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Un miembro de la audiencia hace preguntas después de los comentarios del arzobispo Charles Chaput acerca de inmigración el pasado 1 de septiembre en Filadelfia. Ana Gamboa/AL DÍA News
Un miembro de la audiencia hace preguntas después de los comentarios del arzobispo Charles Chaput acerca de inmigración el pasado 1 de septiembre en Filadelfia. Ana Gamboa/AL DÍA News

Cordura, indiferencia y el debate de inmigración estadounidense

Para la iglesia, la inmigración trata principalmente sobre los aspectos humanos del problema — en otras palabras, cómo nuestras políticas deben proteger la…

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Como ustedes saben, el papa Francisco se unirá a nosotros para el Encuentro Mundial de las Familias a finales de este mes, y la inmigración es un tema cercano a su corazón.  Así que, estoy contento de estar aquí y compartir este tiempo con ustedes.

Esta noche, quiero hablar sobre las familias inmigrantes. Inmigración puede ser un tema difícil.  Al menos uno de nuestros candidatos presidenciales ya ha hecho el debate nacional de inmigración desagradable con mucha grandilocuencia beligerante. Su éxito en las urnas demuestra que muchas personas, incluyendo mucha gente buena, están muy incómodas con la dirección de nuestro país. Y la inmigración es un tema con evidentes dimensiones económicas, de seguridad nacional y jurídicas.

Para la iglesia, la inmigración trata principalmente sobre los aspectos humanos del problema — en otras palabras, cómo nuestras políticas deben proteger la dignidad humana. La migración tiene que ver con seres humanos. Por lo mismo, tiene implicaciones morales.

El papa Francisco tiene una simpatía especial por los migrantes y refugiados en todo el mundo.  Su primer viaje como Papa fue a Lampedusa, una isla en el Mediterráneo, para recordar a los inmigrantes que murieron intentando llegar a Europa por barco. El habló de una creciente «globalización de la indiferencia» que ignora el dolor de los que buscan emigrar, y que trata a los migrantes como parte de una «cultura de usar y tirar». Francisco probablemente retorne a ese mensaje cuando visite Filadelfia. 

Una preocupación fundamental de la iglesia es el impacto de la política de inmigración en las familias. Los costos sociales de un sistema de inmigración defectuoso son inmensos.  Leyes migratorias erróneas destruyen familias y comunidades. Ellas hacen un daño especial a los más vulnerables, empezando con los niños. El daño sucede en los países de origen, cuando un padre o una madre deja su casa para apoyar a su familia, buscando trabajo en otros lugares.  Y sucede también en las naciones que reciben, donde los padres indocumentados pueden ser deportados lejos de sus hijos ciudadanos.

Los insto a todos ustedes a ser defensores vigorosos de la familia migrante.

— Arzobispo Charles Chaput, 1 de septiembre, 2015

Como cristianos, nuestra fe nos obliga a proteger a las familias migrantes. Como el papa Pío XII dijo hace muchas décadas, «la desterrada sagrada familia de Nazaret, huyendo a Egipto, es el modelo de cada familia de refugiados». En el 2007, Benedicto XVI comparó la huída de la sagrada familia con la de las personas de hoy que emigran: «en el drama vivido  por la Familia de Nazaret, obligada a refugiarse en Egipto, percibimos la dolorosa condición en la que viven todos los inmigrantes, especialmente los refugiados, exiliados, evacuados, las personas desplazadas internamente y aquellos que son perseguidos. La Familia de Nazaret refleja la imagen de Dios protegida en el corazón de cada familia humana, aun estando desfigurada y debilitada por la emigración».

En el 2014, el papa Francisco hizo eco de este mismo tema: «Jesús, María y José sabían lo que significaba dejar su patria y convertirse en inmigrantes: amenazados por la lujuria de Herodes por el poder, se vieron obligados a huir y buscar refugio en Egipto. Pero el corazón maternal de María y el corazón compasivo de José, el protector de la Sagrada Familia, nunca dudaron que Dios siempre estaría con ellos. Por su intercesión, que la misma certeza permanezca firme en el corazón de cada migrante y refugiado».

Con la Sagrada Familia como su modelo y como protectora de cada migrante, extranjero y refugiado, la Iglesia está comprometida a ayudar a los migrantes con los recursos necesarios para su bienestar. El deber y el privilegio de ese compromiso se aplican a todos por igual.

Dando la bienvenida a las familias, necesitamos entender las desigualdades globales que obligan a la separación de las familias.  La pobreza y la violencia en sus países de origen, obligan a los padres a dejar a sus hijos y a ganar dinero en el extranjero para apoyarlos económicamente. O en algunos casos, los padres envían a sus hijos lejos, a otros países, para protegerlos de algún daño.  Vemos esto hoy en día en Centroamérica, donde los padres envían a sus hijos a los Estados Unidos y a otras naciones para escapar de la matanza de redes criminales organizadas.

Pero aquí en los Estados Unidos y en otros lugares, las leyes de inmigración a menudo no toman en cuenta los costos sociales de las familias separadas.  Muchas naciones, incluyendo la nuestra, tienen políticas de inmigración que debilitan, en lugar de fortalecer, la familia.  Les daré algunos ejemplos.

En primer lugar, recientemente hemos experimentado un record en la tasa de deportación de los Estados Unidos, con aproximadamente 2,6 millones de personas deportadas bajo la administración de Obama. Esto afecta brutalmente a las familias inmigrantes, especialmente a aquellas con niños que son ciudadanos estadounidenses. Unas 75.000 familias con niños ciudadanos estadounidenses resultan afectadas cada año por la deportación, con uno o ambos padres expulsados del suelo americano. Algunos de estos mismos niños se han visto obligados a seguir a sus padres a países que desconocen.  Otros han permanecido en los Estados Unidos sin sus padres.

