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Foto: Liliana Frankel/AL DÍA News.

“Ya es tiempo de organizarnos”

El 27 de octubre se renunció, por el momento, un plan para imponer un nuevo distrito empresarial que pudiera haber perjudicado a la comunidad mexicana del…

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Baja caminando por la 9th Street desde el centro de la ciudad y verás.

 Al pasar South Street, las multitudes se disipan un poco. Los carros viajando hacia el norte desde las profundidades de la ciudad industrial, esquivan el tráfico, y las ventanas que miran hacia la calle parecen bodegones de velas eléctricas, figurillas de santos y gatos durmiendo, todos enmarcados por ladrillos.

 Al caminar hacia el sur, hacia el Mercado Italiano, las grietas surgen del pavimento. Los estantes de productos reciben órdenes en español. Verde, blanco y rojo son también los colores Mexicanos.

 El cambio en el barrio toma tiempo en hacerse visible.

 El terreno baldío entre la Avenida Washington y la Calle Ellsworth, por ejemplo, todavía sirve de recordatorio de la fábrica de hielo que solía estar allí y los cambios que representa su clausura.

 Pero el terreno es prioridad de la Agencia Midwood, una corporación de desarrollo New Yorkina que espera transformarlo en un complejo de 70 apartamentos, junto con su propio centro comercial y estacionamiento subterráneo.

 Michelle Gambino, gerente de la Asociación de Negocios de South 9th Street, está seguro de todos estos cambios.

 “Hemos estado haciendo lo mismo por 100 años: recibiendo inmigrantes, inmigrantes que abren sus negocios, gente que baja hasta aquí a hacer sus compras”, dice.

“Esta área siempre ha sido de inmigrantes y lo sigue siendo. Es lo que lo hace tan especial.”

 

La inclusión no podría ser más que un gesto…

En esa especificidad, Gambino ve el potencial del progreso.

 El Mercado Italiano está a menos de dos millas del Ayuntamiento, pero ha sido ignorado. Las calles están constantemente llenas de basura, es difícil conseguir dónde aparcar y los negocios poseídos por inmigrantes no parecieran tener los recursos para promoverse fuera del barrio.

 Desde los recortes de los servicios municipales, lo más cercana que puede estar la ayuda de la ciudad es a través de un Distrito de Desarrollo Empresarial (BID), aprobado por la alcaldía. Esencialmente una autoridad independiente, que controla localmente los impuestos y que evalúa los negocios en sus fronteras, basándose en el valor de su propiedad. Los fondos recogidos serán entonces distribuidos para el bien común.

 La asociación de Gambino ganó un financiamiento de la ciudad para organizar un BID en el 2013. El proceso de planificación requiere un control exhaustivo de las necesidades de la zona. La Asociación Empresarial de la South 9th Street contrató a un consultor y organizó nueve reuniones públicas. En la mayor parte de ellas, los intérpretes bilingües estuvieron disponibles, en un gesto de inclusión para los inmigrantes que Gambino reconoce como el corazón del barrio.

 Sin embargo, la inclusión no podría haber sido sino un gesto, pues las leyes estatales que estructuran el sistema BID de Filadelfia excluyen a los recientes inmigrantes en su propio diseño. El Departamento de Comercio de la ciudad no mantiene estadísticas específicas sobre los negocios propiedad de minorías en la South 9th Street, pero los locales estiman que al menos la mitad están poseídos por Mexicanos. Por varias razones, casi ninguno de los encargados de los negocios mexicanos son dueños también de sus escaparates. Y, legalmente, los únicos beneficiarios de un BID son los dueños de los edificios. Eso significa que casi ningún negocio propiedad de negociantes mexicanos cuenta como parte de la “comunidad” cuyos intereses busca desarrollar el BID.

 Este octubre, los beneficiarios oficiales del BID, incluyendo una fuerte oposición conformada por la vieja escuela Italiana, la rechazaron por sus propias razones.

 De acuerdo a Gambino, el manager del BID propuso un salario de 60.000 dólares, bajo, comparado con otros alrededor de la ciudad, pero exorbitante comparado con las rentas promedio de los negocios en el Mercado Italiano, transformándose en la manzana de la discordia.

