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Si las regulaciones del medio ambiente y el cambio climático no existieran, la industria del carbón habría recibido intensas presiones para cambiar y adaptarse. El gobierno no está matando la industria del carbón. “El progreso es el culpable,” concluye el estudio de Kolstad.
Si las regulaciones del medio ambiente y el cambio climático no existieran, la industria del carbón habría recibido intensas presiones para cambiar y adaptarse. El gobierno no está matando la industria del carbón. “El progreso es el culpable,” concluye…

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Ésa es la conclusión de un nuevo estudio del economista Charles Kolstad, del Stanford Institute for Economic Policy Research, tal como lo reportó el sitio Web Conversable Economist. La conclusión de Kolstad refleja la de Glenn Kessler—el “Fact Checker” (verificador de datos) del Washington Post—quien disputó la reciente afirmación de Scott Pruitt, administrador de la Agencia de Protección del Medio Ambiente, de que las políticas de Trump aumentaron los puestos de trabajo en carbón en casi 50.000. Pruitt adjudicó equivocadamente la mayoría de los aumentos en “minería” al carbón, cuando la mayoría ocurrieron en operaciones de gas y petróleo. El número de puestos agregados de carbón, calcula Kessler, estuvo cerca de 1.000. 

Según Kolstad, el efecto combinado del carbón del Oeste, extraído a cielo abierto y más barato, y de las mayores provisiones de gas natural devastó la industria carbonífera. 

Consideremos lo siguiente. 

Durante años, el carbón fue el combustible dominante para la producción de electricidad, y representó entre el 50 y el 60 por ciento de la generación eléctrica. Pero la expansión del gas natural, posibilitada por “fracking” (técnicamente, “fracturación hidráulica”—la apertura de yacimientos de gas natural al inyectar agua a alta presión en las vetas de gas), desplazó al carbón en muchas partes del país. Desde 2008, la producción de carbón cayó casi un 40 por ciento, de casi 1.200 millones de toneladas a unos 728 millones de toneladas en 2016. La porción de electricidad alimentada por carbón cayó a un 32 por ciento en 2016, un poco por debajo del 33 por ciento del gas natural, calcula la Administración de Información Energética de Estados Unidos. 

La pérdida en puestos de trabajo es aun más dramática. En su apogeo, las minas de carbón generaban casi 400.000 puestos de trabajo (para ser precisos: 388.000 en 1950). Para 1979, la cifra cayó a 227.000 y en 2015, el total era de 75.000. Aunque el gas natural explica las pérdidas más recientes, las reducciones anteriores fueron reflejo de la intrusión del carbón más barato del Oeste en mercados que dependieron mucho tiempo del carbón más caro del Este. En verdad, el carbón del Oeste proporcionó todo el aumento en la producción total de carbón desde mediados de la década de 1970. 

No es difícil ver por qué. La minería a cielo abierto es mucho más eficiente que la minería profunda tradicional, que es peligrosa e insalubre. Según cálculos de Kolstadt, un típico trabajador en el Oeste a principios de 2000 podía extraer 19 toneladas de carbón por hora comparado con alrededor de cuatro toneladas por hora para los mineros del Este. “El tamaño de algunas de estas minas es asombroso”, dijo Kolstad en una entrevista. “Una mina produce 8 por ciento de la producción norteamericana.” 

La regulación del gobierno tuvo un efecto ambiguo en el carbón—pero probablemente no de la manera en que la mayoría de la gente imagina, dijo Kolstad. En la década de 1970, el Congreso protegió las fuentes de trabajo tradicionales de la industria en el Este al incluir estipulaciones en la Ley de Aire Puro que favorecieron su carbón en desmedro de las provisiones del Oeste. Más tarde, el Congreso cambió de enfoque al desregularizar la industria de ferrocarriles. Eso llevó a una caída del 50 por ciento en las tasas de transporte de carbón. Los costos más bajos de transporte “expandieron enormemente el mercado para el carbón del Oeste a expensas del carbón del Este.” 

El punto es simple. Incluso si las regulaciones del medio ambiente y el cambio climático no existieran, la industria del carbón habría recibido intensas presiones para cambiar y adaptarse. El gobierno no está matando la industria del carbón. “El progreso es el culpable,” concluye el estudio de Kolstad.

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