Debemos preguntarnos: ¿realmente queremos invertir en jóvenes con ciudadanía estadounidense, los futuros líderes de nuestra nación, deportando a sus padres?  La respuesta debe ser obvia.  Y esta es la razón por la cual los obispos católicos de los Estados Unidos apoyaron la decisión de la administración de proporcionar alivio a las familias inmigrantes en noviembre pasado.

En segundo lugar, nuestra nación continua deteniendo a familias, madres jóvenes con niños, quienes están huyendo de la violencia en Centroamérica.  Estas familias no representan una amenaza para nadie.  Detenerlas es inhumano.  Y ya existen buenas alternativas a la detención, incluyendo los servicios de gestión de casos comunitarios que garantizan que las familias cumplan con sus obligaciones legales y que también reciban la ayuda que necesitan.

En tercer lugar, debemos preservar el derecho de la ciudadanía por nacimiento  El derecho a la ciudadanía por nacimiento asegura que los niños no se conviertan en apátridas o en una crónica subclase. Esto también es un derecho constitucional.  Esto significa que cualquier familia inmigrante se encuentra a una generación de una plena integración en nuestra nación.  Algunos en la vida pública - en particular, pero no sólo, Donald Trump - han llamado a poner fin al derecho de la ciudadanía por nacimiento. Esta es una idea extremadamente mala, que juega con nuestros peores miedos y resentimientos. Y perjudica uno de los pilares de la fundación de los Estados Unidos y la identidad nacional.

En cuarto lugar, el Congreso está debatiendo ahora un cambio de enfoque de la reunificación familiar como la pieza central de nuestro sistema de inmigración y haciendo énfasis en una migración económica, basada en las habilidades de una persona, y no en lazos de familia.  Una vez más, esto es una mala idea.  El tiempo de espera para la reunificación de las familias ya puede ser tan largo como 20 años, dando a las familias poca esperanza de legalizar su estatus.  En vez de desmantelar el sistema de inmigración legal basado en la familia, necesitamos mejorarlo.

Ahora a la luz de estos hechos, permítanme ofrecer algunas sugerencias. En todas las cosas, necesitamos respetar el estado de derecho. Este es un elemento clave de nuestro sistema de inmigración. Pero también necesitamos revisar y reforzar nuestras leyes en favor de la familia, la semilla de una sociedad saludable:

En primer lugar, el Congreso necesita detener las disputas y aprobar una reforma migratoria real, incluyendo un programa de legalización que ofrezca a las personas indocumentadas una oportunidad honesta y posible a la ciudadanía. Dicho programa aseguraría que las familias puedan permanecer juntas y se conviertan en colaboradores permanentes para sus comunidades.  Esto les protegería de la separación causada por la deportación.  Y obviamente la Casa Blanca necesita negociar con el Congreso con un espíritu de verdadero compromiso y cooperación – que no siempre ha sido el caso.  Ambos de nuestros principales partidos políticos nos han llevado a nuestro estancamiento actual.

En segundo lugar, la reunificación familiar, debe seguir siendo una piedra angular de nuestro sistema de inmigración.   Esto significa que el proceso de inmigración legal debe acelerar la reunificación de las familias y que el programa de refugiados debe hacer de la reagrupación familiar una meta principal.

En tercer lugar, nuestra nación no debe detener a las familias.   La práctica es innecesaria e inhumana.  Los obispos de los Estados Unidos están motivados por una reciente orden de la corte federal de poner fin a esta práctica e instan a la administración Obama a cumplir con ella.

En cuarto lugar, el derecho a la ciudadanía por nacimiento debería ser mantenido.  Como ya lo he mencionado, esto evitará la creación de una subclase permanente de personas que efectivamente son apátridas.

Quinto y finalmente, la comunidad global debe encontrar una forma de abordar la raíz causante de la migración, para que las familias puedan vivir decentemente en sus países de origen.   Esto es mucho más fácil decirlo que hacerlo.  Las organizaciones internacionales actuales están limitadas en lo que pueden hacer y con frecuencia tienen rémoras ideológicas que pueden empeorar las cosas. Pero la pobreza y los conflictos en los países de origen son problemas que inevitablemente traspasan las fronteras e impactan las sociedades desarrolladas.  Estos problemas no pueden resolverse rápidamente o sobre una base ad hoc.  Necesitamos una respuesta coordinada de las naciones ricas a largo plazo.  La conclusión es esta: los padres nunca deben sentirse obligados a dejar a sus familias para apoyarlos mediante la búsqueda de trabajo en el extranjero.  Y ellos nunca deben ser forzados a enviar a sus hijos lejos, debido a la amenaza de la violencia.

Espero que estas ideas ofrezcan al menos algunas semillas para el debate.  Espero también que se vuelvan parte del discurso durante el Encuentro Mundial de las Familias y la visita del Papa Francisco a finales de este mes.  Los insto a todos ustedes a ser defensores vigorosos de la familia migrante, modelados y protegidos por la Sagrada Familia de Nazaret.

Como el Santo Padre nos dijo en su mensaje del Día Mundial de los Migrantes y Refugiados 2015, la iglesia debe seguir defendiendo a los más vulnerables: «La Iglesia sin fronteras, la Madre de todos, difunde en todo el mundo una cultura de aceptación y solidaridad, en la que nadie es desechable o visto como inútil y fuera de lugar».

Gracias y que Dios los bendiga

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