 Entrevistas en PlanPhilly y en Philly Voice, también sugirieron que los dueños de los edificios no le ven sentido a entregar más dinero ahora que el Mercado Italiano está más limpio y más vibrante que nunca.

 Es cierto que el barrio ha cambiado drásticamente desde el 2000, cuando fue declarado “en ruinas” por la Comisión de Planificación de la Ciudad con 33 propiedades reportadas vacantes, entre 76.

 “En aquél entonces, si querías ir a Pat’s and Geno’s, tenías una larga espera entre la 9th Washington y la 9th y Wharton”, dice Karenina Wolff, una abogado de inmigración y co-fundadora de la Comunidad Empresarial Latina de South Philadelphia.

 “Daba miedo. Podías sólo imaginarte la oscuridad. Y era por eso que las compañías le llamaban ‘Steak Vegas’, es por eso que tenían esas gigantes y alocadas luces. Es por los dueños de los negocios mexicanos que ya no da miedo caminar por Pat’s and Geno’s”.

 Pero los mexicanos no son los únicos que se han mudado desde entonces.

 

Alquileres por las nuves

“No vamos tan lejos, como cinco años atrás, las rentas en esta área eran más o menos como 800 dólares, 1000 dólares para una casa muy buena”, dice Armando Aparicio, quien al llegar en 1996 pagaba 500 dólares al mes para vivir en Lombard Street, en el centro de la ciudad. Como muestra el mapa más arriba, el Sur de Filadelfia ha experimentado desde entonces un flujo sólido de personas con alta educación y alta remuneración, muchos de los cuales son blancos.

 “Ahorita están a 1500, 2000 dólares en esta misma área. Ahora la comunidad se está moviendo más hacia el sur, y al West, y al Northeast. Entonces se está abriendo. Como te digo que los precios se están subiendo demasiado. Ahora la gente se tiene que dividir”.

 Aparicio es dueño de un restaurante llamado “El Sarape”, que puedes encontrar al bajar por South 9th Street fuera del Mercado Italiano, al pasar Pat’s and Geno’s.

 Se sitúa fuera de las fronteras propuestas por el BID de la 9th Street, pero Aparicio es una figura importante en el debate de la comunidad Mexicana sobre el asunto, siento él mismo un refugiado de la gentrificación o, si el progreso es progreso, un pobre sorteador de los vientos de cambio. Hace tres años, se mudó a la cuadra después de que los precios se volvieran incosteables en la BID de East Passynuk Avenue.

 La nueva ubicación de “El Sarape”, se mantiene aún en las mediaciones del EPABID, pero su distanciamiento de un centro comercial más visible significa que disfruta menos de los beneficios asociados. El restaurante mexicano más conocido dentro de estas fronteras es la Cantina Los Caballitos, que ni siquiera es propiedad de Mexicanos.

Sam Sherman, un desarrollador que dirigió el BID al empezar en 2010, ganó fama por reclutar a chefs gourmets de alrededor del país y subsidiar sus rentas, creando lo que ahora se conoce como “Restaurant Row”.

 Pero antes de cualquier otro, dice Aparicio, el BID sólo “suben los precios, suben las rentas, suben tax, y los que no tienen un contrato grande—bueno, a menos que sea de 5 años—no te ayuda nada. Solamente beneficia a [los dueños del edificio]. O renuevas ahora, que no lo saben los dueños, o te quedas aquí estancado, y pagarás más”.

Desde que “El Sarape” tiene menos tráfico de peatones en su nueva ubicación, Aparicio ha buscado otras fuentes de ingreso. Obtuvo una plaza como vendedor en el estadio de béisbol por primera vez este año, donde es el único stand de comida mexicana.

“Hay eventos, y llegan. Yo hago eventos para todos los latinos, como sean, de cincuenta, sesenta personas”, dice Aparicio. “Eso está bien. Son fiestas de cumpleaños, bautizos, quince años, algo especial. Un divorcio. Se festejan, que se va a ir a México, a El Salvador, que se va a ir a Honduras. Son fiestas que ellos mismos inventan”.

