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El latino que enfrentó a policías de NJ

El latino que enfrentó a policías de NJ

La presión de un padre mexicano y un abogado hondureño, que no se dejaron intimidar por tres departamentos de policía y una fiscalía en NJ...

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Para aquellos que no han visto Erin Brockovich, hay una película mejor.  

Ésta no ha ganado un Oscar, como se lo mereció Julia Roberts, porque apenas terminó en la vida real el pasado 19 de octubre en la Corte Superior del Condado Ocean, en Nueva Jersey.

"Ya estoy cansado papá, me quiero ir a casa, acepta la oferta", le dijo Julio Magaña a su padre el 14 de octubre pasado con el peso de llevar dos años encarcelado, asustado, intimidado y humillado.

A las pocas semanas de haber llegado a estudiar a Estados Unidos, en septiembre del 2008, lo empezó a perseguir la sombra del "declárate culpable". Desde que Magaña fue acusado de narcotráfico, la insistencia vino del informante, del juez y del fiscal Joseph Mackolin, tanto, que horas previas al juicio, el joven de 20 años ya quería desistir para reunirse con su familia en Guadalajara.

"¿Qué te parece si hacemos un trato: Tú te echas la culpa y tu papá no muere?", lo amenazaron en una ocasión en una carta hecha con recortes de periódicos que le llegó a la cárcel. "Era terrorífica, yo la había visto en las películas... de veras me van a matar... la vi como de psicópatas".

El último intento de persuasión fue el de una intérprete de la corte que el día del juicio se acercó a su madre, Patricia Magaña, quien recién había llegado de México para acompañar a su esposo Francisco en la estocada final. "¿Por qué no aceptaron la oferta?", le dijo con asombro la intérprete.

"Un cargo de posesión y distribución de un kilo de cocaína" era la culpa que Julio debía echarse a sus hombros junto con la mancha criminal, para quedar libre.

Las presiones del fiscal Mackolin –que Julio, Francisco y Patricia Magaña sentían como amenazas– eran que si el joven no aceptaba la oferta del fiscal y se iba a juicio, se iba a "tragar veinte años de cárcel".

Julio desfalleció, pero su madre, sin siquiera poder tocarlo, le dijo a través de la ventanilla: "No, no podemos aceptar. Estos dos años merecen el todo por el todo".

"Está bien, vamos a pelear esta guerra", dijo Francisco, de 47 años, mientras pensaba que no se lo iba a perdonar si perdían; pero al mismo tiempo sabía que se había preparado durante casi dos años para dar la batalla.

Francisco cuenta que desde principios del 2009, la insistencia en la inocencia de su hijo y la negativa para que se declarara culpable lo hicieron blanco de hostigamiento y vigilancia por parte de policías. "Nos estaban oyendo", dice.

Alguien le advirtió que había una especie de hermandad, de pacto de corrupción institucional, que no solo involucraba a policías. 

"Es difícil que quiebre el honor de ellos, pero por lo menos, lo voy a intentar", pensó en ese momento Francisco, un fabricante de lámparas de cristal de selenita en México.

Hitler

Lo primero fue establecer claves secretas para comunicarse con su hijo y su abogado, David Alcántara, pues se trataba del caso de un  "f... mexican" (como está grabado dicho por un policía) peleando contra agentes  de varias policías locales de Nueva Jersey.

 "Hitler" se llamaría el expediente, "trapero" cuando hubiera peligro, "paloma" la grabación, "tequila" el informante... y un sinnúmero de  claves fueron creadas a partir de experiencias personales de los Magaña. La conexión era, por ejemplo, trapero-entonces alacrán-entonces peligro. De pequeño Julio encontró en el trapero un alacrán que lo picó.

"En el cielo donde vamos va a haber una taberna y la piscina quiere decir que no hay que ahogar a la lagartija", dice Alcántara y suelta la carcajada al recordar las conversaciones telefónicas entre ellos. "Nos estaban grabando, estoy casi seguro".

Y así, sin las minifaldas ni los escotes de Julia Roberts en la película, comenzó la guerra de este minero mexicano que prácticamente se mudó a Estados Unidos  para defender a su hijo, y que hizo equipo con un abogado-filósofo que habla ruso, francés, italiano inglés y español.

