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Lo que falta: un poco de gratitud

Lo que falta: un poco de gratitud

Para los inmigrantes ilegales y los que luchan por la reforma migratoria, el mundo puede ser un lugar oscuro y solitario. Uno toma sus "victorias" donde las…

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Para los inmigrantes ilegales y los que luchan por la reforma migratoria, el mundo puede ser un lugar oscuro y solitario.

Uno toma sus "victorias" donde las encuentra, y no hace preguntas. Y tampoco tolera las preguntas de ningún otro.

Así pues, cuando la Legislatura de California, que está controlada por los demócratas, aprueba una propuesta de ley especial para permitir que un inmigrante indocumentado se convierta en abogado, y el gobernador demócrata firma la ley, y la Corte Suprema de California se basa en esos hechos para emitir un fallo, que permite que este individuo preste juramento para ingresar en el colegio de abogados y obtener su licencia, uno como que sigue la corriente.

Uno felicita a Sergio García por su victoria y quizás dona algo al nuevo fondo de becas creado para estudiantes indocumentados. O lo contrata como conferencista motivador —si puede pagar su tarifa. Según su sitio Web, sergiogarcia.com, García requiere una "tarifa por eventos de un día" de 25.000 dólares, pasaje en primera clase, transporte por tierra y un "hotel razonable de 3 o más estrellas."

Pero uno no hace preguntas.

Como la siguiente: ¿Qué pasó con la insistencia de los demócratas de que la ciudadanía es esencial en todo paquete de reforma migratoria? Aparentemente, no es esencial para convertirse en abogado.

O la siguiente: ¿Cómo puede una persona que vive fuera de la ley, y que ha pasado una parte tan grande de su vida violándola de pronto jurar respetar la ley?

O la siguiente: ¿Qué pasará cuando García trate de ejercer la abogacía en un estado que no reconozca su licencia, o en un tribunal federal donde la opinión es que las personas como él deben ser deportadas?

O la siguiente: ¿De qué sirve tener una licencia bajo la ley de un estado, cuando la ley federal dice que nadie lo puede contratar y, por lo tanto, no puede ganarse la vida?

Eso explica por qué García está haciendo el circuito de conferencias y por qué ha dicho que está persiguiendo un contrato para publicar un libro. Tiene que ganarse la vida.

Y conceder una ocasional entrevista como la que García concedió recientemente a Jorge Ramos. Hace mucho tiempo, el celebrado locutor de noticias nacido en México, solía ser periodista, antes de dedicarse a ser apologista de los indocumentados y defensor de gente como García.

García tiene una historia de vida extraordinaria que contó a Ramos. Este hombre de 36 años vino a Estados Unidos de México con su familia cuando tenía 17 meses, volvió a México con su madre a los 9 años y después regresó a Estados Unidos ilegalmente a los 17. Fue colocado en un carro junto con otros inmigrantes, apretados como sardinas. No todos ellos sobrevivieron el viaje. Más tarde, solicitó la tarjeta verde con la ayuda de su padre, que para entonces era ciudadano estadounidense. Eso fue en 1994 y García está aún esperando.

Mientras tanto, fue a la universidad y a la escuela de Derecho, donde los funcionarios de admisiones no hicieron caso a su categoría legal en la medida que pagara matrícula, lo que logró hacer trabajando en una tienda de comestibles.

¿Inspirados? Sigan leyendo.

Después de aprobar el examen del Colegio de Abogados de California en el primer intento, García comenzó a tramitar su admisión en esa institución. Presentará juramento el 8 de febrero.

García obtuvo mucha ayuda de educadores, legisladores, jueces y defensores. Sin embargo, durante la entrevista con Ramos, no dio las gracias a ninguna de esas personas —ni una vez. Tal y como él cuenta la historia, todo dependió de él, un cuento clásico de David y Goliat. Su bufete debería llamarse "Yo, Yo mismo y mí".

Tampoco parece que García preste mucha atención a la reforma migratoria y lo que ésta puede lograr para elevar la categoría de veintenas de mucamas, jardineros, niñeras y campesinos indocumentados, que no tienen un título de Derecho ni piden dinero por dar conferencias.

Lo que García dijo a Ramos fue que, a los 17, cuando llegó a Estados Unidos apretado en un automóvil, no quería venir. Su madre insistió en que hiciera el viaje. Una vez que estuvo aquí nuevamente, no se preocupó en mostrar su gratitud a los Estados Unidos el que, aunque inicialmente trató de impedirle el Sueño Americano, también le proporcionó el mecanismo para posibilitarlo.

Finalmente he puesto el dedo en lo que me molesta de todo este notable cuento. Cualquiera que sea lo que uno logra en la vida, nunca hace daño demostrar aprecio por un país que es suficientemente extraordinario para permitir que puedan escribirse historias como ésta.