 AL DÍA le ha preguntado a Aparicio si puede meter a uno de nuestros reporteros en alguna de estas fiestas y dice que sí, por supuesto. Ese sábado, una pareja mexicana (Gisela y Genaro), están celebrando un cumpleaños en conjunto de dos de sus tres hijos.

La primera homenajeada es una niña de 8 años en un vestido amarillo de princesa y una tiara de gemas. La segunda ha cumplido dos años y come carnitas del plato de su hermano de 13 años, quien habla con un amigo del colegio en inglés.

Las conversaciones alrededor de la sala son tranquilas. La música de la banda suena desde un parlante de pie y los niños juegan a pillar. Por como se ven las cosas, soy la única extraña del lugar.

“El racismo es el mayor problema social”, me explica Gisela, la madre. Su hijo mayor está en el equipo de fútbol y juega en el Sur, hacia la Avenida Oregon. Ese barrio es más blanco y negro, y ha habido algunos incidentes. “A los niños no les parece que muchos hispanos juguen. Dicen que nosotros no tenemos mucho derecho de estar aquí”.

El esposo de Gisela, Genaro, trabaja en un negocio de italianos más arriba en la South 9th Street y nunca ha escuchado de la BID. Excepto por su jefe, sus compañeros de trabajo son Mexicanos de Puebla y Tlaxcala.

“Nos llevamos cómo sabemos”, dice respondiendo a mi pregunta sobre el ambiente de trabajo. “La cultura casi no cambia, nos sentimos bien, no nos prohíben hablar nuestro idioma”.

Este tipo de lugares seguros pueden acercar más a la comunidad. Sin embargo, como ha señalado Aparicio, el aumento de los alquileres amenaza con dispersar a los miembros de la comunidad por toda la ciudad. ¿La solución? Por los momentos, nadie ha dado con ella. Pero la gente que se encuentra más preocupada por ello se está intentando organizar.

 

Con voz, sin voto

“Tenemos la voz, pero no tenemos el voto”, dice Juan Carlos Romero. Él es uno de los dueños originales de Los Taquitos de Puebla, y acaba de mudar su nueva empresa, Philly Tacos, a Point Breeze. Tiene asiento en la nueva junta ejecutiva de Juntos y, a pesar de algunas dudas personales, estaba en el comité de manejo del BID. También ha ayudado a fundar la Comunidad de Empresarios Latinos de South Philly (SPLBC) con Karenina Wolff. Nos encontramos el día después de la retirada del BID en el Ayuntamiento para una entrevista.

“Ya es tiempo de organizarnos”, dice. “Ya es tiempo de empezar a tener poder económico. Yo creo que ya lo empezamos a tener, pero tenemos que organizarnos para canalizar este poder económico”.

Caminamos hacia el sur del Fleisher Art Memorial, donde Romero también trabaja en la planificación del comité del Día de los Muertos. Pareciera conocerlos a todos, saludando a aquellos que se tropieza y preguntándoles si vendrán a la procesión del 1ero de Noviembre en Fleisher. Le molesta que la comunidad mexicana de South Philly deba trasladarse frecuentemente para celebrar sus fiestas más importantes.

Este es el primer año en el que la celebración de Fleisher incluirá un desfile a través del área del Mercado Italiano. “Necesitamos el apoyo de la comunidad, la presencia de ella, para seguir enseñando las tradiciones”, dice enfáticamente.

En el pasado, Romero ha transformado su convicción en un proyecto al planificar las fiestas durante el año. Más recientemente, ha trabajado arduamente para abrir una tienda de tacos en Point Breeze donde el mercado para la comida mexicana está menos saturado.

Romero espera algún día que el SPLBC esté equipado para hacer cosas para mantener el ritmo de restaurantes mexicanos por barrio y encargarse del festival del Día de la Independencia, que, sin su ayuda este año, sencillamente no se llevó a cabo.

 “El 15 de septiembre, estaba muerta la calle”, dice. “¡Ésta área es hispana!”

