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Hace tres años, Gerali Rodríguez dejó su puesto de especialista en Márqueting en Caracas para empezar de cero en Barcelona. Hoy es una de los miembros más activos de la diáspora venezolana en Barcelona, España. Foto: Andrea Rodés   
Hace tres años, Gerali Rodríguez dejó su puesto de especialista en Márqueting en Caracas para empezar de cero en Barcelona. Hoy es una de los miembros más activos de la diáspora venezolana en Barcelona, España. Foto: Andrea Rodés   

"Quería una vida normal, así que empecé a ahorrar, vendí mi auto y me fui"

Gerali Rodríguez, inmigrante venezolana en Barcelona, lidera un proyecto solidario para colaborar en el envío de medicamentos a su país.   

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Son las once de la mañana y suena una tonada de Simón Diaz en Bendito Pecado, una cafetería venezolana en el caso antiguo de Barcelona. Panes de jamón, cachitos, pan de guayaba, golfeados recién horneados… los venezolanos residentes en Barcelona entran y salen para llevarse a los labios un bocado de su lejana patria y empezar el día con buen humor. Entre ellos está Gerali Rodríguez, periodista y especialista en marketing que llegó a Barcelona hace tres años, huyendo de la espiral de crisis económica e inseguridad que acechaba Caracas.

“Ahora la situación es mucho peor”, me explica Gerali, dando un sorbo a su chicha, una bebida tradicional venezolana hecha con arroz, leche condensada y canela. “Es un poco dulce, pero me encanta”, sonríe. 

Gerali Rodríguez es uno de los miembros más activos de la diáspora venezolana en Barcelona. Desde que llegó a España – dejando su puesto en un departamento de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) para hacer un máster en Dirección de Comunicación y Marketing en la Universidad Autónoma de Barcelona -  esta joven de 31 años ha compaginado sus estudios y empleos con proyectos solidarios para ayudar a su país junto a otros compatriotas emigrados. El más reciente ha sido el diseño de unas pulseras solidarias con los colores de la bandera venezolana y la inscripción: Te Apoyo Venezuela”, que desde el pasado verano se distribuyen en internet y en diversos locales de Barcelona, como la pastelería Bendito Pecado. Cada pulsera cuesta 3 euros (unos 3.7 dólares). Una parte del dinero recaudado sirve para financiar la producción, la otra se destina a enviar medicinas a Venezuela a través de la Asociación Lean, una organización sin fines de lucro fundada por una venezolana en León, en el interior de España.

“Enviar medicamentos es un proceso complejo, se necesitan muchos permisos, así que es mejor hacerlo a través de una organización especializada”, aclara Rodríguez, contenta del resultado que han conseguido hasta ahora: casi 400 dólares recaudados, 383 kilos (844 lb) de medicamentos enviados.

Gerali dice que su familia siempre la educó en los valores de solidaridad y ayudar al prójimo. Nacida en San Francisco de Apure, en el interior del país – donde todavía viven sus padres y su hermana menor -  Rodríguez se mudó a Caracas para estudiar Periodismo y Marketing en la Universidad Católica (UCAB), una universidad privada dirigida por los Jesuitas.

 “En la carrera había un programa de voluntariado y enseguida empecé a involucrarme en proyectos que me ayudaron a conocer mejor la realidad del país. Me di cuenta de que nosotros vivíamos en una burbuja”, explica Gerali, que empezó los estudios en 2004, cuando Hugo Chávez ya estaba en el gobierno. “En casa teníamos de todo, pero en el país había mucha gente pobre”, recuerda. En 2009, cuando terminaba la carrera, se unió además a una plataforma cívica llamada  “Un mundo sin mordaza”, que acababa de crearse con el fin de denunciar los abusos contra la libertad de expresión perpetuados por el gobierno de Chávez, además de demostrar que algunas de sus políticas sociales y económicas eran erradas.

“Cuando vives en una comunidad donde no hay agua corriente ni electricidad, entiendes que el país necesita un cambio de verdad, y no un Mesías como Chávez”, dice Rodriguez, que es hoy la representante de Sin Mordaza en Barcelona. Nueve años después de su creación, la organización tiene voluntarios en todo el mundo y continúa expandiéndose al mismo ritmo que la diáspora. Se estima que en los últimos cinco años se han marchado del país cerca de dos millones y medio de venezolanos.

