Nicaragua, brisbris en Panamá, chamacocos en Paraguay, tiahuanacos en Perú, bohanes en Uruguay y los yanomamis en Venezuela.
Pero el daño estaba hecho.
Durante 350 años el indígena y el negro – y concretamente cualquiera que no fuese el blanco europeo – habían dependido de su conquistador para subsistir. Una vez asimilada la libertad, no todos tuvieron el norte claro. Más de un hombre esclavizado durante años y generaciones, no supo qué hacer con tanta libertad.
Años de retraso impuesto por la cadena, de escaso o ningún desarrollo de labores que pudieran abrirle las puertas al mundo libre y en una sociedad donde tener la piel de color era un estigma irremisible, no sólo le aislaron, sino le hicieron su espacio por derecho propio en el mundo, cada vez más inalcanzable.
Un “hoy” que se parece más al “ayer”
Fue tan difícil el proceso de adecuación, de reencuentro consigo mismo y con una identidad originaria que se había perdido en algún lugar del Atlántico, que el hombre nuevo americano olvidó por completo que en el África sus hermanos siguieron siendo esclavos durante mucho tiempo más.
Habrá que recordar a Aimé Césaire y la terminología que en 1935 diseñó en un ímpetu de reivindicar al hombre negro como igual, y que a partir de entonces se conocerá como Negritud.
En Latinoamérica la división de clases heredada de los mantuanos se mantuvo durante muchísimo tiempo, incluso perdura hoy en las esquinas más disimuladas de la globalización.
La relación directa entre el color de la piel y su marginalidad en el esquema social ha sido un escollo difícil de superar, aún cuando intelectuales, figuras públicas, artistas e incluso presidentes de la República hayan demostrado lo contrario.
Y es que esta ha sido una realidad simultánea. Basta con tan sólo leer a Isabel Allende y a Toni Morrison para entender que el idioma no es precisamente lo que nos separa.
Desde el blues del Mississippi hasta el son cubano, desde el merengue dominicano hasta los tambores de Aragua en Venezuela; desde el calipso guayanés hasta la samba brasilera; no existe un espacio en nuestro continente en el que no hierva aún la sangre africana.
Entonces, ¿existe la negritud latinoamericana? Está de más decir orgullosamente que sí.
Han pasado 560 años desde los inicios de la esclavitud y la aculturación de los hombres obligados a trabajar forzosamente a un océano de distancia de sus hogares. Y sin embargo 350 años de denigración parecieran pesar todavía más, pues el Movimiento de los Derechos Civiles en los Estados Unidos y la Resistencia Indígena Mapuche en el Sur de Chile son sólo los extremos de un largo compendio de Revoluciones que hoy en día, están más vigentes que nunca.
Eventos Mes de la Historia Negra
La herencia afroamericana ha jugado un rol importante en la estructura de la ciudad de Filadelfia.
Para celebrar el Mes de la Historia Negra, varios eventos se han organizado alrededor de la ciudad.
Durante Febrero:
Centro Nacional de la Constitución
Presenta la historia de los líderes afroamericanos de la Proclamación de la Emancipación.
Biblioteca Gratuita de Filadelfia
(Desde el 21 de Enero hasta el 28 de Febrero)
Desde cursos de cocina tradicional africana hasta talleres de danza y exhibiciones.
Museo Afroamericano de Filadelfia
Con la mayor colección de arte, fotografías, vestidos y más. Durante el mes de la Historia Negra el museo inaugurará dos exhibiciones fotográficas: Shawn Theodore Church of Broken Pieces y Dawoud Bey: Harlem, USA.
Centro Kimmel
Celebrará durante el mes la fusión de la danza tradicional africana y las técnicas modernas. Las fechas especiales son el 3, 4 y 8 de Febrero.
Parque Nacional Histórico de la Independencia
Durante el mes se llevarán a cabo la relectura de historias sobre hombres negros libres en Filadelfia, como Octavious V. Catto y más.
Museo Penn
Celebrará el día de la Cultura Africana el 25 de Febrero; un taller de máscaras Nigerianas el 12 de febrero y tendrá las puertas abiertas a su extensa colección de arte Africano, una de las más grandes del país.
El Centro Annenberg
Además de la serie de Vocez Americanas, el centro Universitario de Artes Performativas albergará varios shows en vivo como el African Roots American Voices, con proyecciones, música en vivo y más.
La Feria del Libro Afroamericana Infantil
Se llevará a cabo el 4 de Febrero y es conocido como uno de los pocos eventos que celebran la literatura afroamericana infantil.
Otros sitios de interés
The African American Museum, The Johnson House y Mother Bethel African Methodist Episcopal Church
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