 

No compran con gusto

La fiesta más grande y las inversiones más grandes han tenido lugar en Penn’s Landing, donde PECO auspició un festival amparado por el Consulado Mexicano y el Centro Cultural Mexicano. A Romero le habría gustado ver invertido algo del dinero en el barrio. Una vez atraído al área del Mercado Italiano para una fiesta, él cree que “la gente sigue regresando”.

Pero la planificación de fiestas a nivel ciudadano conlleva dinero, estrategias y la aprobación de la Asociación De Empresarios de la South 9th Street. Después de un incómodo malentendido la primavera pasada cuando la Gran Cámara de Comercio Hispana de Filadelfia intentó financiar un festival de Cinco de Mayo sin consultar primero con Michele Gambino, todos parecieran estar nerviosos de volver a intentarlo.

 Este nerviosismo específico es sólo una de las instancias del nerviosismo persistente al romper una regla desconocida, que es omnipresente para los Mexicanos del Mercado Italiano. Complica las colaboraciones, corroe la confianza y amplia las distancias, pero está enraizado en una realidad legal aislante: incluso las interacciones a pequeña escala con la fuerza de la ley, como pagar un ticket de parking, puede estar minado de miedos y riesgos para la gente indocumentada.

Hace algunos años, la ciudad instaló unos avisos temporales de parking en los callejones de la 9th Street, tratando de desalentar a los residentes de llenar espacios que podrían en otras circunstancias albergar a compradores. Y mientras anteriormente las calles debilitadas se llenaban de compradores Latinos de Camden y Norristown, ahora los marchantes Mexicanos han notado una caída significativa en el negocio.

 “Hace que la gente dude”, dice Isabel Espinosa, propietaria de una tienda de ropa y velas más debajo de la Avenida Washington. “Checando, checando, checando, ya angustiados. No compran con gusto”.

El cuarto oscuro de la tienda de Espinosa cuenta con dos nubes pastel con valiosos vestidos importados de Ciudad de Mexico. En frente, una multitud de objetos impresos con la Virgen de Guadalupe. Cosas, en otras palabras, diseñadas para llamar la atención de los mexicanos, pero, dice Espinosa que “me daría gusto que estaría más concurrida, más mezclada, la comunidad que nos esté recibiendo”. De acuerdo con ella, las franelas con la Virgen tienen un atractivo diverso.

 

 Viviendo en el miedo

 Algunas puertas más abajo, Sixto Sosa ha estado llevando King DVD and Video Games desde el 2010. Cuando Romero y yo le preguntamos qué opina del fracaso reciente del BID, nos dice que es la primera vez que escucha de eso. No es dueño del edificio y no estaba siguiendo el proceso de cerca. “Sí pasaron a dejar [algún informe] pero no le presté mucha atención”, dice.

 Sosa fue traído a los Estados Unidos de pequeño y creció en Nueva York. Como Romero, le gustaría ver la comunidad mejor consolidada en su poder económico al hacer inversiones de largo plazo en el barrio. Pero dice que la mayoría de los adultos que conoce no suelen ver las cosas de esa manera. “Se quedan pensando que van a regresar”, explica.

 Y subrayando esta esperanza de un regreso por voluntad propia, existe la preocupación paralela de ser obligado a abandonar en cualquier momento. “Puedes tener dinero en las manos y te dices no, que me van a deportar”, explica Sosa. La comunidad “ya tenía el dinero, pero sigue con el temor”.

 Por su parte, Sosa espera que cualquier reforma en el Mercado Italiano pueda proveer un sentido de seguridad más intensificado. Alguna vez lo asaltaron en su tienda, y dice que la policía no está muy presente en el área.

 Sosa y Espinosa ambos le dicen a Romero que esperan que siga organizando y que le agradecen que los mantenga al tanto. Él se ve entusiasmado. Pero de vuelta a la calle, evalúa su emoción. El trabajo por delante será largo y dificultoso.

 “A veces gastamos hasta 3 horas al hablar con un comerciante, explicarle cuál es el objetivo con manzanas y peras, haciéndoles saber. Mucha gente no tiene el tiempo. Y cuando no tienes el apoyo de la gente es frustrante...Perdemos más por faltar una junta que por dejar la tienda por una hora”.

