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¿Quién le tiene miedo al “muro grande y hermoso”?
Imagen de la antigua valla que marca la frontera de México con la ciudad de San Luis (Arizona), en Estados Unidos. La Casa Blanca evitó hoy confirmar si el presidente, Donald Trump, y su homólogo de México, Enrique Peña Nieto, acordaron durante su…

[OP-ED]: Los mexicanos temen quedar fuera del muro

¿Quién le tiene miedo al “muro grande y hermoso”?

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¿Quién le tiene miedo al “muro grande y hermoso”?

Aparentemente, los mexicanos. A juzgar por los comentarios y tweets de funcionarios mexicanos, muchos al sur de la frontera están totalmente aterrorizados por el temido muro.

La promesa durante la campaña del presidente Trump de que el nuevo muro fronterizo tendrá “una puerta grande y bella” para que la gente pueda entrar en la forma correcta, no logra atenuar ese temor.

Qué gringo tonto. ¿Quién necesita una puerta, cuando los contrabandistas tienen acceso a grandes y bellos túneles?

Por supuesto, es un pase automático. Nadie estará más contento en la época de Trump que los contrabandistas de inmigrantes, quienes aumentarán sus precios. Felicitaciones, señor Trump. Con su ofensiva contra la inmigración enriqueció y concedió más poder a los carteles de los coyotes.

Sin embargo, aunque esto podría ser una primicia para el presidente, no todo mexicano es un delincuente.

Por lo tanto, muchos de nuestros vecinos no recibirán con placer una monstruosidad de concreto de 15.000 millones de dólares. De hecho, asusta más que el chupacabra, el legendario monstruo que según los aldeanos mexicanos mata cabras y chupa su sangre.

Hoy, esa criatura resulta adorable comparada con Trump quien, al parecer de los mexicanos, chupará la vida de su país.

Ahora que firmó una medida ejecutiva que requiere la construcción del muro, Trump es el presidente estadounidense más odiado al sur de la frontera desde que James K. Polk se embriagara con el elixir del Destino Manifiesto e invadiera México en 1846.

El presidente podría suscitar aún más el antagonismo de nuestro vecino enviándole un regalo que no será bien recibido: miles de autobuses con su propia gente, desechables de los cuales México creyó que se había librado.

Pero a las elites vestidas por Louis Vuitton que administran el gobierno y el sector empresarial de México, los avatares de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos les importan un rábano.

A propósito, a pesar de las estupideces que escuchamos de Trump durante la campaña, esos inmigrantes—con su ética laboral e innegable optimismo—son, en verdad, lo mejor que México puede ofrecer. México se quedó con los quejicas y privilegiados que piensan que el mundo debe mantenerlos. Son los mismos que ahora están nerviosos con la idea del muro fronterizo.

Entre ellos, el ex presidente mexicano Vicente Fox, que prometió reformas radicales como candidato pero no las llevó a cabo una vez en el cargo. Fox declaró que no pagará ni un centavo “por ese muro de [palabrota]”, que tildó de “monumento racista”.

Son expresiones audaces, considerando que México no escogió a un presidente de tez oscura desde la partida de Benito Juárez, en 1872.

Hay tres motivos por los que los mexicanos no desean el muro.

Uno es económico. La situación actual es conveniente para México, que envía lo que se calcula entre 6 y 8 millones de habitantes, quienes, de todas formas, no tienen cabida en la fuerza laboral mexicana. Los náufragos envían a casa lo que se calcula en 25.000 millones de dólares anuales, lo que ayuda a reforzar la economía mexicana. Un muro sería perjudicial para el negocio.

Dos, el orgullo mexicano. Se siente el muro como una afrenta, una barrera creada por el hombre para proteger a los estadounidenses de sus vecinos mexicanos apestosos. Las elites mexicanas se ofenden ante la idea de que los estadounidenses quieran mantener distancia de ellos. No hay nada que le moleste más a un esnob que otro aún más esnob.

Y tres, el hecho de que Trump duplicara el insulto afirmando que México pagará el muro que desprecia. Trump parece ahora decidido a que eso ocurra gravando las remesas de dinero que los mexicanos envían a la casa, reteniendo los 320 millones de dólares de asistencia anual que Estados Unidos otorga a México o imponiendo un arancel del 20 por ciento sobre las importaciones mexicanas.

Debido a ello, y a que Enrique Peña Nieto no puede darse el lujo de que su tasa de aprobación del 12 por ciento caiga aun más al ser maltratado por Trump, el presidente mexicano recientemente canceló una reunión en la Casa Blanca.

Los mexicanos deben calmarse. Como el chupacabra, el muro es más que nada una ficción. Es posible que toda estructura sea más bien una cerca. No se extenderá a lo largo de las 2.000 millas de la frontera, un tercio de las cuales aproximadamente cuenta ya con algún tipo de barrera—gracias tanto a demócratas como republicanos—y el resto cubre un terreno escarpado, casi impenetrable. Sea lo que sea que construya Trump, los diligentes y laboriosos lograrán atravesarlo por encima, por debajo o alrededor. La vida continúa.

De hecho, toda esta discusión sobre el muro es puro teatro. Es una distracción, cuyo objetivo es incitar a las bases y desequilibrar a los críticos. Y en los próximos cuatro años, probablemente diremos lo mismo de muchas cosas.

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