"Hasta que han cumplido los 15 ó 16 años cada uno de nuestros hijos se ha ido de noche a la cama a dormir con nosotros", dice Francisco.

Y el encarcelamiento los unió más que nunca a pesar de la prohibición de darle siquiera un abrazo para consolarlo, o tomarlo de la mano.

Julio fue arrestado el 18 de noviembre del 2008 en Lakewood (NJ) junto con el mexicano Maximino Madrigada como parte de una operación encubierta anti-drogas guiada por un informante. Pero a Francisco le bastó la palabra de su hijo para comenzar su propia investigación. "Creo en mis hijos, él me dijo: 'Yo no fui'".

El cuarto abogado

En noviembre del 2009, Alcántara le devolvió a Magaña la fe en los abogados. Con el primero, Paul Begrin, perdió 12.500 dólares, pues al poco tiempo éste fue a prisión por "matar a testigos en otros casos"; con una abogada de oficio no perdió dinero pero sí tiempo, porque lo único que le recomendó fue que su hijo se declarara culpable. Con otro perdió tiempo y dinero: 5.000 dólares y también la "insistencia" de culpabilidad a cambio de "sólo" 12 años de prisión. 

"Somos usted y yo contra el destino", recuerda Magaña que un día le dijo Alcántara, un hondureño con problemas de colesterol, poca habilidad con las computadoras y un caso "más difícil de lo que se esperaba". Pero como abogado, lo que él llama su "sexto sentido", nunca lo abandonó.

A medida que la investigación de ambos proseguía, la oferta del fiscal mejoraba. Enero del 2010: "26 días de cárcel. Tienen 24 horas para aceptar".

 "Esto está raro, raro, raro...", pensaba Alcántara. "Cualquier abogado lo acepta. Me dicen que estoy loco si no lo acepto".

"Rechazamos", recuerda Francisco.

Y de la nada, apareció una copia en video de una "confesión" de Julio por parte de la Fiscalía.

"Gracias a Dios el papá de mi cliente es muy bueno con los computadores... yo sabía lo básico, (ahora) soy adecuado", se defiende con gracia Alcántara, al recordar que el video enrarecía aún más la investigación.

Un dinero bien invertido fueron los 8.500 dólares que Francisco pagó a un forense de Nueva York que él buscó por internet, y que determinó, en últimas, la imposibilidad técnica de hacerle la prueba de autenticidad al video, especialmente porque la policía había borrado el original, lo cual no es normal en los procedimientos policiales, según Alcantara.

"El del video no era mi hijo", dice su madre Patricia. Y aquí aparece en escena 'el de la calva', un personaje que no sólo está en el video "representando" a Julio aceptando la culpabilidad, sino en por lo menos otro video de otro caso, según Magaña y Alcántara. 

"Esto no puede ser negligencia", se olía Alcántara. "Apesta a corrupción".

Hubo muchos "traperos" o alacranes en la vía. Algunos, vestidos de  policía, pararon a Magaña en la autopista, y nunca hubo reporte de ello. 

Con el pasar de los meses, "Hitler" fue creciendo hasta llegar a cuatro cajas de archivos, más de tres mil páginas.  Magaña se dedicó tiempo completo a pescar incoherencias, inconsistencias, y testimonios y hechos contradictorios, como la cantidad de droga, la estatura de su hijo, algunas fechas, algunos nombres... e incluso un carro que no existe, la S-10 Toyota.

Se armó con impresora, grabadoras y cámaras, y un programa de traducción al inglés, pues no lo habla.

Logró establecer quién era "tequila", el informante, y lo fue a visitar con una grabadora oculta para sacarle información.  El informante había sido detenido un día antes de la captura de Julio y liberado en pocas horas. Él, dice Magaña, fue el que metió a su hijo en el lío, no obstante  se ganó su confianza para sacarle información, alguna, que ni quería saber, como los detalles para empacar la cocaína.

Escribió cartas al gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, denunciando las inconsistencias; acordó con su abogado no enviar nunca detalles de "Hitler" por correo electrónico, le instaló, además, programas en su computador para avanzar en un caso que parecía fabricado. 

