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Nuevo examen de una injusticia

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            En
primer lugar, se me ocurre que si éste fuera mi principio rector, yo no
escribiría ni diría ni la mitad de lo que escribo y digo.

            Ésas
fueron las palabras ofrecidas, en 1949, por el director de una funeraria en
Three Rivers, Texas —un pequeño pueblo unas 70 millas al noroeste de Corpus
Christi— para explicar una de las grandes injusticias de la época de la Segunda
Guerra Mundial.

            La
víctima era el soldado Félix Z. Longoria, un héroe de guerra que murió a manos
de un francotirador japonés durante una misión en las Filipinas. Pero también
fueron victimizadas su esposa y su familia, quienes lo único que querían era
darle una simple sepultura en su pueblo natal; y una comunidad
mexicano-americana, que ya había aguantado más de lo que debía por el cruel y
discriminatorio trato de los anglos.

            En
el sur de Texas de la década de 1940, se trataba a los mexicano-americanos como
a ciudadanos de segunda clase. Habitualmente se prohibía su entrada en
barberías, hoteles, peluquerías y piscinas. Había carteles en restaurantes que
declaraban: "No se permiten perros ni mexicanos". 

            Y
en Three Rivers, como en muchos pueblos del sudoeste, esas humillaciones no
terminaban con la muerte. Por ser mexicano-americano, Longoria debía ser
enterrado en la sección "mexicana" del cementerio del pueblo, que estaba
segregado racialmente. Pero gracias a la intervención del senador Lyndon B.
Johnson, su cuerpo descansa ahora en el Cementerio Nacional de Arlington.

            Y
hay más. En Three Rivers, los clientes mexicano-americanos podían utilizar la
funeraria, pero debían celebrar el velorio en otra parte, porque sólo los
anglos podían usar la capilla. Cuando Beatrice Longoria, que vivía en Corpus Christi
y por lo tanto no tenía un lugar en Three Rivers donde celebrar el velorio,
pidió que se hiciera una excepción con su esposo, su pedido le fue negado. ¿Por
qué? Porque, como señalara el director de la funeraria, Tom Kennedy, "a los
blancos no les gusta".

            La
prensa confirmó esa versión, y Kennedy reconoció lo que había hecho y por qué
lo había hecho. Quizás no fuera un acto de redomado racismo de parte de
Kennedy, pero sin duda fue un acto de cobardía —acto que tuvo como efecto ceder
al racismo, lo que no lo hace mucho mejor.

            Los
mexicano-americanos —de todo Texas y en todo el país— se pusieron lívidos.
Cuando se trata de enviar a muchachos jóvenes, y más recientemente muchachas, a
la guerra a luchar por nuestro país para a veces no volver, esta comunidad ha
cumplido con su obligación una y otra vez. Por eso, lo que le sucedió al
soldado Longoria llevó a los mexicano-americanos a vivir una situación similar
a la de Rosa Parks, en la que decidieron decir: basta.

            Gracias
a los esfuerzos de Héctor García, un médico y activista que informó del caso a
funcionarios públicos, un héroe de guerra finalmente recibió el respeto que se
ganó en el campo de batalla. A su vez, la organización que fundó García, el GI
Forum, ayudó a garantizar que otros veteranos obtuvieran lo mismo.

            Ésta
es la historia principal de "The Longoria Affair", un cautivante documental que
saldrá al aire este mes en Public Broadcasting Service (PBS). El film presenta
una interesante mezcla de historia, sociología y política, y es digno de verse.

            El
director y escritor John Valadez, me dijo que uno de los motivos por el que
quería compartir esta historia es que uno no puede progresar hacia el futuro
hasta comprender y apreciar el pasado.

            "Si
uno avanza en la vida sin una base sólida, los otros te pueden definir como
despreciable y los mexicano-americanos a menudo han sido definidos de esa
forma", expresó Valadez.

            Para
este cineasta que reside en Nueva York y cuya familia tiene raíces en El Paso,
el difícil viaje que han emprendido los mexicano-americanos en este país sólo
los ha fortalecido.

            "Ha
sido una humillación tras otra", dijo. "Hemos padecido un penoso sufrimiento.
Y, sin embargo, lo hemos sobrevivido sin odio, con optimismo y como
estadounidenses que realmente amamos este país a pesar de sus defectos".

            Como
el film deja claro, uno de los defectos es nuestro sistema político. Los
mexicano-americanos son demócratas leales. Y sin embargo, nos enteramos de qué
desilusionados quedaron muchos de ellos con el presidente Kennedy y, más tarde,
con el presidente Johnson por ignorar las inquietudes de los latinos. Ambos
hombres se mostraron renuentes a enfrentarse más con los políticos demócratas
del sur y otros electores blancos pareciendo hacer demagogia con los hispanos.

            Es
decir, estos dos presidentes podrían haber hecho más por el progreso de los
mexicano-americanos, pero temieron que a los blancos no les gustara.

 (c) 2010, The Washington Post Writers Group