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Agentes de policía trabajan en el exterior de una oficina postal donde se encontró otro paquete sospechoso, en Nueva York, Estados Unidos, el 26 de octubre de 2018. El Departamento de Policía de Nueva York (NYPD) anunció que está investigando un nuevo paquete sospechoso en la ciudad, lo que ha obligado al cierre de varias calles en una céntrica zona de Manhattan. EFE/ Justin Lane
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Desde el fatídico evento del 11 de septiembre del 2001, la definición de terrorismo se ha transformado en un debate no sólo lingüístico sino también político.

En 1974, Robespierre definía el terrorismo como la “justicia, severa, inflexible e inmediata”, como recuerda el diario The Atlantic.

Desligar el envío de bombas caseras a políticos demócratas y a actores que han insultado a un presidente republicano de la definición de terrorismo “hecho en casa”, es casi imposible.

Durante los últimos dos días, reportajes a nivel nacional han publicado que varias bombas de fabricación casera han sido enviadas a través del sistema de correo postal a personajes como George Soros (inversor, autor y activista por el progresismo estadounidense), Barack Obama, Hillary Clinton, Joe Biden, la representante demócrata Debbie Wasserman Schultz, el ex fiscal general Eric Holder, la representante demócrata Maxine Waters y el ex director de la CIA John Brennan, así como al actor Robert De Niro.

La reacción inmediata de analistas ha sido la de conectar a todos los personajes a quienes estaban dirigidos los paquetes como “miembros del partido Demócrata” y “objetos de, al menos, una teoría conspirativa relacionada con las elecciones presidenciales estadounidenses en el 2016”, según explicó The Verge.

Este agresivo mecanismo de protesta no es desconocido en la historia estadounidense. The Verge le califica como “quizás la manera más americana de hacer terrorismo político”, destacando las cifras de alrededor de 370 incidentes entre enero de 1969 y octubre de 1970, donde las bombas caseras se transformaron en el medio predilecto para “destruir ideologías”.

El trasfondo político que suele detonar este tipo de agresiones coincide siempre con un arraigado divisionismo en la escena nacional, así como la normalización del discurso violento por parte de representantes políticos que ostentan el poder mayoritario.

Los paquetes enviados durante esta semana, por su parte, estaban destinados a “personas que el presidente y sus aliados tratan como enemigos”, incluyendo medios de comunicación, y su efecto inmediato fue el terror generalizado.

Pareciera que, a todas miras, tanto el presidente como los políticos en general han menospreciado el efecto del discurso normalizado desde el podio del populismo.

“Noticias falsas”, “enciérrenla”, “los medios son los enemigos del pueblo”, son sólo algunos de los grandes éxitos del discurso de odio del presidente Trump que, si bien le ha ganado el apoyo de una minoría poco educada y sensible al populismo nacionalista, también ha traído consigo la fractura de los principios básicos de una democracia.

Tan sólo hace una semana un pasajero invocó al presidente para argumentar que tenía derecho a comportamientos sexuales inapropiados durante un vuelo desde Houston hacia Albuquerque, diciendo que “el presidente de Estados Unidos dice que está bien agarrar a las mujeres por sus partes privadas”.

De la misma manera, estadísticas han demostrado un aumento considerable en los incidentes de odio contra inmigrantes de origen Latino en el país, amparados por la constante campaña presidencial contra los inmigrantes en el país.

Las bombas caseras de esta semana son tan sólo la exacerbación del tóxico divisionismo de la Administración Trump, quien sigue creyendo que hacer política en un país como Estados Unidos es otro programa de ficción.

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