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Uno de los platos más populares de Holanda son las kroketten, croquetas, que sirven prácticamente en cualquier local, acompañadas de mostaza. Estas 'kroketten', rellenas de bechamel vegetal, las sirven en el bar del Louis Hartlooper Center, un cine alternativo de Utrecht de estilo Art Déco. Foto: Andrea Rodés
Uno de los platos más populares de Holanda son las kroketten, croquetas, que sirven prácticamente en cualquier local, acompañadas de mostaza. Estas 'kroketten', rellenas de bechamel vegetal, las sirven en el bar del Louis Hartlooper Center, un cine…

Viaje al País de las Croquetas

Holanda tiene fama en todo el mundo por sus excelentes quesos de vaca y sus deliciosos waffles de caramelo, pero pocos conocen la verdadera pasión gastronómica…

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La semana pasada viajé a Holanda para visitar a mi buena amiga griega Christina, que acaba de mudarse a Utrecht para cursar un máster en Historia del Arte. Christina ha decidido cambiar la soleada Atenas por dos años en esta bonita ciudad de 300,000 habitantes, a unos 50 km al sur Amsterdam, con calles adoquinadas y canales flanqueados por plátanos donde los holandeses salen a navegar en barca aprovechando las suaves temperaturas de verano (cuando no llueve).

El sábado, mientras paseábamos por el casco antiguo y nos poníamos al día de nuestras cosas - ¿conseguiste novio? ¿Aún hay crisis en Grecia? ¿Por qué en Barcelona odian a los turistas? -  se nos hizo tarde y decidimos tomarnos una cerveza en el bar del Louis Hartlooper Center, un bonito edificio de ladrillo rojo construido en los años 20 en el estilo modernista de la llamada Escuela de Amsterdam. Originalmente, el edificio fue una caserna de policía, pero en los noventa fue reconvertido en un cine alternativo.  La idea era picar algo y después entrar a ver “The Big Sick”, la nueva comedia de Kumail Nanjiani (para los que no lo identifiquen, Kumail es Dinesh, el programador de origen pakistaní que no se come un rosco en la serie Silicon Valley).

Hasta el momento, mi impresión sobre la comida holandesa dejaba bastante de desear. En la mayoría de restaurantes ordinarios de Utrecht, el menú se limita a una extensa lista de “panecillo con” (Broodje met ..): queso, jamón, ensaladilla de pollo al curry, aguacate, huevo, arenques…  cualquier cosa vale. Pero en el animado bar del Louis Hartlooper tenían como entrante estrella las “kroketten”, croquetas, otro de los platos populares de Holanda. Mis ojos se iluminaron. Desde pequeña tengo pasión por las croquetas, aunque unas buenas son difíciles de encontrar. “Quien bien te quiere, te hará croquetas”, dice un dicho español.

A pesar de la cara de duda de Christina, pedí una ración de kroketten y al poco rato  llegaron siete bolitas exactas, rebozadas y bien fritas, acompañadas de mostaza. Cogí una, impaciente, y la hundí en la mostaza. Estaban ardiendo y me quemé la lengua. Mmm…. De acuerdo, no eran como las que hacen en mi casa, rellenas de bechamel casera y jamón ibérico, pensé, masticando la gruesa capa de rebozado (grave error). O como las de mi restaurante favorito en Barcelona, de gorgonzola. O de espinacas, o de setas, o de foie con trufa…  Pero, aún y así, pasables.

En Holanda comen croquetas y albóndigas todo el rato, las ponen con cualquier plato, es como un acompañamiento”, me comentó un amiga por Whatsapp, que justo había visto  mi foto de las croquetas de Utrecht en Instagram. 

Comí todas las que pude. Después, con el estómago lleno, entramos en la pequeña sala de cine del Hartlooper y nos acomodamos en las butacas. Antes de empezar, la taquillera se plantó delante de la pantalla y dio una breve charla sobre el director de film Kumail Najiani, un comediante de Chicago que ha querido hacer una peli sobre sus propios problemas en EEUU como actor, hijo de inmigrantes pakistanís de Chicago y enamorado de una chica norteamericana que padece una grave enfermedad. (muy recomendable, y muy divertida, por cierto).

El detalle de la charla introductoria de la taquillera me encantó. Pero lo que más me gustó del Hartlooper fue que la gente pudiera entrar en el cine con sus vasos de cerveza y tazas café con leche, no de usar-y-tirar, sino de cristal o cerámica, con azúcar y cucharilla, que luego se encargaron de devolver al bar. Podría haber entrado con mi plato de croquetas, me dije, recordando las tres tristes croquetas abandonadas en el bar. 

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En Holanda, la Kroket - kroketten en plural-  se empezaron a producir a gran escala después de la Segunda Guerra Mundial y entonces estaban rellenas principalmente de ternera (en este país hay vacas por todos lados), explica Wikipedia, citando fuentes holandesas. Con los años, las kroketten se convirtieron en una especie de fast food, que ahora compiten con kebabs y pizza. Su reputación es dudosa y nadie sabe muy bien de qué están hechas, aunque la idea original es que puedan hacerse con las sobras de lo que uno encuentra en la nevera.  A juzgar por el aspecto de las croquetas y albóndigas que vi en una máquina de vending Le Havre, la capital de Holanda, su mala reputación es bastante merecida.

Sea como sea, redondas o alargadas, crujientes y ligeras, o mazacotes refritos con regusto a quemado, las kroketten siguen siendo una de las comidas favoritas de los holandeses.

Según un estudio citado en Wikipedia, en Holanda se comen cerca de 350 millones de kroketten al año. El 75% de la población consume kroketten, lo que hace una media de 29 kroketten por persona al año.

Mi padre me ha explicado alguna vez que en casa de sus abuelos, en Barcelona, la comida se acompañaba con croquetas, en lugar de pan. ¿Igual mis abuelos estuvieron en Holanda? Porque aquí las kroketten son el equivalente a las papas fritas o el pan, una especie de tapa o acompañamiento que aparece en el momento menos esperado, como por ejemplo, montada en un pincho sobre un wrap de salmón, como me la encontré en una terraza de Le Havre.  Incluso McDonald’s ha creado su versión para el mercado holandés: el McKroket.

No sé si en Filadelfia encontrará kroketten holandesas. Pero si las encuentra, no se olvide de mojarlas en mostaza antes de llevárselas a la boca.