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Defensa del País a Dieta

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NUEVA YORK – El aspecto aterrador del acuerdo de la deuda destinado a impulsar a todo Washington a entender la situación es el amenazador recorte de los gastos…

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Al igual que ocurre con la contabilidad de Washington, hay mucha
ambigüedad en los criterios básicos y condiciones (como por ejemplo, ¿qué está
cubierto bajo la "seguridad nacional"?). 
La mayoría de los expertos estiman que el presupuesto de defensa perdería
entre 600 y 700 miles de millones de dólares en los próximos 10 años.  Si esto sucede, dejemos que caiga la
guillotina.  Sería un ajuste muy
necesario para un complejo militar-industrial fuera de control.

En
primer lugar, un poco de historia. 
El presupuesto del Pentágono ha aumentado durante 13 años, lo cual
constituye claramente un hecho sin precedentes.  Entre el 2001 y 2009, el gasto global en defensa aumentó de
412 a 699 miles de millones de dólares, un incremento del 70 por ciento, convirtiéndose
en el mayor aumento de cualquier período comparable desde la Guerra de Corea.  Incluyendo los gastos suplementarios en
Iraq y Afganistán, gastamos 250 miles de millones más que el promedio de gastos
de defensa de Estados Unidos durante la Guerra Fría- una época en que los
militares soviéticos, chinos y los de Europa del Este fueron desplegados contra
Estados Unidos y sus aliados. 
Durante la década pasada, cuando no teníamos adversarios nacionales
serios, el gasto en defensa estadounidense pasó de alrededor de un tercio a
casi el 50 por ciento del total del gasto de defensa en todo el mundo.  En otras palabras, gastamos en defensa aproximadamente
la misma cantidad que los demás países del planeta en su conjunto.

No
tiene precedentes el hecho que el gasto de defensa disminuya sustancialmente a
medida que retrocedemos o terminamos las acciones militares.  Después de la Guerra de Corea, el presidente
Dwight Eisenhower cortó los gastos de defensa en un 27 por ciento.  Richard Nixon lo hizo en un 29 por
ciento después de Vietnam.  Mientras
disminuían las tensiones en la década de 1980, Ronald Reagan comenzó a reducir su
gasto militar, un proceso acelerado por los presidentes George H.W. Bush y Bill
Clinton.  Dado el enorme incremento
en el gasto durante el gobierno de George W. Bush, incluso si el presidente
Obama hiciera recortes comparables a los de sus predecesores, los gastos de
defensa se mantendrían muy por encima de los niveles de todos esos presidentes.
 La Comisión Bowles-Simpson propuso
en su plan recortes en defensa de 750 miles de millones en 10 años.  Lawrence Korb, quien trabajó en el
Pentágono de Ronald Reagan, cree que es posible la realización de un recorte de
1 trillón en 10 a 12 años sin comprometer a la seguridad nacional.

Los
conservadores serios deberían examinar el presupuesto de defensa, que contiene
toneladas de evidencia del liberalismo desbocado que suelen criticar.  Todas las conversaciones sobre
despilfarro, fraude y abuso en el gobierno son enormemente exageradas; simplemente
no hay suficiente dinero para los gastos discrecionales.  La mayor parte del gasto del gobierno
federal consiste en la transferencia de los pagos y gastos fiscales, que
–cualquiera sea su mérito- son altamente eficientes en la canalización del
dinero a sus beneficiarios.  La
excepción es la defensa, un sistema de la cuna a la tumba para la vivienda, subvenciones,
 contratación cost-plus, la jubilación anticipada, y la pensión de por vida y las
garantías de salud.  Existe tanta
superposición entre los servicios militares, tanta duplicación y tanto
despilfarro, que ya nadie se molesta en defenderlos.  Hoy día, el establecimiento de la defensa estadounidense es
la economía socialista más grande del mundo.

Los recortes
del presupuesto de defensa también obligarían a un nuevo y sano equilibrio de
la política exterior de Estados Unidos. 
Desde la Guerra Fría, el Congreso ha tendido a engordar al Pentágono,
dejando hambrientas a las agencias de política exterior.  Como señaló el ex secretario de Defensa
Robert Gates, son más los miembros de las bandas de música militares, que los
que componen la totalidad del servicio exterior de Estados Unidos.   Cualquiera que haya visto a la política exterior
estadounidense en tierra ha visto cómo se desarrolla ese desequilibrio.  Funcionarios de alto rango del Departamento
de Estado buscando negociar asuntos vitales llegan sin ayudantes y desalineados
después de un viaje de 14 horas en autobús.  Sus homólogos militares se incorporan en una flota de aviones,
con decenas de asistentes y ollas de dinero para dispensar.  El difunto Richard Holbrooke, se reía
cuando los medios de comunicación lo describían como la "contraparte civil" al
general David Petraeus, en ese entonces jefe del Comando Central de Estados
Unidos.  "Tiene muchos más aviones
que yo celulares", solía decir Holbrooke (y él tenía muchos celulares).

El
resultado es una política exterior estadounidense deformada, preparada para concebir
los problemas en términos militares y presentar una solución militar.  Al describir con precisión este
fenómeno, Eisenhower comentaba que para un hombre con un martillo, todo
problema se le presenta como un clavo. 
Y en su muy citado discurso de despedida, pidió un equilibrio entre los
gastos de naturaleza militar y los de naturaleza no militar.  Por desgracia, en las décadas desde su
discurso, el asunto se ha vuelto mucho más desequilibrado.    

© 2011, The Washington
Post Writers Group