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Hay muchos escépticos—entre ellos yo—que piensan que el programa de Trump es poco práctico y no deseable. Para dar un ejemplo: Por lo menos desde John F. Kennedy, los presidentes prometieron aumentar el crecimiento económico. EFE
Hay muchos escépticos—entre ellos yo—que piensan que el programa de Trump es poco práctico y no deseable. Para dar un ejemplo: Por lo menos desde John F. Kennedy, los presidentes prometieron aumentar el crecimiento económico. EFE

[OP-ED]: La Era de la Incredulidad

Vivimos en la era de la incredulidad. Muchas de las ideas e instituciones que han apuntalado el pensamiento de los norteamericanos, desde los tempranos años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, están bajo ataque. Hay un vacío intelectual y político al que se apresuran figuras nuevas (Donald Trump) e ideas diferentes (Estados Unidos Primero). Estas nuevas ideas y nuevos líderes quizás no sean mejor de aquellos que desplazan—pueden ser, de hecho, peores—pero tienen la virtud de ser nuevos.

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Vivimos en la era de la incredulidad. Muchas de las ideas e instituciones que han apuntalado el pensamiento de los norteamericanos, desde los tempranos años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, están bajo ataque. Hay un vacío intelectual y político al que se apresuran figuras nuevas (Donald Trump) e ideas diferentes (Estados Unidos Primero). Estas nuevas ideas y nuevos líderes quizás no sean mejor de aquellos que desplazan—pueden ser, de hecho, peores—pero tienen la virtud de ser nuevos.

Casi todo en torno a la elección norteamericana pareció increíble, desde la victoria de Trump, hasta la piratería de las computadoras demócratas por parte de los rusos y las numerosas falsedades y calumnias de Trump. ¿Podía esto estar sucediendo realmente? La campana recordó la famosa frase de Dave Barry: “No me lo estoy inventando”.

Decir que ésta es una época de incredulidad significa, bastante literalmente, que millones de norteamericanos ya no creen en lo que creían en otra época. Hay una falta de fe en las viejas ortodoxias y en los “expertos” establecidos que las defendían. Hay tres áreas en que Trump se aleja marcadamente de las políticas existentes.

Primero, la economía. A pesar de una tasa de desempleo del 4,8 por ciento, la recuperación de la Gran Recesión de 2007-9 fue regular. El número de puestos de la nómina, 145,5 millones en enero, estuvo solo un 5 por ciento por encima del nivel de enero de 2008, que marcó el pico de la expansión económica anterior. Millones de trabajadores abandonaron la fuerza laboral, señala Nicholas Eberstadt, del American Enterprise Institute. El producto bruto interno (PBI)—la producción de la economía—creció solo a un 2 por ciento anual. El gobierno de Trump cree que puede elevarlo a un 3 por ciento o más por medio de un descenso de las tasas fiscales, menos regulaciones y políticas comerciales más agresivas.

Segundo, el orden mundial. Desde fines de los años 40, Estados Unidos proporcionó seguridad física y económica a sus aliados por medio de alianzas (OTAN) y acuerdos comerciales. El colapso de la Unión Soviética en 1991 indicó el éxito de esa estrategia y—se dijo—marcó el comienzo de un largo periodo de paz y prosperidad, presidido por los Estados Unidos. Trump no está interesado en ese papel mundial, que (sostiene él) nos impone grandes costos, tanto en dinero como en sangre. Quiere que los acuerdos comerciales sean más favorables para nosotros y que los aliados paguen más por su defensa.

Tercero, el estado de bienestar social. Aquí es donde los planes de Trump son más confusos. Dijo que protegería el Seguro Social y Medicare pero otros programas anti-pobreza enfrentarían cortes. De una u otra forma, hay enormes sumas involucradas. Bajo las políticas existentes, la Oficina de Presupuesto del Congreso calcula que todos los programas de bienestar, desde el Seguro Social hasta las estampillas de alimentos, costarán 34 billones de dólares en el curso de ese periodo. El déficit ya es de 9 billones de dólares para esos años.

Sin duda, hay otras áreas en que Trump difiere del status quo, dos ejemplos son la inmigración y el cambio climático.

Se desconoce que se propondrá y que se promulgará, así como sus consecuencias. Hay muchos escépticos—entre ellos yo—que piensan que el programa de Trump es poco práctico y no deseable. Para dar un ejemplo: Por lo menos desde John F. Kennedy, los presidentes prometieron aumentar el crecimiento económico. Lo que hemos aprendido es que, en periodos de tiempo significativos (digamos de cuatro o cinco años), no pueden controlar el crecimiento económico. Es demasiado complicado para poder manipularlo fácilmente.

O consideremos la relación de Estados Unidos con el mundo. Temo que un Estados Unidos en repliegue cree un mundo menos estable, más dividido y más peligroso. La percepción de nuestra debilidad alentaría a los demás, posiblemente a Rusia, a ser más aventureros. No hay problema en pedir a nuestros aliados que gasten más en su defensa; pero no es coherente hacerlo mientras se los amenaza con debilitar sus economías al insistir en duras concesiones comerciales. Siguiendo su eslogan de “Estados Unidos primero”, Trump minimiza los intereses colectivos que compartimos con muchos otros países, comenzando con México.

Pero quiero expresar un punto más amplio. El inesperado resultado de la elección es similar a otros hechos: 11/9; la crisis financiera 2008-9. Esos acontecimientos también fueron esencialmente imposibles de imaginar y, por lo tanto, impredecibles. Incluso sin la conducta excéntrica y cuestionable de Trump, hay tantas cosas cambiantes que estamos desorientados. Desprovistos de creencias familiares y tranquilizadoras, las sorpresas trastornadoras nos gobiernan cada vez más. Por eso llamo al momento actual la era de la incredulidad.

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