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Izq., Jim Foley; der., Steven Sotloff. Fotos: EFE .

El alma del periodismo

On Tuesday, Sept. 2, a group of journalists, together in a twitter chat run by Muck Rack, wondered collectively about the cost of telling stories,…

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El 2 de septiembre se reportó que el periodista estadounidense Steven Sotloff fue asesinado después de la publicación de un video que mostraba a un militante de la ISIS decapitando al periodista de 31 años de edad. 

El periodista Jim Foley, de cuarenta años de edad, tuvo el mismo destino hace tan solo dos semanas. Decir que la comunidad de periodistas estadounidenses está tambaleando es un eufemismo. Muchos de nosotros no hemos estado tan conscientes de la naturaleza peligrosa de nuestra profesión desde que las grabaciones del asesinato del periodista de ABC, Bill Stewart, por parte de la Guardia Nacional de Somoza en Nicaragua en 1979 se reprodujeron una y otra vez en la televisión. 

El martes, 2 de septiembre, un grupo de periodistas, juntos en un chat de twitter operado por Muck Rack, se cuestionaron sobre el costo de narrar historias, especialmente las difíciles y escondidas que colocaron a periodistas como Sotloff y Foley en peligro. 

Muck Rack le preguntó a Ron Haviv, un fotógrafo periodístico quien ha sido secuestrado tres veces, sobre lo que motiva esta vocación, “Usted ha condenado el estereotipo de “adictos a la adrenalina” de los periodistas de conflictos. ¿A usted qué es lo que realmente lo motiva?”   

“He tenido la suerte de ver el impacto que ha tenido mi trabajo desde el principio… Ser parte de un proceso que afecta positivamente a tan solo una persona es la motivación”, respondió Haviv.

Eso es gran parte de lo que impulsa a los periodistas desde Siria hasta Nicaragua y Filadelfia –el entendimiento de que las historias que hay por descubrir, las fotos que hay por capturar, el vídeo que hay por revelar son todos parte de la historia que no sería registrada –a veces ni siquiera confesada—sin la testificación y escrutinio de la prensa. Y que esto tiene un impacto que va más allá de la imagen misma, de las palabras mismas.   

Muchos de nosotros, Latinos, que emigramos a los Estados Unidos conocemos el papel esencial que desempeña el periodismo –en virtud de haber sido criados en países donde la libertad de prensa fue reprimida. Sólo el trabajo de los periodistas determinados, audaces e intrépidos nos reveló la verdad escondida debajo de “los relatos oficiales” de los gobiernos represivos.  

Es fácil para aquellos de nosotros que adoptamos la opinión –ya sea desde un editorial o una columna de opinión o un blog—ser audaces. Nos es fácil restar importancia a los momentos en que algún mentecato caracteriza incorrectamente nuestras palabras para que se ajusten a su agenda, o lanza acusaciones virtuales (pero mayormente impotentes) de mucho ruido y pocas nueces.

Lo difícil es el trabajo audaz que realizan los reporteros y periodistas en las calles –ya sea en Filadelfia o en el noroccidente de Siria—trayendo a la luz historias e imágenes que los demás de nosotros necesitamos leer y ver. Lo difícil es la audacia de grabar y amplificar las voces que nadie quiere escuchar—o quiere que alguien más escuche. Lo difícil y audaz y necesario es el trabajo que se inspira en el alma misma del periodismo.  

En Filadelfia, donde las organizaciones de los medios de comunicación han estado involucradas por largo tiempo en las batallas por la tenencia y riñas recíprocamente destructivas y en una nación en la que (según el Pew Research Center) los reporteros devengan 65 centavos por cada dólar que ganan los especialistas en relaciones públicas, es fácil perder de vista el hecho que el alma del periodismo es su humanismo. 

 “(El periodismo) muestra la humanidad entre los escombros y la política” escribió por twitter la estudiante de periodismo Deanna Cheng durante el chat de Muck Rack del martes.

Se “vale de la compasión e intuición humana” agregó la reportera Neeti Upadhye en un tweet.

Resulta ser que no existe razón para realizar este trabajo, a menos que uno esté dispuesto a colocar la historia humana en el primer plano de cada historia. 

Foley y Sotloff no son los únicos periodistas que han pagado por su vocación con su vida. El conteo anual de Reporteros sin Fronteras es de 48 periodistas y 12 Netcitizens y periodistas ciudadanos asesinados; 177 periodistas y 188 Netcitizens encarcelados en lo que va de 2014, por narrar historias que alguien no quiere que los demás escuchemos.  

 “Uno de los papeles más importantes que desempeñamos es crear conciencia de lo que se hace o no se hace en nombre nuestro… Ninguno de nosotros está obligado a hacer esto. Podemos ganarnos la vida mejor haciendo algo más”

— Ron Haviv, fotógrafo periodístico

Nosotros, el público que tanto se beneficia del trabajo de los periodistas; nosotros, sus colegas y editores que entendemos la importancia de cubrir cada comunidad tanto con el corazón como con el intelecto; Nosotras, las organizaciones de los medios de comunicación que enviamos a los periodistas a ir tras de las historias, debemos salir al ruedo y ofrecer la protección que ellos necesitan.

Desde las organizaciones de los medios de comunicación que financian la  capacitación en entornos hostiles antes de que un periodista salga a la zona de guerra, hasta una conversación nacional sobre la política del impago de rescate, aquí, también, debemos estar dispuestos a colocar la historia humana en primera plana.