Se fueron todos

“En mi oficina en Caracas éramos cinco chicas. Nos fuimos todas. Dos a España, una Australia, otra a Panamá.  Mi jefa se quedó sola, se desplomó”, explica Rodriguez, que recuerda tener acceso a los indicadores económicos del país desde su trabajo y darse cuenta de la situación económica y social iba de mal en peor: inflación desenfrenada, el bolívar por los suelos, los problemas de desabastecimiento…  

Al principio, a mis amigas y a mí nos parecía divertido ir por las tiendas haciendo acopio de artículos que un día estaban en la tienda y el otro no. Había tanta inflación que cuando veías algo disponible lo comprabas sin pensar”, recuerda. Pero al final, la inseguridad en la calle y la angustia de no encontrar artículos de primera necesidad, como leche o compresas femeninas, pudieron más que las ganas de quedarse cerca de su familia o la ilusión de ser una chica independiente con trabajo en Caracas, su sueño desde que salió de la universidad. “Había estado en Barcelona de vacaciones y la ciudad me gustaba. Tenía playa, conocía el idioma, el visado era relativamente fácil … Así que dejé el trabajo y me vine para acá con un visado de estudiante para hacer un máster y empezar una vida mejor”, dice.

La jugada le salió bien. Hoy Gerali comparte piso con dos chicas en el centro de Barcelona y se gana la vida llevando la comunicación y marketing en un despacho de abogados.  En sus horas libres, se dedica a tirar adelante el proyecto de las pulseras y gestionar la web teapoyovenezuela.org . “Hay días que acabo agotada, pero muy contenta por el apoyo de los voluntarios de Un Mundo sin Mordaza”, dice.   

“El país esta viviendo ahora la peor crisis humanitaria de su historia. Desde hace tres años no hay medicinas tan básicas como paracetamol o antiinflamatorios, en las clínicas se han quedado sin recursos, curan las heridas con hilo y aguja”, se lamenta, sorbiendo despacio su chicha. Para organizar los envíos de medicinas también han pedido apoyo a la agencia catalana de cooperación, dependiente del gobierno catalán. El cónsul venezolano en Barcelona, sin embargo, nunca les abrió la puerta. “El gobierno venezolano está actuando en contra de su propia gente, de la gente que le votó”, añade Gerali, indignada con el gobierno de Maduro.

Alzar la voz

Otra de las iniciativas que Gerali y sus compañeros de la diáspora venezolana han llevado a cabo desde Barcelona fue la organización de una consulta plebiscitaria sobre la Constituyente, en julio de 2017. Igual que en muchas otras ciudades del mundo ( entre ellas, Filadelfia), la diáspora venezolana acudió a votar en masa en el referéndum, que dio la victoria al “sí” en favor de una moción de censura a Nicolás Maduro. Sin embargo, nada cambió en Venezuela. Al contrario, la represión aumentó, dando pie a episodios de violencia y protestas sociales en las calles, que se han cobrado al menos un centenar de muertos.

Rodríguez experimentó de primera mano la represión política en su país. Antes de trabajar en Comunicación y RSC, Gerali Rodríguez trabajó de periodista en una radio que Chávez mandó cerrar. Allí se dio cuenta de que el trabajo de reportera tenía demasiado riesgo. “Mis colegas periodistas iban con máscara y chalecos antibala”, recuerda. Así que se pasó al terreno de la publicidad, y luego al terreno de la comunicación y la RSC en una empresa que daba servicios a una entidad bancaria.  

Desafortunadamente, los proyectos para el banco empezaron a dejar de ser realizables.  “Los proveedores se quedaban sin material, no podíamos asegurar el abastecimiento”, explica. En 2010 la inflación era tan elevada que el producto estrella del banco era una tarjeta para comprar comida, explica Gerali, para poner en evidencia la gravedad de la situación que la empujó a marcharse del país.  

“Quería una vida normal, sin que mi familia estuviera preocupada todo el día por mí, sin tener que ir almacenando cosas en mi casa “por si acaso” se acababan en la tienda. Así que empecé a ahorrar, vendí mi auto y me fui”, recuerda, mientras la cafetería va impregnándose del olor a café y golfeados que degusta una familia venezolana sentada en una mesa cercana.

 “Marcharse implica empezar de cero, pero con el sueño de tener una vida mejor, de vivir en paz, sin miedo a que te roben en la calle o te persigan por pensar diferente”, dice Gerali, contenta de vivir en Barcelona. En tres años, todavía no ha regresado a su país. Le da cierto miedo, teniendo en cuenta la inseguridad en Venezuela.  Pero sigue en contacto con su familia. Estas Navidades les envió una caja de 10 kilos llena de comida, en la que no faltaron turrones y el tradicional pernil.  “No podían quedarse sin una cosa básica de las Navidades”, dice.

 Antes de despedirnos, Rodríguez me recomienda que me compre un cachito de jamón y queso - todavía caliente del horno-, y adquiero una de sus pulseras @TeApoyoVenezuela. Ya han vendido la primera tirada, unas mil, y ahora quieren expandir la idea a otras ciudades de España. “Proyectos como este demuestran cómo somos los venezolanos: si nos unimos y organizamos podemos lograr cosas grandes”, concluye.

Pueden obtener más información sobre la iniciativa Te Apoyo Venezuela en su página web: teapoyoveenzuela.org y en sus redes sociales, Facebook e Instagram