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'En Filadelfia hay gente que nunca ha pisado los barrios del norte'

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Está claro que la Convención Nacional Demócrata del 2016 pasará a la historia por la nominación oficial de Hillary Clinton como primera mujer candidata a la presidencia de los Estados Unidos. Pero al margen de lo que sucede cada noche en el interior del estadio Wells Fargo - de los discursos de expresidentes y primeras damas, de las manifestaciones pro-Sanders, los Caucus y debates entre delegados demócratas de todo el país-, la DNC es una oportunidad de oro para conocer a gente con intereses comunes.

En una recepción organizada el martes por la Cámara de Comercio Hispana de los Estados Unidos (USCHH), tuve la oportunidad de conversar con Pedro Rodríguez, un dominicano emigrado a Nueva York, y que actualmente es director de Recursos Humanos del City Hall de

Filadelfia. Pedro Rodríguez lleva más de veinte años en la capital de Pensilvania, trabajando para diversas organizaciones con fines sociales. “De esta ciudad ya no me muevo”, me confesó, mientras tomábamos una copa de vino en lo alto de un rascacielos del downtown, con vistas espectaculares a la ciudad. Rodríguez estudió Economía en la universidad estatal de Nueva York (SUNY) y ha combinado el trabajo de profesor de español con su carrera profesional en el sector social, incluyendo diversas asociaciones dedicadas a la atención social y sanitaria y a mejorar la integración de los inmigrantes.

“Los barrios del norte de Filadelfia no tienen nada que ver con el downtown, hay mucha desigualdad”, admite Rodríguez, consciente de las dificultades de los Latinos para encontrar empleos y otros problemas sociales endémicos, como las drogas y el fracaso escolar.

Mientras los hoteles del centro de Filadelfia se llenan de recepciones, cenas de gala y pantallas gigantes que retransmiten en directo el DNC, las calles del Bloque de Oro, el barrio puertorriqueño del norte de la ciudad, siguen igual de sucias y dejadas, la basura recubre las aceras, los zapatos andrajosos siguen colgados de los cables de electricidad y las fachadas de las casas piden a gritos ser reformadas.

“Es cierto que hay pobreza en los barrios del norte, pero no es verdad que sea tan peligroso como la gente piensa”, opina Jodi Reynhout, responsable de Administración de Esperanza, una asociación sin ánimo de lucro que trabaja para mejorar la integración de la comunidad latina de Filadelfia. Jodi, una gringa rubia de ojos azules, habla un español fluido, casi sin acento, que aprendió en Venezuela, donde vivió toda su infancia. “Me crie en un pueblito en las montañas, en la frontera entre Venezuela y Colombia. Estoy acostumbrada a moverme en ambientes más humildes, pero en Filadelfia hay gente que no ha salido nunca del centro, que no sabe que existen unos barrios tan pobres, o que ni siquiera ha puesto nunca un pie más allá de Temple University”, se lamenta Jodi, hija de un matrimonio de pastores protestantes de Chicago que lo abandonaron todo para irse a vivir a las montañas de Venezuela. Cada mañana, Jodi se desplaza a trabajar en transporte público al Bloque de Oro, donde están las oficinas de Esperanza, y se pasea sola con total tranquilidad. “Cuando le dije al landlord de mi apartamento que trabajaba en el norte de la ciudad, puso cara de susto y me preguntó muy sorprendido: ¿pero es seguro?, ¿no tienes miedo? Y yo le dije que no”, sonríe Jodi, que acaba de cambiarse los zapatos de talón alto por unas zapatillas planas y pone cara de aliviada. En la recepción de la USCHH, el dresscode general son los vestidos elegantes y los talones de aguja.

“Al principio me daba vergüenza cambiarme de zapatos, pero he visto que tu ibas con sandalias planas y me he dicho, ¡pues yo también!”, exclama.

Le explico a Jodi que en mi Barcelona natal el dresscode suele ser mucho más informal, y que las recepciones y cenas de gala de este tipo son menos frecuentes. “Los catalanes somos más introvertidos”, le comento. Mi impresión después de seis días en Filadelfia, invitada por Al Día news, es que los norteamericanos llevan el networking en la sangre, enseguida se acercan a un desconocido para entablar una conversación y preguntarle qué tal está.

“Esta simpatía inicial es parte de la cultura norteamericana, pero también es un poco falsa”, me advierte Pedro Rodríguez, riendo. Pedro recuerda que en sus años en la universidad de Nueva York había un chico recién llegado de la República Dominicana que siempre le preguntaba: “¿Por qué este gringo me saluda cada mañana y me pregunta cómo estoy, si no me conoce de nada?”.

Los recuerdos de juventud de Pedro Rodríguez me hacen pensar en otro dominicano afincado en Nueva York, Junot Díaz, y en su novela The brief and wondrous life of Oscar Wao, que me encantó. “A mí también me gusta mucho Junot Diaz, ¿has leído This i show you lose her?”, me pregunta Pedro, curioso. Las diferencias entre culturas y países puede que sigan existiendo, pero siempre nos quedará la literatura.

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