 Incluso ahora, no existe un recorte en las organizaciones que desean ofrecer sus servicios a la comunidad del Mercado Italiano. El problema es que el negocio se encuentra entre los problemas más complejos que enfrentan.

 

Organizaciones foráneas intentan ayudar

 La Cámara de Comercio Hispana de Filadelfia (GPHCC), actualmente ubicada en el Centro de la Ciudad, tiene lo que la Presidenta Jennifer Rodríguez ha llamado “una relación emergente” con los marchantes mexicanos del Sur de Filadelfia. La Cámara nació de las comunidades Puertorriqueñas y Dominicanas del Norte de Filadelfia. Como organización Pan-Latinoamericana, ahora representa una zona demográfica con las tasas más altas de emprendimiento de bajos ingresos en la región.

En la South 9th Street, el GPHCC no se ha visto involucrado ni con el BID ni con su oposición, pero Rodríguez, su presidente, es una planificadora entrenada en la ciudad y escéptica del BID. En barrios de bajos ingresos, explica, los servicios que el BID puede proveer no son suficientes para aproximarse a los problemas estructurales, convirtiéndose por el contrario en un costo extra para la mayor parte de los residentes vulnerables.

“Deberíamos estar planificando esto desde hace tiempo”,  me dice por teléfono. “Junto con la inversión que la comunidad mexicana y del medio oriente han hecho, no ha habido suficientes esfuerzos de planificación por parte de la ciudad. Después de que una comunidad haya crecido en valor, es muy difícil luego apelar por alquileres asequibles”.

Este octubre, la GPHCC auspició una visita de restaurant en restaurant en el barrio que incluyó Blue Corn, Mole Poblano, Tamalex y Los Amigos Bakery, y está trabajando para proveer más asistencia técnica a la comunidad.

Este tipo de actividades para la sensibilización es también la meta de la 9th Street Stock Exchange, una instalación auspiciada por el Programa Mural Arts que actualmente pone en venta bienes culturales específicos en venta en cada negocio de la comunidad Mexicana e Italiana.

Una tercera organización sin ánimo de lucro es Puentes de Salud, quienes me dieron el nombre de Alma Romero. Es una de sus promotoras, actualmente trabajando sobre la salud y el bienestar de la comunidad. Al ir a conocerla en el Marco’s Fish Market, la tienda que lleva con su esposo, ella está cargando objetos para la fiesta del Día de Muertos desde Mighty Writers, otra organización sin fines de lucro externa.

AL DÍA pregunta cómo ella y su esposo Marcos (el homónimo de la tienda) llegaron a crear su propio negocio, y sus caras se nublan un poco. “Nosotros tuvimos una muy mala experiencia”, dice Romero, “Cada vez que la recuerdo, no es grata para mí”. Su historia es un buen ejemplo del tipo de circunstancia que debe ser atendida cuando los organizadores tratan de hacer movidas en el barrio.

 

La historia de Alma y Marcos Romero

 Alma y Marcos Romero vinieron a Filadelfia desde México para trabajar para el dueño original del mercado de pescado, un italiano con quien sólo se podían comunicar en inglés sencillo. Las cosas fueron bien al principio. Marcos surgió hasta ser manager y luego asociarse en el negocio. Mientras los Romero no sabían dónde guardar su dinero en los Estados Unidos, le confiaron sus ganancias al dueño del negocio, quien supuestamente era el responsable de llenar el papeleo que les daría un estatus legal.

 “Se imagina, no había nadie que nos guiara a nosotros, que nos dijera ‘Mira, así es como se abre una cuenta”, dice Romero. “Casi no se encontraba hispanos por acá, ni había tiendas mexicanas, lo que ahora lo hay”.

 El antiguo dueño del negocio era el contacto que los Romero tenían en Filadelfia, y dependían mucho de él. Cuando se empezó a enfermar y a faltar al trabajo, hicieron lo que pudieron para mantener el negocio a flote.

 “Entonces una vez mi esposo se fue y quería sacar algo de dinero para comprar pescado”, dice Romero recordando. “ Y en la cuenta solo habían 300 dólares. Nosotros habíamos trabajado 7 años solo para eso”.

