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Crisis en México: El incendio de al lado

Crisis en México: El incendio de al lado

Muchos estadounidenses están atentos a los acontecimientos que tienen lugar a medio mundo de distancia, en Egipto. Sin embargo, no deben olvidar la crisis de…

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     La
situación del Oriente Medio exige atención porque una chispa podría incendiar
la región entera. Pero México ya está más allá de toda chispa. Está en llamas.
Nos preocupa Egipto porque es demasiado importante —estratégica y
diplomáticamente— para que se consuma en un caos. Sin embargo, ¿qué del caos en
nuestro jardín trasero?

            Ésa
es la pregunta que se formulan la familia y los amigos de Nancy Shuman Davis,
una misionera estadounidense de 59 años que —junto con su esposo, también
misionero— vivió y viajó en México durante más de 30 años. Recientemente, la
pareja iba manejando en una carretera mexicana de una región por cuyo control
pelean bandas rivales que transportan drogas a Texas. Se encontraron con
hombres armados que dispararon a su vehículo, pegándole a Nancy en la cabeza.
Su esposo aceleró para cruzar la frontera y llegar a un hospital de McAllen,
Texas, donde ella murió.

            Las
tragedias de esta índole deberían ser suficientes para captar la atención de
los estadounidenses sobre lo que está sucediendo al sur de la frontera.

            En
este momento, eso es probablemente lo que el presidente de México, Felipe
Calderón, más ardientemente desea de sus vecinos: atención. Calderón aún
necesita de la asistencia prometida por Estados Unidos bajo la Iniciativa
Mérida. Y aún necesita de un aliado total, no de un aliado silencioso. Pero
nada de ellos sucederá hasta que los estadounidenses aprendan a centrarse en
México.

            Esa
atención también parece faltar en el gobierno de Obama. La única persona en
esta administración que parece tener idea de lo que está en juego en todo esto
es la secretaria de Estado, Hillary Clinton. Ella tuvo razón hace unos meses
cuando, durante un discurso pronunciado ante el Council of Foreign Relations,
comparó los recientes acontecimientos de México a lo que sucedió en Colombia
hace 20 años, "donde el narcotráfico controlaba ciertas partes del país". Los
funcionarios mexicanos se quejaron de esa referencia a Colombia, pero eso fue
sólo porque la analogía calzaba perfectamente.

            Y
Clinton tuvo razón nuevamente, durante su último viaje a México para
encontrarse con la Ministro de Relaciones Exteriores, Patricia Espinosa, en la
ciudad de Guanajuato, cuando describió la batalla de Calderón contra los
carteles como "absolutamente necesaria" e insistió en que "no hay alternativa",
dada la necesidad de preservar el orden y la tranquilidad.

            Tampoco
el pueblo estadounidense parece poder centrarse en México, aunque sus huellas
dactilares inundan la guerra contra la droga. Consumimos los narcóticos que
bañan de efectivo a los carteles y suministramos las armas y las balas que
incrementan el número de muertos.

            Es
un asunto serio. La guerra contra la droga ha cobrado la vida de más de 30.000
mexicanos —cinco veces más que la tasa de caídos en Irak y Afganistán juntos.
La guerra amenaza la frágil democracia de México y parece estar alimentando la
improbable resurrección del corrupto y desacreditado Partido Revolucionario
Institucional. Y ahora está preparada para destruir la institución más preciada
del país: la familia mexicana. Como los carteles están teniendo problemas para
llevar su producto al norte a entusiastas compradores en los Estados Unidos,
han debido venderlo internamente, comenzando a crear algo nunca visto en
México: una generación perdida de drogadictos.

            Sin
embargo, nada de esto importa a la mayoría de los estadounidenses, que aún
abordan el tema de la guerra contra la droga de México con un severo caso de
síndrome de déficit de atención.

            Siempre
nos centramos en lo equivocado. Cuando Calderón señala que no habría una industria
de la droga mexicana sin el consumo de drogas ilegales en Estados Unidos, los
estadounidenses deciden que quieren discutir si ha llegado el momento de
legalizar la droga en Estados Unidos. Cuando Calderón revela que la mayoría de
las armas confiscadas de los narcotraficantes por las autoridades mexicanas
están entrando a México desde los Estados Unidos, los estadounidenses sienten
la necesidad de debatir el control de armas. Y mientras México entre en una
espiral de descontrol, amenazando los intereses de Estados Unidos en la región,
todo lo que parece importarle a la mayoría de los estadounidenses es si las
playas de la Riviera Mexicana serán seguras para las vacaciones de primavera.

            Los
estadounidenses son incapaces de sostener una conversación seria sobre esta
crisis. Y, por lo tanto, no es de sorprender que no podamos conseguir un
compromiso serio para ayudar a México a apagar el incendio, lo que garantiza,
prácticamente, que las llamas se extenderán.

            La
dirección electrónica de Ruben Navarrette es [email protected]

© 2011, The Washington Post
Writers Group

 

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