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El recién posesionado presidente de Cuba Miguel Díaz-Canel junto a su predecesor Raúl Castro. Foto cortesía de Irene Pérez / Cubadebate.
El recién posesionado presidente de Cuba Miguel Díaz-Canel junto a su predecesor Raúl Castro. Foto cortesía de Irene Pérez / Cubadebate.

No más adivinanzas sobre el futuro de Cuba

Todos los agoreros creen que pueden hacer sus predicciones terribles incluso antes de que la persona, la medida o la institución a la que se refieren haya…

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"Palos porque bogas y palos porque no bogas”.

Cuando se trata de Cuba, un ataque vociferante es la reacción habitual a cualquier cambio, nuevas medidas, transformaciones políticas o económicas que el gobierno de la isla ponga en práctica, irónicamente por las mismas personas que han hecho una carrera de criticar la perpetuación en el poder del liderazgo de la isla, así como la inmovilidad social y económica. Es decir, palos porque bogas y palos porque no bogas.

Nada es lo suficientemente bueno para el gobierno de EE. UU., los inefables “cubanólogos”, el cada vez más reducido grupo de cubanoamericanos recalcitrantes en el sur de Florida o incluso para un grupito de cubanos más jóvenes en la isla y en el extranjero que, por alguna misteriosa razón, se creen los más autorizados a emitir juicios, siempre cínicos y condenatorios, sobre cualquier cosa que ocurra en su propio país.

Por extraño que parezca, todos los agoreros creen que pueden hacer sus predicciones terribles incluso antes de que la persona, la medida o la institución a la que se refieren haya tenido la oportunidad de fracasar o tener éxito. En otras palabras, es solo un juego de adivinanzas, más deseos ocultos que intentos honestos de predicción.

Pocas veces ha sido más evidente esa actitud desdeñosa que después de la transición presidencial de la semana pasada. No perdamos de vista que esta es la primera vez en 60 años en que el presidente no lleva el apellido Castro.

Esa posición ahora está en manos de Miguel Díaz-Canel, un ingeniero mecánico de 58 años que aún no había nacido cuando se peleaba la guerra de guerrillas en la Sierra Maestra que puso fin a la dictadura asesina y corrupta de Fulgencio Batista. La Revolución llegó al poder el 1 de enero de 1959.

Los “cubanólogos” condescendientes, los reaccionarios políticos cubanoamericanos y todo el resto de la fauna agorera deberían controlar sus predicciones apocalípticas y su oculto deseo de ver una Cuba fallida.

Para cualquier persona debería ser obvio que tal transferencia de poder es un cambio histórico de enorme importancia para Cuba que podría indicar el comienzo de una nueva era para la gente de la isla. Pero, palos porque bogas y palos porque no bogas, las mismas personas que habían estado exigiendo cambios en el gobierno cubano, ahora que ha sucedido no han perdido tiempo en condenarlos y descalificar al nuevo presidente.

Es solo “más de lo mismo”, la dinastía Castro todavía está en el poder, dicen, como si Fidel no hubiera muerto y Raúl no tuviera 86 años. Curiosamente, no creen que los Bush, los Kennedy o los Clinton sean dinastías. ¿Qué raro, no?

Sus “predicciones” arrogantes, desdeñosas, condescendientes y malintencionadas son tan deshonestas como sus intentos de disfrazar de análisis objetivo sus oscuros deseos de una transición fallida. Lo que quieren decir los agoreros cuando pronostican el fracaso del nuevo presidente de Cuba, incluso antes del inicio de su mandato, es que a menos que Cuba rechace el socialismo, nada será suficiente para satisfacer su definición de “éxito”.

“¿Una nueva Cuba después de los Castro? No del todo”, el título de un reciente editorial del New York Times hace que uno se pregunte qué podría ser una “nueva Cuba” que satisfaga las expectativas de quienes miran el histórico momento político de la isla con condescendencia y cinismo. ¿Abandonar su modelo político y económico y abrazar una economía de “libre mercado”, un sistema multipartidista, etc., sería suficiente? ¿O exigirían además que Cuba renuncie a su orgullosa historia y se convierta en otro apéndice sumiso del patio trasero de Washington? Por ssupuesto que eso nunca sucederá, algo que seis décadas de resistencia a la hostilidad de Estados Unidos dejan en claro.

“Nuestra aspiración (es) a un escenario de normalidad entre los dos países; a una relación entre pares y no a una de tutelajes”, escribió en la revista On Cuba la profesora Isabel Alfonso, residente de Nueva York y miembro de Cuban Americans for Engagement (CAFE). “No esperamos por un Mesías Rubio que venga a poner fin a nuestros problemas ni a darnos lecciones de democracia. Nos toca a nosotros denunciar la inmoralidad de quienes buscan la mínima oportunidad para exhortar al pueblo a lanzarse a las calles y a fomentar el caos, teniendo ellos techo seguro”. 

Que Cuba ha entrado en un período crucial de cambios profundos tanto administrativos como políticos es obvio. Naturalmente, es demasiado pronto para decir qué tan efectivos y cuán rápidos serán los mismos.

Los “cubanólogos” condescendientes, los reaccionarios políticos cubanoamericanos y todo el resto de la fauna agorera deberían controlar sus predicciones apocalípticas y su oculto deseo de ver una Cuba fallida. Es suficiente con que la administración de Trump regrese a una política obsoleta y miserable de Guerra Fría. La soberanía de Cuba debe ser respetada.

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