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Después de una reciente conferencia de prensa de Trump, los verificadores de hechos del Washington Post--Glenn Kessler y Michelle Ye Hee Lee--encontraron 15 ejemplos de falsedades o aseveraciones dudosas. Si la gente no cree a la prensa, conclusiones como éstas importarán menos, y quizás nada.
Después de una reciente conferencia de prensa de Trump, los verificadores de hechos del Washington Post--Glenn Kessler y Michelle Ye Hee Lee--encontraron 15 ejemplos de falsedades o aseveraciones dudosas. Si la gente no cree a la prensa, conclusiones…

[OP-ED]: Por qué le gusta tanto a Trump odiar a los medios

Hubo un breve momento después de la elección de Donald Trump en que fue concebible preguntarse si Trump se esforzaría para ser “unificador’ o ‘divisor’. El momento paso rápidamente, cuando Trump dejo en claro que no tenía intención de abandonar el estilo de política—insultante y divisorio—que logró su elección. Su declaración, la semana pasada, de que los medios noticiosos son “el enemigo del pueblo norteamericano” es el último recordatorio de esa posición.

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Hubo un breve momento después de la elección de Donald Trump en que fue concebible preguntarse si Trump se esforzaría para ser “unificador’ o ‘divisor’. El momento paso rápidamente, cuando Trump dejo en claro que no tenía intención de abandonar el estilo de política—insultante y divisorio—que logró su elección. Su declaración, la semana pasada, de que los medios noticiosos son “el enemigo del pueblo norteamericano” es el último recordatorio de esa posición.

La teoría política de Trump es que es lícito ofender a cinco electores si siete electores lo aprueban. Dividir el país es el nombre del juego. El objeto es crear una coalición de resentidos. La polarización no es solo la consecuencia. Es el propósito y la filosofía subyacentes.

En esta estrategia, es tentador tomar como blanco a los medios noticiosos. Hay tan pocos de ellos—en realidad, quiero decir tan pocos de “nosotros”—que se nos pinta fácilmente como chivos expiatorios de todo tipo de decepciones. Hasta en las buenas épocas, no solemos caer bien. Nadie nos eligió: nuestros valores políticos y culturales tienden a ser liberales; y a menudo somos arrogantes en nuestro presunto papel como guardianes de la democracia norteamericana, pidiendo cuentas a funcionarios electos y defendiendo la libertad de expresión.

También es bien sabido que nuestra popularidad ha caído. La última encuesta de Gallup halla que solo el 32 por ciento de los adultos “se fían de los medios masivos”, mientras que en 1999 esa cifra era del 55 por ciento. En otra encuesta de Gallup, que presenta preguntas un poco diferentes, la valoración de los medios parece aun más baja. Solo un 20 por ciento expresó una fuerte confianza en los diarios, el 21 por ciento en las noticias de la televisión y el 19 por ciento en la noticias de Internet.

No está claro por qué la confianza se derrumbó. En parte, puede reflejar una pérdida general de confianza en las instituciones. En 2016, la confianza en el Congreso era del 9 por ciento; en 1998, era del 28 por ciento. La explosión de fuentes de noticias de cable y de Internet probablemente contribuyó a eso. Muchas fuentes (MSNBC, Fox News) son abiertamente ideológicas. Cuantas más opciones tiene la gente, mas desdeña las que no toman.

Independientemente de la causa, las actuales peleas entre los medios y la Casa Blanca tienen sus precedentes. Tal como Sanford Ungar—ex reportero del Washington Post y experto en libertad de expresión—nos recordara, los enfrentamientos sobre la guerra de Vietnam, en la década de 1960, y Watergate, a principios de los años 70, parecen tan enconados y contenciosos como las guerras mediáticas de hoy. Esa historia sugiere que las peleas no se abatirán pronto.

Para la prensa, es una cuestión de honor e interés propio. Si no existimos para llevar la verdad al poder, ¿para qué existimos? Trump está en lo correcto cuando afirma que los medios tienen un objetivo. Una parte es simplemente exponer lo que el gobierno de Trump está--o no está--haciendo. Alguien debe proteger políticas sensatas y normas democráticas y constitucionales, todas las cuales, creen muchos, han sido atacadas por Trump.

Pero además hay un objetivo silencioso: la búsqueda de alguna ofensa procesable. Si se la encuentra, eso justificaría claramente la atención obsesiva de los medios en cada acto y norma del presidente. Pero si no se la encuentra, la prensa arriesga perder más de su credibilidad al conducir una caza de brujas política. Mientras tanto, Trump es un buen negocio. Aumenta los lectores, las visitas a los sitios Web y el flujo de efectivo.

Irónicamente, Trump fortifica financieramente a sus adversarios prominentes. Es improbable que eso modifique la conducta del presidente. Parece tener tres motivos para atacar a la prensa. Uno, es un esfuerzo por desacreditar las críticas mediáticas, especialmente de las falsedades de Trump, sus exageraciones y declaraciones engañosas. Después de una reciente conferencia de prensa de Trump, los verificadores de hechos del Washington Post--Glenn Kessler y Michelle Ye Hee Lee--encontraron 15 ejemplos de falsedades o aseveraciones dudosas. Si la gente no cree a la prensa, conclusiones como éstas importarán menos, y quizás nada.

El segundo motivo es un esfuerzo por asociar toda oposición contra él con las despreciables “elites” mediáticas, para que su falta de popularidad se les pegue a sus otros críticos. Pero el último motivo de Trump para atacar a la prensa quizás sea el más poderoso. Parece disfrutar al hacerlo. Le gusta denunciar a los periodistas como la última basura deshonesta de la tierra. Es vigorizante. Trump no puede ser una figura unificadora cuando se está divirtiendo tanto como Divisor en Jefe.