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Simpatizantes del candidato presidencial Jair Bolsonaro del Partido Social Liberal (PSL) se reúnen el domingo 30 de septiembre de 2018 en la avenida Paulista, en Sao Paulo (Brasil). Seguidores participaron en un acto de apoyo al ultraderechista Bolsonaro, líder en los sondeos para las elecciones presidenciales de octubre en Brasil. EFE/Sebastião Moreira
Simpatizantes del candidato presidencial Jair Bolsonaro del Partido Social Liberal (PSL) se reúnen el domingo 30 de septiembre de 2018 en la avenida Paulista, en Sao Paulo (Brasil). Seguidores participaron en un acto de apoyo al ultraderechista Bolsonaro…

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El dicho “cuando Estados Unidos estornuda, al mundo le da gripe” no es en vano. La metamorfosis de la manera de hacer política en el país norteamericano ha levantado movimientos políticos espejo en varias partes del mundo, siguiendo la “victoriosa” campaña de Donald Trump.

Tan sólo hace falta echar ojo de revoluciones políticas como la de La Liga en Italia, una coalición de extrema derecha que ganó fuerza gracias a sus radicales posturas anti-inmigrante; el resurgir del sentimiento nacionalista en Alemania con el grupo Alternativa para Alemania, e incluso campañas políticas demasiado similares a las de Trump en el 2016 como la de Marine Le Pen en Francia durante el 2017.

Pero en Latinoamérica también se cuecen habas.

Después de que el favorito de la izquierda brasileña, Luiz Inácio Lula da Silva, fuera condenado a 12 años por crímenes de corrupción y lavado de dinero, el camino quedó despejado para un nuevo personaje mesiánico dentro del convulso país suramericano.

Aunque su campaña lleva meses en progreso, el candidato del Partido Social Liberal Jair Messias Bolsonaro ha despegado en las encuestas y muchos anticipan que será el nuevo presidente electo de Brasil a finales de este mes de octubre.

Bolsonaro empezó su carrera política en la Cámara de Diputados a principios de los años 90 como representante del estado de Río de Janeiro.

Además de contar con una carrera militar en su currículum, Bolsonaro se ha hecho un nombre gracias a sus radicales posturas de tilde evangélico: se ha manifestado públicamente contra el matrimonio igualitario, el aborto, la legalización de las drogas y el secularismo, que le han clasificado como nacionalista y populista dentro del ala extrema de la derecha brasileña.

Bolsonaro ha sido descrito como violento sexista, en especial después de que durante un debate de una ley sobre la violación, Bolsonaro dijo a la diputada María del Rosario “yo no soy violador, pero si lo fuera, no la violaría a usted porque no lo merece”.

Asimismo, su postura a favor de la dictadura militar que oscureció el país entre 1964 y 1985, ha demostrado su inclinación hacia un populismo de extrema derecha que hace años no se sentía en el continente.

“El error de la dictadura fue torturar y no matar”, dijo el candidato presidencial en una entrevista en la radio durante el año 2016, según recuerda el diario español Público.

“Preferiría que mi hijo estuviera muerto a que fuera homosexual”, “(los indígenas) no hacen nada. Más de mil millones de dólares al año estamos gastando en ellos”, y repetidos comentarios parecidos han terminado de dibujar un candidato presidencial que pareciera estar ganando la contienda con una fórmula muy parecida a la utilizada por Donald Trump en Estados Unidos en el 2016.

Pero ninguno de sus comentarios, ni siquiera la manifestación feminista del fin de semana bajo el eslogan Ele Não (“Él No”) han logrado restar fuerza a su campaña, más bien todo lo contrario, pues cuenta ahora con el 47% de la aprobación, en especial en las comunidades de mujeres más pobres, según explicó el diario La Voz de Galicia.

“De nuevo se repite el error de análisis de los demócratas estadounidenses en las elecciones que llevaron al poder a Donald Trump hace dos años: polarizar unos comicios reduciéndolos a una lucha entre lo políticamente correcto y la provocación que favorece al provocador”, expone el medio.

Parece entonces que en efecto del presidente estadounidense no se ha hecho esperar y se ha manifestado en la región como un llamado a la reducción de las distancias entre un fascismo histórico y un populismo que, hasta ahora, sólo se conocía en la izquierda revolucionaria.

El resultado ha sido el de convencer a un pueblo cansado de la corrupción y la violencia de que apoye a un demonio olvidado en los libros de historia.