 Tras un período de “atrápame si puedes”, el dueño admitió que había tomado el dinero, diciendo que desafortunadamente no sabía si podría pagarles de vuelta. En vez de eso, dijo, les dejaría el negocio por 180.000 dólares.

Pasaron dos años y las cosas sólo se complicaron más.

 El dueño murió de un ataque y entonces los Romero descubrieron que el negocio que habían heredado tenía una deuda de miles de dólares. Su viuda, aparentemente ignorante del asunto, siguió pasando por el mercado para pedirle a los Romero una cuota de su miserable negocio, amenazándoles con denunciarlos ante el ICE si decían que no.

 Todo eso fue hace diez años.

 Desde entonces, los Romeros han cambiado el nombre de la tienda, se han desplazado hacia el negro y han comenzado a guardar dinero para la educación universitaria de sus hijas. Pero el “abuso de confianza” que los trajo a este lugar todavía duele al recordar.

 “No es bueno acordarme de esto”, dice Romero de nuevo, con los ojos rojos, pero “a la vez es una buena experiencia para mí poder ayudar a nuestra cultura, a nuestra comunidad, que no se deje. Eso es lo que le estoy enseñando a nuestras hijas, que un día tendrán que apoyar a su comunidad”.

 Los Romero no asistieron a ninguna de las reuniones sobre el BID, pero tienen una relación de trabajo decente con Michele Gambino, quien recientemente se ofreció a conseguirles un lugar a su pescado en una tienda de comestibles que abrirá pronto. Alma también dice conocer a Juan Carlos (con quien no está familiarizada, a pesar de que comparten apellido). Pero nunca ha escuchado de su organización, la Comunidad de Empresas Latinas de South Philly—el SPLBC, por sus siglas en inglés.

 

Buscando una comunidad

 La cofundadora del SPLBC junto a Juan Carlos Romero es Karenina Wolff, una joven abogada de inmigración que posee una oficina en el corazón de Passyunk Square. Nacida de una madre mexicana en los Poconos, se mudó al Sur de Filadelfia tras graduarse del Haverford College. Juan Carlos se acercó a ella para ayudar al SPLBC con la esperanza de que pudiera proveerles asesoría legal, y Wolff estuvo de acuerdo. Eso fue en Enero del 2015, cuando apenas abría su negocio. En este momento, el impulso organizativo ha decaído un poco, y Wolff comparte muchas de las frustraciones de Romero.

Por lo que Wolff le comenta a AL DÍA, pareciera que el éxito del SPLBC como esfuerzo de organización depende de si los dueños de los negocios Latinos del Sur de Filadelfia se ven realmente a sí mismos como una comunidad.

La diversidad de la experiencia entre los Mexicanos en Filadelfia, sin embargo, ha significado a veces que el sentimiento de unidad es más difícil de cultivar que una dinámica de identificación/enajenación. Wolff, por ejemplo, ha vivido una vida considerablemente diferente comparada con los recién llegados que provienen de pequeños pueblos de Puebla con fuertes raíces indígenas.

“¿Por qué son estos extranjeros los que realmente quieren colaborar?” pregunta Wolff, cuando la empujo hacia la reflexión sobre su posición como organizadora.

“Es porque estamos desesperados por ser considerados nativos. Incluso para mí, yo quiero ser considerada una infiltrada. Quiero que la gente confíe en mi y quiero una comunidad, quiero una comunidad que me quiera y me apoye”.

Ahora que el BID ha sido derrotado, vendrán momentos nuevos para intentar hacer movimientos hacia esa meta.

Pero los organizadores deben moverse rápido.

 El Concejal Squilla, frente a la solicitud de Michele Gambino, planea organizar reuniones con aquellos que formalmente se opusieron al BID y sumarlos al proyecto.

 Con toda seguridad, no pasará mucho tiempo antes de que les ofrezcan nuevas opciones a las diferentes comunidades en el Mercado Italiano.  

 Los dueños de negocios mexicanos no tendrán mayor fuerza de voto en esta segunda decisión que en la primera, como ha dicho Juan Carlos Romero, tienen voz, y con eso, el potencial de ser escuchados.

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