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Cuando escogí la vida

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Aquí estoy, a menos de una semana de mi conmemoración anual por la hija que perdí al nacer, y no puedo menos que defender las recientes declaraciones de Rick Santorum sobre el hecho de que los análisis prenatales son una puerta al aborto. Aunque me declaro a favor de la elección de la mujer en el tema del aborto, Santorum no está tan descaminado como los apasionados defensores del derecho de la mujer al aborto desean admitir. 

El sábado pasado, Santorum lanzó lo que, para algunos cayó como una bomba, en un mitin de su campaña en Ohio: "(Los análisis prenatales gratis) ahorran dinero para la sanidad. ¿Por qué? Porque los análisis prenatales gratis terminan en más abortos y, por lo tanto, menos atención que hay que proveer, porque seleccionamos las filas de los discapacitados en nuestra sociedad". 

Al día siguiente, el presentador de "Face the Nation", Bob Schieffer, presionó al candidato sobre esa declaración y Santorum expresó: "El fondo de la cuestión es que muchos análisis prenatales se realizan para identificar malformaciones en útero y el procedimiento habitual es alentar al aborto". Señaló que los análisis prenatales invasivos, como la amniocentesis, conllevan el riesgo de un aborto espontáneo inmediato; y los resultados anormales muy a menudo hacen que los médicos recomienden un aborto. 

Claro, Santorum estaba apoyando su ardiente posición pro-vida, pero eso no quiere decir que esté equivocado en este punto. 

A principios de 2000, durante mi segundo embarazo de alto riesgo, sabía perfectamente bien que mis pruebas prenatales de rutina nunca eran simplemente "de rutina" y que incluso debía temer las ecografías. Una ecografía en el segundo trimestre que mostró anormalidades llevó inmediatamente a una amniocentesis y a otros análisis especializados, creados para determinar si mi bebé tendría una discapacidad severa, o incluso si viviría suficiente tiempo para nacer. 

Los resultados fueron devastadores: La niña que yo llevaba en mi seno o bien moriría en útero o nacería con múltiples y severas anormalidades, que la afectarían durante la que seguramente sería una vida breve, hospitalizada. 

Las probabilidades de que un tratamiento médico o intervenciones quirúrgicas produjeran un niño saludable eran astronómicamente remotas. Tras una conversación sobre el tipo de discapacidades que podíamos esperar, nos fuimos del hospital con la esperanza de que pruebas adicionales revelaran el síndrome Down, que en aquel momento nos parecía una dichosa alternativa al recomendado aborto. 

Pero según algunos cálculos, hasta el 92 por ciento de las mujeres cuyos hijos son diagnosticados con el síndrome Down, escogen terminar el embarazo. Y los médicos recomiendan, habitualmente, "terminación electiva" de los fetos diagnosticados con defectos del tubo neural y trastornos de cromosomas como la Trisomía 18, con la que Bella, la hija de 3 años de Santorum está viviendo, aunque con una gran cantidad de atención médica y muchas adaptaciones físicas. 

Por tanto, no nos engañemos, Santorum tiene razón. Los análisis prenatales, en efecto, eliminan las vidas de muchos bebés, algunos de los cuales nunca hubieran llegado a término y otros, como los que tienen el síndrome de Down, que no sólo hubieran vivido, sino florecido. Hoy, uno de los programas de más éxito de TV, "Glee", presenta no sólo uno, sino dos actores con el síndrome Down en papeles recurrentes, en los que se destaca su normalidad y no su discapacidad. 

Lamentablemente para mí, no me saqué la lotería del síndrome Down y mi equipo de consejeros genéticos de embarazos de alto riesgo sugirió que terminara el embarazo. El resultado normal de un embarazo normal es un bebé sano, pero no fue ése el resultado del mío. Terminar la vida de mi feto, que estaba gravemente enfermo, obviamente hubiera sido la mejor manera de evitar un trauma emocional, físico y económico. 

Escogí la vida. Aposté a una probabilidad muy remota de que mi bebé naciera milagrosamente en condiciones de vivir algo parecido a una vida normal; pero eso no ocurrió. Como uno de los hijos de Santorum, mi hija Wren murió inmediatamente después del nacimiento. Y a pesar de la tristeza, los riesgos para mi salud a largo plazo y los costos exorbitantes de un embarazo de super-riesgo, cuyo final fue todo un cuarto lleno de especialistas médicos que acabaron con las manos vacías, nunca hubiera escogido ninguna otra cosa. 

Y eso es lo importante —aunque estoy de acuerdo con la opinión de Santorum sobre los análisis prenatales, tuve la opción de hacerme las pruebas y decidir después qué hacer con los resultados. No es aceptable ignorar el coste humano de los adelantos de las pruebas prenatales. Pero ¿quién es Rick Santorum, o ningún otro —incluso si han pasado por una ordalía tal— para juzgar si las familias deben tener esas posibilidades? 

El fondo de la cuestión, para todo aquel al que le importe si se puede optar por una probabilidad en un millón de tener un niño viable o evitar cierta tragedia antes de que se desarrolle, debe ser que el próximo presidente no debe meterse en una decisión tal.