Incluso, en las últimas semanas, Patricia pensó en prepararle una "bomba" para  bajarle el colesterol al abogado Alcántara, a quien la presión estaba enfermando justo durante los días previos al juicio. "Piña, toronja, apio perejil y nopal..."

"Dos veces casi me desmayo", recuerda Alcántara.

"Lo voy a cuidar como si fuera mi esposo", pensó Patricia.

"Somos católicos pero no rezamos mucho"

El pasado jueves 14 de octubre empezó la selección del jurado para el juicio. Otra vez, ese día, la defensa rechazó la oferta del fiscal y la impertinencia de la intérprete.

"Me sentí desgraciado, no dormí todo el fin de semana. Si lo sentencian a 20 años me voy a sentir un hombre muerto", pensaba Magaña.

El domingo siguiente durante la visita a la cárcel de Francisco, Patricia y Fernanda, la menor de los Magaña, Julio contó que una Biblia le cayó en la cabeza y que quedó abierta en el salmo 140. "Líbrame, Señor, del hombre malvado, defiéndeme de la gente violenta, de los que en su corazón maquinan males y que provocan riñas cada día; que cual serpientes afilan sus lenguas y veneno de víbora hay en sus labios...".

"Voy a ser escéptico, me voy a las pruebas", pensó Francisco.

"Sí, nosotros somos católicos, pero no rezamos mucho", reconoce Patricia.

Así, el martes 19 de octubre comenzó un juicio que no duró ni una hora luego de que el juez, inesperadamente determinara, luego de un también inesperado nuevo testimonio de un policía,  que  la evidencia fue obtenida de forma ilegal sin una orden judicial.

En la corte, Alcántara miró a Patricia y levantó el dedo pulgar; ella no entiende inglés, pero desde antes, cuando Julio se había volteado y le había sonreído, supo que algo bueno había pasado.  Las intérpretes le decían "felicidades".

Francisco se perdió todo. Esperaba afuera, pues por su condición de testigo, no podía entrar.

"I am sorry", dice Patricia que le entendió al juez, pero aún no podía abrazar a su hijo, pues la cárcel le duró unos días más mientras superaba el tema migratorio, pese a que llegó al país con visa de estudiante.

Francisco, listo para el juicio, se quedó con toda la investigación de cuatro cajas, que había resumido en un documento de 15 páginas. Al mejor estilo de Erin Brockovich –o Julia Roberts en la película– memorizó fechas, nombres, detalles, circunstancias, y las recitaba con indignación y asombro. Estaba listo para la guerra: "Este documento en manos del fiscal lo hace pedazos".

Pero el resultado fue el mismo. El juez desechó los cargos y firmó la libertad de su hijo. 

"Creemos que tocamos algo sensible del fiscal", dice Magaña, al referirse a la presión que como defensa ejercieron.

Alcántara salió de la corte y dice que algunos de los policías lo miraron con respeto. "Que tenga un buen día señor",  le dijo uno de ellos. "Como que los mismos policías quieren que esto pare", reflexionó el abogado, quien cargaba sus cajas de archivos listas para presentar la contra-demanda (ver recuadro).

¿Traductor o informante?

El 26 de octubre a las 5 de la tarde lo primero que hizo Francisco cuando Julio salió de la cárcel fue revisarle la cabeza para comprobar que no tenía una calva.  "No es que dudaba sino que estaba reafirmando", dice riéndose y le vuelve a pasar la mano por la cabeza como quien revisa si un perro tiene pulgas.

Mis padres "me regresaron mi vida me la dieron de chiquito y otra vez me la dieron", dice Julio, quien coincide con su madre en que entró como un niño a la prisión y salió como un adulto, "más maduro".

Para él, el peor momento fueron las amenazas de muerte. "No podía dormir, tenía mucho miedo, llamaba a mi papá a diario".

Ya libre, cuenta cómo sucedieron los hechos: Conoció en un restaurante de un amigo a otro mexicano que a los pocos días lo invitó a ver carros de carreras  en un taller. A eso de las 9 de la mañana de ese 18 de noviembre lo recogió, llegaron al taller, le dijo a Julio que se bajara y tocara la puerta y salieron por todas partes hombres armados que no se identificaron como policías. Lo siguiente fueron groserías, maltrato, incertidumbre y la búsqueda desesperada de la droga por parte de los hombres armados en la camioneta en que llegaron los dos mexicanos.

