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La comisaria de Justicia, Consumidores e Igualdad de Género, Vera Jourová, ofrece una rueda de prensa en Bruselas (Bélgica). Un 59 % de un total de 2.575 "mensajes de odio" identificados en Facebook, Twitter, Google y Microsoft han sido retirados en el último año, en virtud de un código de conducta firmado entre estas empresas y la Comisión Europea (CE) para combatir el racismo y la xenofobia en la red, según anunció Jourová. 
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[OP-ED]: Los costos reales de los medios sociales

Después de los mortíferos atentados de Londres, Facebook hizo una nueva declaración en que reafirmó su deseo de ser una fuerza para el bien y no una plataforma…

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Facebook quiere “proporcionar un servicio en que la gente se sienta segura. Eso significa que no permitimos grupos ni personas que se involucren en actividades terroristas, ni posts que expresen apoyo al terrorismo. Queremos que Facebook sea un entorno hostil a los terroristas,” dijo Simon Milner, director de normas y directrices de Facebook, en una declaración. 

¿No estamos todos cansados de oír esta cantinela? 

Ocurre algo terrible—alguien transmite un asesinato en vivo, un supremacista blanco acuchilla a dos buenos samaritanos en un tren, otra tragedia en una serie de ataques inspirados por el Estado Islámico—y la cobertura mediática cita extensamente los posts en Facebook del presunto perpetrador. 

Después, hay una declaración de la empresa indicando que no desea proveer a la gente de herramientas para hacer daño a los demás. Después vienen las disquisiciones de los paladines de la libertad de expresión y los defensores de las víctimas y, al final, “Me gusta” y caritas enojadas de los que no son ni una cosa ni la otra, pero que de todas formas quieren opinar. 

Pero antes de que uno se dé cuenta, volvemos a comentarios desinformados sobre titulares de artículos reales de noticias que no fueron leídos y vivas a la historia del Santa Claus del mall que dio una paliza al padrastro abusador—una historia falsa, que tienen su propia entrada en el sitio Snope, y que ha circulado últimamente, aunque estamos en junio. 

En este contexto, los pedidos para que Facebook reduzca las noticias falsas, elimine contenido extremista y violento prontamente e impida el fomento del odio son un poco absurdos. 

Facebook creó un monstro como Frankenstein, que tiene el poder de casi 2.000 millones de usuarios activos mensuales. Y lo hizo por medio de “compartir”—y la producción de dopamina que se produce al cuantificar las reacciones de los demás a los posts de uno—tan fácil y atractivo que un pequeño estudio determinó que el poder de adicción de Facebook es comparable con el de las drogas y el juego. 

¿Cómo puede esperar alguien que un gigante corporativo que gana cientos de miles de millones de dólares aprovechándose de nuestros intereses y conexiones sociales vigile voluntariamente su servicio de manera tal que el tráfico se reduzca? 

Facebook y otros sitios de medios sociales se volvieron prominentes bajo la promesa de democratizar todo, desde la libre expresión hasta las invenciones y los gobiernos extranjeros. 

Y aunque esa promesa se ha quebrado una y otra vez, muchos individuos son adictos a un sistema de actuación pública coordinada, a pesar del hecho de que puede hacerlos sentirse mal sobre sí mismos y hasta perjudicar sus vidas. 

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Hay muchos estudios que indican que el uso de Facebook puede afectar la autoestima y aumentar la ansiedad social, e interminables ejemplos de individuos que se comportan en esa plataforma de tal manera que resultan despedidos o se meten en problemas. Recientemente, 10 miembros de la promoción entrante en Harvard fueron rechazados tras ser admitidos, por anunciar memes e imágenes que se burlaban de la agresión sexual, del Holocausto, de muertes de niños e insultos raciales en una rama del grupo oficial de la Clase 2021 que pensaron que era privada. 

La preocupación sobre el “compartir” excesivamente llevó a algunos adultos obsesionados con la tecnología a asegurar activamente cuentas de los medios sociales para sus bebés. “El día de su nacimiento, nuestra hija ya tenía cuentas en Facebook, Twitter, Instagram y hasta GitHub,” escribió Amy Webb en un artículo de Salon.com sobre por qué ella y su esposo no anuncian nada sobre su hija en línea, para preservar su privacidad. 

Su táctica era sólida—es demasiado fácil secuestrar la identidad de una persona en Internet, entonces por qué no tomar la precaución—pero debemos desafiar su premisa de que: “Es inevitable que nuestra hija se convierta en una figura pública, porque todos somos figuras públicas en esta nueva edad digital.” 

Eso, simplemente, no es cierto.

No estamos todos obligados a un pacto para experimentar cada momento de nuestra vida privada en las plataformas sociales públicas. 

Los medios sociales no son obligatorios—puede haber un costo interpersonal por no estar activo en línea en vastas redes de personas que uno puede conocer muy bien o quizás no, pero las ventajas (como paz, tranquilidad y privacidad) pueden ser invaluables. 

Por último, las redes como Facebook y Twitter florecen con las miradas de los usuarios. Si realmente creemos que deben desarmarse e impedir su capacidad de hacer daño, sólo debemos privarlas de nuestro tiempo y nuestra atención.

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