Julio narra que un hombre alto con una cola de caballo lo levantó y lo tiró al suelo, hiriendo su rodilla. Dice que al mismo tiempo que le aplastaba el rostro contra el suelo, le gritaba "%&/ Mexican". 

Pasaron los minutos y llegó la Policía de Lakewood y fue arrestado, junto con el otro mexicano.

"No te metas a un carro a menos que sepas con quién estás y a dónde vas y por qué", es la lección que el abogado Alcántara dice que Julio ya aprendió.

Algo insólito fue el traductor que Julio tuvo en la enfermería cuando le practicaban unos exámenes de rutina para ingresar como reo. "¿Dónde está la droga, dónde está la droga...?", le preguntaba delante de la enfermera el que después resultó ser el informante y el dueño del taller. Lo que siguió fueron casi 23 meses de angustia y de incertidumbre que terminaron el 26 de octubre pasado.

Ese día, cuando salió libre, uno de los guardias –a quienes no les permiten hablar con los reclusos– le dijo: "Nunca había visto que le quitaran los cargos a un mexicano".

Para el día que Magaña salió, quedaron 99 mexicanos más en la  prisión del Condado Ocean.

"La intelectualidad genética"

A David Alcántara el caso de Magaña no sólo le quitó el sueño y el tiempo para el sueño, sino la tranquilidad y casi la salud. "Teníamos miedo", dice. "Me siento todavía amenazado", agrega.

Durante el proceso le dijo al juez James Den Uyl que se sentía intimidado –además de discriminado como latino– por la forma que lo trataban; contactó a la oficina del gobernador de Nueva Jersey y al FBI para dejar constancia.

Pero subestimaron al abogado y al papá de su cliente: A Alcántara porque no es "el papagayo que levanta el pecho y quiere impresionar". Callado y tranquilo llevó la investigación. 

"Subestimaron también la capacidad mental de los mexicanos, o latinos, que 'no tenían cabeza'. Recuerde que cuando en México estaban las pirámides con trigonometría y álgebra, en Europa no existía ni álgebra. Así que hay intelectualidad en la genética", dijo Alcántara.

En sus 21 años de práctica criminal este es el caso más sorprendente para él. "No podía creer que la policía podía cometer este tipo de errores (pérdida masiva de pruebas) o negligencia o actos intencionales".

"El caso demuestra una negligencia masiva de los investigadores, los policías... que llega al borde de la negligencia intencional", explicó.

Una vez fueron desechados los cargos por narcotráfico contra Julio Magaña, el abogado presentó una demanda civil por 10 millones de dólares contra tres departamentos de Policía de Nueva Jersey ante una corte federal, basada en una decena de cargos relacionados con negligencia, fraude, corrupción criminal, violación de derechos civiles, daño de evidencia, encarcelamiento  ilegal, entre otros.

Alcántara la interpuso el pasado 8 de noviembre ante la Corte Federal del Distrito de NJ a nombre de Julio y Francisco Magaña contra las policías de Lakewood, Brick Township y  Seaside Heights; contra dependencias del Condado Ocean como el Grupo de Operaciones Especiales y las oficinas del Fiscal Joseph Mackolin, del Alguacil, y contra una  decena de detectives y otros particulares, entre ellos el informante. 

Argumentando que al tratarse de un proceso en curso, las policías y oficinas gubernamentales de NJ demandadas no quisieron hablar con AL DÍA.

Erin Brockovich

Erin Brockovich, filmada en el 2000, se basa en la historia real de una mujer que sin estudios formales como abogada, enfrenta en 1993 una pelea legal contra la Compañía de Gas y Electricidad del Pacífico (PG&E), en un caso por contaminación de agua para beber que afectó la salud de la comunidad de Hinkley (CA). Ambas partes acordaron en 1996 un pago de $333 millones de dólares, el mayor acuerdo para entonces en una demanda en EE.UU.

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